miércoles, 18 de febrero de 2015

Capitulo 38

No había ruido, absolutamente estéril el aire de sonido. Palmo a palmo fue sintiendo su cuerpo, su respiración, su peso. El blanco del techo llenaba su pupila, mientras más observaba, las imperfecciones se iban volviendo presentes, una pequeña telaraña de color marrón en la esquina, una cuarteadura cerca del ventilador, la huella empolvada de lo que parecía ser una mano. Se intentó incorporar apoyándose sobre sus codos, la cabeza le dolía, en realidad todo el cuerpo le dolía, se volvió a tumbar sobre la cama para tratar de descansar un poco más. Vio que tenía puesta una bata de color azul claro, bajo de ella sólo la desnudez de su cuerpo. Se acomodó nuevamente utilizando su antebrazo derecho como almohada, podía ver sus pies descalzos al final de la cama señalando cada uno para lados antagónicos. Le impresionó el tono amarilloso que tenían sus manos, las sentía frágiles y acalambradas, levantó su mano izquierda para rascarse la cara, pudo ver que de su muñeca colgaba una pulsera con sus datos: “Francisco León, 29 años, Soltero, Paciente No.327-C”. Entendió que se encontraba en un hospital, tenía la barba crecida y no sabía exactamente cuánto tiempo tendría en ese lugar pero, a juzgar por la longitud de su barba, no sería menos de dos semanas. Escuchó ruidos por primera vez en un largo rato, posó su atención en la puerta de madera pintada burdamente de color blanco, parecía que detrás de ella existía mucha actividad. Se volvió a incorporar, estaba tratando de ordenar su mente, un pensamiento lo atravesó por completo,  —Abril, ¿dónde está ella?— comenzó a recordar a Ramiro, a Rocío, a Fernández, el viaje a la capital, el reencuentro con Abril, el pleito con Fernández y, por último, a los Deus Caelum Inferno. Todo y todos daban vueltas en su cabeza adolorida, trató de levantarse para buscar a alguno de sus conocidos pero sus piernas no respondían como él hubiera querido, cada músculo le dolía infinitamente, el solo hecho de bajar una pierna de la cama le costó más que cualquier ejercicio que hubiera hecho en su vida. Tentó con cuidado el frío piso del cuarto, le costaba trabajo respirar, sentía su cuerpo atrofiado por la inactividad, sin embargo, eso no lo detuvo, tenía que saber dónde estaba Abril, qué era lo que había pasado en aquel parque con el licenciado Fernández, quería ver a Rocío aunque sus últimos confusos recuerdos le indicaban que ella ya no estaba en este mundo. Logró ponerse de pie, a duras penas podía dar un paso tras otro sin caerse, sintió vértigo pero inmediatamente se repuso. Continuó su camino hacia la puerta.
—¿Qué tipo de hospital es este en donde las enfermeras ni se asoman para ver cómo está uno?— dijo Francisco en voz baja, las palabras también le dolían. Quería regresar a la cama y dormir un rato más pero la puerta ya estaba a sólo unos pasos de distancia, no podía permitirse ceder a estas alturas. Estiró la mano para tomar la manija cuando de pronto la puerta se abrió. Aparecieron delante de él dos hombres inmensos con cara de pocos amigos vestidos completamente en un impecable color blanco. Sin mediar palabra, lo tomaron de las axilas y lo regresaron cargando a la cama, Francisco vio cómo todo su esfuerzo por llegar a la puerta había sido en vano, en tres zancadas lo habían regresado a su punto de partida, lo recostaron sin sujetarlo, como si supieran que era tan débil que no podría replicar absolutamente nada. Por la puerta abierta del cuarto también entró una tercera persona, un hombre en edad madura, cabello cano engominado, camisa de lino color azul claro, anteojos grandes con marco de pasta y la distintiva bata de color blanco que nunca podría faltar en un médico que se preciara de serlo. Caminó a paso firme absorto en una tabla médica que llevaba en sus manos, aún balbuceando para sí mismo se paró justo en frente de Francisco y sonrió al mirarlo.
—¿Cómo amaneciste hoy, Francisco?— el joven lo miró con cierta confusión.
—Supongo que bien, aunque me duele un poco la cabeza— contestó tímidamente.
—No te preocupes, ahorita te damos algo para que te sientas mejor— el doctor volvió sobre sus pasos y salió de la habitación. Los dos hombres que acompañaban a Francisco parecían estatuas haciendo guardia uno en la cabecera de la cama y el segundo a sus pies, ninguno de los dos lo miraban. Al paso de unos segundos, el doctor volvió con un vaso de plástico en su mano, se lo extendió a Francisco y le entregó dos pastillitas de color rojo. El joven agradeció el gesto y se las tomó sin pensarlo dos veces.
—Doctor, disculpe, ¿no hay nadie esperándome en la recepción?— el médico tomó sus anteojos del bolsillo frontal de su camisa, se los colocó al momento en que daba una ligera exhalación, acción que Francisco interpretó como signo cansancio. El doctor revisó cuidadosamente los ojos de Francisco con una lamparita.
—¿Quién podría estar esperándote, Francisco?— preguntó el doctor con aire despreocupado mientras bajaba la lámpara y se acomodaba el estetoscopio en los oídos.
—Pues no sé, a la mejor mi novia, se llama Abril, o un amigo de nombre Ramiro, él es policía…— Francisco dejó de hablar, la mirada fija del doctor lo desconcertó, sintió cómo los dos hombres, apostados en cada lado de la cama, lo miraban divertidos. El doctor suspiró profundamente.
—Ya veo que va a ser uno de esos días, Francisco— con cara de consternación, se retiró nuevamente los lentes y les hizo una seña a los hombres vestidos de blanco. El primero de ellos rápidamente salió del cuarto, el segundo le acercó una silla vieja de madera que estaba en la esquina y la acomodó frente a la cama, justo donde estaba parado el doctor. Éste último, con todo el tiempo del mundo, tomó asiento. Francisco no estaba entendiendo nada.
—Disculpe, ¿a qué tipo de días se refiere?¿Cuál es su nombre?¿Cómo se llama este hospital?— el hombre que había salido de la habitación regresó al paso de unos minutos, le entregó al doctor un paquete de cigarrillos, una pequeña grabadora de color negro y una carpeta color vainilla. Después de esto, se retiró de la habitación y cerró la puerta con llave desde afuera.
—Francisco, necesito que me digas mi nombre, por favor— dijo el doctor mientras extraía un cigarrillo del paquete amarillento que tenía en sus manos. Francisco lo observó, su desconcierto era total.
—Disculpe, pero no tengo ni idea de cómo se llama usted por eso se lo pregunté, ¿me podría decir en dónde estoy?, ¿qué está pasando?— el doctor encendió su cigarrillo tranquilamente, aspiró y soltó una gran bocanada de humo en dirección al joven.
 —Sabes perfectamente cómo me llamo, ¿sabes qué pienso? Que estás jugando conmigo, que disfrutas hacer esto todos los malditos días sólo para jorobarme el alma— Francisco no movió ni un músculo, creía que pronto despertaría de este raro sueño, esperó pero nada sucedió. El doctor que tenía en frente sólo fumaba y lo observaba, después de un rato de mutua contemplación, el doctor rompió el silencio.
—Mira, te lo he dicho miles de veces pero veo que tendré que hacerlo nuevamente. Me llamo Gilberto Decenas, soy el director de este Instituto, tú eres nuestro paciente y lo has sido por los últimos siete años. Este Instituto se dedica a tratar a personas con trastornos mentales crónicos y lamentablemente tú eres uno de nuestros casos más severos— Francisco se le quedó viendo fijamente, no dijo ni una sola palabra. Unos breves minutos después esbozó una leve sonrisa, volteó a ver al tercer hombre en la habitación tratando de encontrar algún gesto que delatara la broma.
—¿Está jugando, verdad?— preguntó mientras intentaba levantarse de la cama, nuevamente no lo consiguió.
—No Francisco, lo siento pero no. Esta es tu realidad, cuatro paredes y un colchón— dejó de sonreír, percibió en la cara del doctor que estaba hablando en serio, sintió miedo, lo estaban confundiendo y el pánico se apoderó de él ya que había escuchado historias de cómo personas cuerdas se quedaban atrapadas en manicomios por simples equivocaciones.
—Esto es un error, yo no pertenezco a este lugar, yo no estoy loco— dijo Francisco con toda la claridad y firmeza posible. El doctor no dejaba de mirarlo, se levantó y se sentó a su lado. De forma paternal posó su mano derecha sobre el hombro de Francisco.
—Tranquilo, ya recordarás, siempre es lo mismo contigo, pero no te preocupes, el día de hoy tengo tiempo para atenderte, te ayudaré a recordar— Francisco estaba realmente asustado, este tipo estaba hablando muy en serio, ni siquiera una broma de Ramiro podría ser tan creíble. Volteó a ver a la ventana del cuarto, demasiado pequeña para escapar, recordó que la puerta había sido cerrada por el hombre que salió de la habitación.
—Doctor créame, están confundiéndome, yo no llevo quien sabe cuántos años en este lugar, hace sólo unos días o…— no podía precisar realmente cuánto tiempo tenía ahí, —semanas estaba yo en la Ciudad de México, hay gente que lo puede corroborar— intentaba ordenar su mente al momento que quería lucir lo más cuerdo posible. El Doctor Gilberto Decenas se levantó nuevamente, caminó hasta la ventana y tiró la ceniza del cigarro que ya se estaba acumulando.
—Bueno, Francisco, si eso que dices es verdad, ¿quién puede corroborarlo?— Francisco hizo memoria, no quería apresurase al hablar.
—Pues, primero que nada está Abril, ella es mi novia y estábamos en un…— el doctor esbozó una cínica sonrisa y lo interrumpió.
—Disculpa que te interrumpa, Francisco, sólo quiero entenderte bien. ¿Con tu “novia Abril” te refieres a la misma Abril que murió al derrumbarse su casa por el incendio de hace siete años?— el joven calló en seco, ¿cómo era posible que este hombre supiera lo del incendio? Si le decía lo que en realidad había sucedido, que Abril no estaba muerta, sino que se había unido a una secta secreta parecería más loco de lo que ya lo creían. Prefirió ya no seguir hablando de ella.
—Mire, doctor, creo que usted podría confiar en la palabra de un oficial de la Ley, mi amigo Ramiro Paredes es sargento de la policía de Chihuahua, él podrá corroborar mi identidad y confirmar que hace unas pocas semanas estuve con él en su cumpleaños— el doctor Decenas rodó los ojos en un gesto de desesperación.
—Eso lo puedo corroborar hasta yo, Francisco, ese Ramiro es un muy buen amigo, no ha dejado de asistir a los días de visita aquí en el Instituto, inclusive el día de su último cumpleaños estuvo aquí contigo— respondió cortantemente el médico. Francisco estaba cada vez más extrañado, volvió a mirar todo a su alrededor, tenía que ser un sueño, una pesadilla, no podía creer lo que estaba escuchando.
—Por cierto, Francisco, sólo para entretenerme un poco más, ¿podrías describirme a Abril? Bueno, si es que tiene forma definida, claro está— el sarcasmo con el que hablaba el doctor molestaba en sobremanera a Francisco, respiró profundamente y comenzó:
—Estatura aproximada un metro sesenta, cabello negro, ojos negros, tez blanca, delgada…— una leve risa detuvo su descripción, el doctor Gilberto Decenas lo había interrumpido nuevamente.
—Deja que te interrumpa una vez más Francisco— el médico abrió la carpeta color vainilla que le habían entregado hacía sólo unos momentos, repasó varios papeles y se detuvo en uno sonriendo —Dime por favor si en esta fotografía ves a Abril— el doctor sacó la imagen que tenía entre sus papeles y se la extendió a Francisco. El joven la tomó en sus manos, se le hizo familiar desde el principio, la rotó para verla bien y en un acto violento arrojó la imagen sobre la cama, se sorprendió, su respiración se agitó, empezó a híper ventilarse, intentaba retroceder pero tras de él estaba la pared que le impedía salir de esa situación.
—¿Qué es esto? ¿Qué chingados está pasando aquí? ¿Quiénes son ustedes? ¡Son ellos verdad! ¡Son los Deus Caelum Inferno!— Francisco estaba frenético sobre la cama, el doctor se mantenía firme observándolo desde la silla de madera como si viese una escena cotidiana. Volteó a mirar al hombre vestido de blanco y asintió con la cabeza, en el acto el hombretón sacó una jeringa que ya venía cargada con un líquido verdoso, removió el tapón de seguridad y se lo clavó a Francisco en la parte superior del hombro derecho. Inmediatamente Francisco se calmó y el hombretón, sin mucho esfuerzo, lo acomodó sobre la cama. El paciente estaba relajado, quieto pero consciente. La fotografía que le había mostrado el doctor Decenas era la misma que había encontrado en el despacho de los Fernández, era la fotografía de Abril.
<< La foto mostraba a  una mujer joven de aproximadamente 25 años, se apreciaba de la cintura para arriba, de tez blanca, ojos que combinaban con sus cabellos negros despeinados, una sonrisa casi infantil en el rostro que la hacía ver más joven de lo que realmente era, parecía sorprendida aunque de una forma agradable, en el retrato estaba vestida con un abrigo de lana gris entallado a su esbelta figura, en el fondo se veían la fachada de varios edificios con todo y sus calles y peatones. >>
La única diferencia radicaba en que la fotografía que le mostraba el doctor pertenecía a una de las doce páginas de un calendario ya viejo y se podían observar claramente los días marcados debajo de la imagen. La fotografía lucía polvorosa y despintada pero definitivamente era la misma que él había visto antes, lo que más le asustó fue que esa página del calendario marcaba justamente el mes de Abril.
—¿La reconoces? — el joven no respondió, —¿la reconoces Francisco?— insistió el médico. Francisco lo miró directamente a los ojos y asintió con la mirada. —Es Abril, ¿verdad?— preguntó nuevamente. Francisco bajó la mirada, no quería escuchar la respuesta, el doctor Decenas tomó la fotografía y la acercó al rostro del paciente. —Pues no Francisco, no es Abril, es una modelo que posó para algún fotógrafo y después fue recopilada para este calendario— el joven no lo creía, estaba intentando poner su mente en claro, trataba de recordar qué sucedió exactamente en el parque o después, lamentablemente su mente seguía en blanco. —Francisco, este calendario estuvo colgado en esta misma habitación el día que llegaste a este Instituto después del evento desafortunado. ¡Observa el año, es del dos mil cuatro por Dios! Hace más de siete años— Francisco levantó la mirada con cara de extrañeza y respondió:
—¿Cuál evento desafortunado?— el doctor Gilberto Decenas se acomodó en su silla, sabía que lo que estaba a punto de decirle podría poner al paciente muy violento, debía de ser muy cuidadoso en la forma de escoger sus palabras.
—Francisco, ¿sabes por qué estás aquí?— el joven sintió las lágrimas a punto de brotarle de desesperación. Lo peor de todo es que no podía terminar el rompecabezas que tenía en su mente, una y otra vez volvía el recuerdo recurrente de estar enfrente de Fernández acompañando hasta el final a Abril, pero no recordaba más. Algo debió de haber salido muy mal para no poder recordarlo, —Francisco, por favor, contéstame, no es momento de perderte en ti mismo, ¿sabes por qué estás aquí en este Instituto?— con voz desesperada contestó:
—Esto es un error, yo no pertenezco a este lugar, tiene que creerme doctor, no he hecho nada para estar aquí encerrado—  Gilberto Decenas se serenó, —Francisco, me preguntaste sobre el evento desafortunado, creo que es momento de que veas otras fotografías— tras decir esto, volvió a buscar en la carpeta y sacó tres imágenes las cuales una a una fue colocando frente al paciente. Las primeras dos las reconoció inmediatamente, eran del incendio de la casa de Abril, la tercera le fue completamente ajena, la fotografía mostraba a una jovencita de unos 20 años de edad sentada en un pupitre, lucía tímida, absorta, cabello negro corto al hombro, delgada, demasiado delgada para su gusto, ojos marrones comunes y olvidables, sonreía sin sonreír apenas mostrando una leve curvatura en la comisura de sus labios.
—¿Quién es?— preguntó Francisco refiriéndose a la chica de la fotografía. El doctor se levantó de su asiento sosteniendo la imagen entre sus manos y caminó con dirección a la ventana y en el tono más dramático posible contestó:
—Ella, mi estimado Francisco, es Abril. Tu amor de universidad, la mujer con quien viviste de vez en vez, a quien le juraste amor eterno, de quien sospechaste que te era infiel y después de sorprenderla con una persona mayor platicando en los jardines de la universidad decidiste que era cierto. La misma Abril a quien un día, cegado por los celos y la rabia, encerraste junto a ti en aquel pequeño departamento…— dijo mientras señalaba las otras fotografías, —y prendiste fuego con cinco litros de gasolina—.
Francisco estaba helado, no sabía de qué le hablaba este hombre. Estaba tan confundido, no sabía si era el medicamento el que lo dormitaba o que realmente se encontraba en una pesadilla. Trataba de abrir bien sus sentidos, atento a las palabras del doctor para poder entender qué sucedía.
—Lamentablemente los bomberos sólo pudieron salvarte a ti. Pobre niña, lograron sacar su cuerpo sólo hasta que las llamas fueron completamente sofocadas. Desde ese momento perdiste la cabeza, Francisco. Creaste una fantasía en tu mente para escapar de la realidad, de tu realidad que habías destruido. He estado aquí día tras días escuchando tus alucinaciones sobre sectas secretas que controlan al mundo, sobre una Abril que no era tu Abril. Para ti era tan doloroso el recuerdo de la mujer que asesinaste que creaste una nueva para no tener que verla ni siquiera en tus sueños, e inclusive en últimas fechas comenzaste a decir que en realidad no había muerto. Siento mucho decírtelo Francisco, pero la aceptación de lo que sucedió es lo único que podrá ayudarte a mejorar, a sanar, tienes que ser consciente de lo que hiciste y consciente también de que estás enfermo y que como todo enfermo necesitas tratamiento médico— Francisco estaba inmóvil observando al doctor, todo lo que decía parecía tan descabellado, tan fuera de realidad, pero al mismo tiempo tenía más lógica que pensar que los Deus Caelum Inferno habían orquestado todo sólo para arruinarlo a él, a un don nadie, a un cero a la izquierda. El doctor Gilberto Decenas había sembrado una duda muy profunda en la mente de Francisco, duda que se esparció como pólvora en su cabeza. ¿Y si fuera verdad? ¿Y si todo lo vivido en estos últimos siete años fuera producto de su imaginación?  Si todo eso que le decían era cierto, entonces podría ser curado. ¿Podría volver a tener una vida normal? ¿Podría alguna vez volver a ser feliz? ¿Quién era esa Abril a la que idolatraba? ¿Podría realmente ser sólo una alucinación, un deseo inalcanzable?
Por la mirada del paciente, el doctor Gilberto Decenas entendió que el medicamento había surtido efecto. Decidió que era tiempo de dejarlo descansar, ya tendría más tiempo el día de mañana para atormentarlo un poco más. Con un gesto casi imperceptible, indicó al hombre que lo acompañaba que abriera la puerta para que pudieran salir, el hombre obedeció inmediatamente. Francisco observó cómo ese par se retiraba de su habitación, creyó ver por un segundo un anillo dorado en el dedo anular del doctor Decenas, su somnolencia no le permitía enfocar muy bien. Después de una media hora, Francisco cayó en un estado de letargo, sin dormir pero sin estar despierto. Vio cómo, tras la ventana, se ocultaba el sol y la luna tomaba su lugar, extrañamente se sentía relajado y cómodo. Si era verdad todo lo que el Doctor Decenas le había dicho, entonces Abril no era la persona que él conocía y recordaba, peor, la Abril de sus sueños no existía, eso paradójicamente lo hacía sentir más en calma. La tristeza ya no lo abrumaba, no le dolía tanto el corazón, un sentimiento de esperanza lo empezó a envolver, esperanza en un futuro mejor.
La noche empezó a clarear, el frío del cuarto vacío envolvió a Francisco, no había dormido ni un segundo en toda la noche, había estado pensando y pensando tratando de llenar los huecos en su memoria. Esperaba con ansia el regreso del doctor Gilberto Decenas para que le explicara qué era exactamente lo que le sucedía y como podría ser curado. Parecía que la espera había terminado, escuchó la llave entrando en el cerrojo y vio cómo la perilla de la puerta giraba. Abrieron la puerta y ahí estaba ella, Abril en toda su presencia, con su cabello largo y negro, su tez blanca, su sonrisa cautivadora, la Abril que recordaba y amaba, estaba ahí ante él  justo como la vio hace unos días al enfrentarse a Fernández, lo miró y le sonrió:
—Ven, Francisco, toma mi mano, tenemos que escapar. 
FIN
26 de Diciembre del 2012




martes, 17 de febrero de 2015

Capitulo 37

La noche se había vuelto un diluvio, la lluvia lo cubría todo, el pequeño riachuelo que bordeaba la propiedad transportaba furiosamente corrientes de agua río abajo creando olas al juntarse con el cauce principal. La oscuridad era sorprendida por los relámpagos incesantes que caían cerca de ellos. Ahí estaban, como dos fieras antes de atacarse, estudiándose tratando de adivinar los pensamientos del contrincante, el Homo habló primero: “Abril, te llamo por tu nombre vulgar porque no mereces el nombre divino que te fue otorgado, te doy una última oportunidad de recapacitar”, ella sentía miedo de ese muchacho, sabía que a pesar de su corta edad ya la rebasaba en fuerza y su profunda obstinación por convertirse en un Inferno lo había llevado a caminar por su lado oscuro sumamente temprano en su vida. “Óscar, te llamo con ese nombre por ser tu nombre original y verdadero, piénsalo bien, aquí sólo estamos siguiendo órdenes, nos enseñan sólo lo que nos quieren enseñar. Todo viene con filtro. No existe libertad de ningún tipo”. El agua del riachuelo convertido en un arroyo voraz zumbaba a las espaldas de Abril. “Entiendo que has tomado tu decisión”, dijo Homo bajando la mirada, Abril lo interpretó como un gesto de rendición, le estaba permitiendo marcharse. “Lo siento” dijo Homo quedamente antes de alzar los brazos al frente y correr hacia donde estaba Abril para empujarla con todas sus fuerzas contra el río. Su castigo sería la muerte, se ahogaría en el mismo arroyo que había visto como medio de escapatoria, Abril, en un ágil movimiento guiado sólo por su instinto de supervivencia, dio un paso a hacia su costado derecho y el mismo impulso que tenía Homo lo precipitó hacia el agua. El joven brincó y cayó de frente en el arroyo perdiéndose inmediatamente en las olas cafés de lodo y agua, Abril reaccionó inmediatamente, no podía dejarlo ahogarse, trató de buscarlo desesperadamente con la mirada y creyó ver el brazo del joven a unos metros corriente más abajo. El fuerte caudal del riachuelo lo arrastraba y lo sumergía, Abril corría a la par del agua desbocada sobre la orilla, la fuerte lluvia no ayudaba en nada a su visibilidad, no quitaba la mirada del arroyo tratando de encontrar rastro de Homo. De pronto, paró en seco, fue frenada de golpe por la reja ciclónica que delimitaba la frontera de la propiedad, ya no podría hacer nada por él, seguramente había salido por el riachuelo y estaba en camino al río principal en donde definitivamente no encontraría escapatoria, el aire se le escapaba, un sentimiento de impotencia la comenzaba a consumir. De pronto y como un milagro se dio cuenta de que la reja ciclónica que cruzaba por encima del riachuelo se prolongaba hasta el interior del mismo, tuvo la esperanza de que Homo siguiera ahí sujetado fuertemente a la reja. Se tiró en la orilla del río y metió la mitad de su cuerpo al agua intentando encontrarlo, de pronto lo sintió, una mano, un intento, se escapó nuevamente. Lo volvió a intentar, esta vez sí tuvo suerte, la mano de Homo la sujetaba firme, ella intentó jalarlo hacia la orilla pero la corriente era demasiado fuerte y Homo tiraba de ella cada vez más enérgico, cada vez más desesperado. Abril trataba desesperadamente de atraerlo sin éxito, la cara completamente sumergida le empezó a arder por la falta de oxigeno, las sacudidas constantes de Homo la arrastraban cada vez más y más a las profundidades del riachuelo. No podía más, estaba a punto de desfallecer, era intentar salvar lo insalvable o salvarse a sí misma e hizo lo que cualquier ser humano hubiese hecho en su posición, soltó la mano de Homo quien nuevamente se sumergió atrapado entre la fortísima corriente que no cesaba. Abril logró a duras penas sacar nuevamente su cuerpo del río, se quedó acostada intentando recuperar el aire perdido, sólo escuchaba la lluvia y el río, había fallado como protectora oscura. Homo, su Homo, había dejado de existir. Cerró los ojos y dejó una lágrima salir.
—… Simplemente se fue, fue un accidente, no pude salvarlo, lo intenté, te lo juro pero…— Abril habló por fin, su voz empequeñecida molestó a Óscar Fernández. Para él, todo estaba dicho, no necesitaba más respuestas, tenía que consumar su venganza y erradicar de este mundo a seres como Abril. El licenciado, queriendo terminarlo todo, apuntó bien a la frente de su víctima, cerró los ojos y se preparó para culminar con su obra. Un sonoro disparo llenó el espacio en los siguientes segundos con su eco, los pocos pájaros que quedaban en los árboles cercanos emprendieron el vuelo apresurados, algo o alguien se movió tras los arbustos. Primero, las rodillas golpearon el suelo con un golpe seco, después, el cuerpo le siguió; la cabeza abofeteó el pavimento y rebotó dos veces antes de quedarse inmóvil para siempre. La muerte se había llevado a una persona más ese día, tanta muerte acumulada en un momento.
Abril tenía el rostro cubierto de sangre, milagrosamente abrió los ojos, lo que sucedió a continuación parecía haber salido de un cuadro surrealista de Dalí. Tras los arbustos vio a Ramiro, el amigo policía de Francisco, sosteniendo firmemente una pistola que apuntaba a ella misma. A sus pies, estaba el licenciado Fernández tendido sobre el suelo y una mancha de sangre se extendía por debajo de su cuerpo, Abril tentó con sus manos su frente esperando encontrar el agujero por donde había entrado la bala pero no lo encontró, comprendió que la sangre que le escurría no era la propia si no la de Fernández. Un sentimiento demoledor entre la alegría y el escepticismo la embargaba. ¿Qué fue lo que ocurrió? Ramiro corrió a su lado, la miraba atónito como si hubiese visto un fantasma, para él lo era.  La última vez que la vio, su cuerpo era un chicharrón gigante calcinado por las llamas que también consumieron su departamento. Pensó en decir algo pero su atención fue inmediatamente desviada al ver a su amigo en el suelo envuelto en un charco de sangre.
 —¡Compadre! ¿Estás bien?— Francisco no contestó, Ramiro sintió su pulso, un tamboreo muy débil palpitaba por las venas de Francisco. Pálido en extremo, la vida se le escapaba y estaba cada vez más cerca del mundo de los muertos. Ramiro rápidamente arrancó un pedazo de su camisa y lo utilizó como gasa para tratar de evitar que la sangre siguiera escapando del cuerpo de su amigo. Lo levantó en sus brazos y desesperado buscó algún medio de transporte para poder llevarlo al hospital. En medio de aquel parque no lograba visualizar ninguno, corrió con su compadre en sus brazos, corrió con todas las fuerzas que tenía, ya había llegado tan lejos, tenía que ser el héroe de esta historia, no podía fallar. Estaba seguro que lo lograría.
Abril aún seguía pasmada viendo al horizonte, sabía que aunque se hubiese salvado de la venganza de Fernández su fin no estaba lejos. Bajó su vista y observó el cuerpo de Óscar Fernández, poco sabía de ese hombre a pesar de todo y no lo juzgaba por su locura, sabía que su hermano Mario había actuado a sus espaldas, él no sabía que su hijo estaba inmerso en ese mundo, en su mundo. Se agachó y recogió, con cuidado de no pisar la sangre, las pulseras que representaban a Angra Mainyu y Ahura Mazda y las guardó en su bolsillo. Volvió a mirar a su alrededor buscando algún rastro de los ejecutores, tal vez todo lo había alucinado y realmente ningún ejecutor había acudido a acabar con ella. Pensó que tal vez Fajro había logrado conseguirle el indulto, se sintió más tranquila sólo con pensar en Fajro, él podría protegerla realmente. Dio media vuelta para seguir los pasos de Ramiro y acompañarlo a algún hospital, por la cantidad de sangre que había visto salir del cuerpo de Francisco realmente no creyó que sobreviviera. En su interior había una lucha interna de sentimientos, por un lado amaba con todas sus fuerzas a ese hombre y no quería verlo sufrir, por el otro lado, el Deus Caelum Inferno dentro de ella era total y sabía que, mientras Francisco siguiera respirando, él sería una amenaza para la sociedad que tanto amaba, respetaba y temía. Alzó la mirada, Ramiro ya habría encontrado un vehículo para llevar a Francisco al hospital. Tal vez ya sería demasiado tarde, de cualquier modo, decidió seguirlo ya que en unos momentos más ese lugar se llenaría de policías, el primer disparo podría haber pasado desapercibido como algún fuego pirotécnico, pero dos ya era causa de sospecha, no quería estar ahí para responder a preguntas que realmente no podía contestar.
Caminó con dirección a donde había corrido Ramiro. Algo brillante le llamó la atención, caminó hacia un árbol que estaba a escasos tres metros de donde estaba tirado el cuerpo de Fernández. Al verla la preocupación volvió a azotarla, en el árbol estaba incrustada una bala, ¿el licenciado Fernández había alcanzado a disparar? o esa bala pertenecía al arma que disparó Ramiro. Se volvió sobre sí misma y observó nuevamente el cuerpo de Fernández. A pesar de haber sido herido por la espalda, la sangre parecía provenir del frente del cuerpo, cuidadosa de no mancharse más de lo que ya estaba, volteó el cuerpo. Los ojos de Fernández estaban completamente en blanco, la sorprendió de una forma desagradable. A pesar de la gran cantidad de sangre, se podía apreciar claramente que la herida estaba en el pecho y en el centro de esa herida mortal sobresalía un hermosa daga con empuñadura dorada clavada dramáticamente justo en el corazón. Abril la tomó con firmeza hasta retirarla del cuerpo, levantó la mirada y observó a su alrededor, no vio a nadie pero sabía que estaban ahí, siempre están ahí. Limpió la sangre del puñal con su propio pantalón a modo de desafío, lo guardó en su bolsillo y dijo en tono de despedida.

—Si así ha de ser, que así sea. 


sábado, 7 de febrero de 2015

Capitulo 36

—¿Nos escuchas? Vamos a intentarlo una vez más Francisco, entiende que ésta es tu única oportunidad para salir.
Desde el principio, las personalidades se fueron definiendo, la forma pausada y alegre llena de amor con la que Regina veía el mundo era contrastada por el agravio proveniente de Abril. Ambas, en su propia lógica, definían al mundo y a ambas se les dio la misma educación y el mismo aliento. Pero, como es natural, el ser humano suele definir sus propios caminos. Regina era exitosa en todo lo que se proponía, desde los diez años compuso su primera melodía, pintaba imitando a los mejores artistas de su tiempo y comenzaba a dar los primeros pasos a desarrollar una cultura propia y auténtica. Abril, por el contrario, era más lenta en su aprendizaje, sin embargo, el ingenio que mostraba para liberarse de las tediosas clases teóricas de sus maestros y la genialidad con la que desarrollaba historias fantásticas era sorprendente. En su propia manera estaba encontrando su propia filosofía, personalmente, no podía deshacerse de ese pequeño malestar que sentía en la boca del estómago cuando sus maestros alababan a Regina. Sin saberlo, caminaban en la dirección correcta, sin saberlo, su destino estaba definido.
Algo se movía detrás de los arbustos, calculaba sus acciones.
Fernández, desesperado por la falta de respuestas y trastornado por su propia mente, alzó nuevamente el cañón de su pistola. mataría de nuevo, lo sabía, ya se le daba con cierta facilidad; la primera, la de su propio hermano, fue la más difícil, tuvo que ser cruel para borrar sus pasos y encaminar a Francisco a la búsqueda que en ese momento había dado frutos; la segunda, una muerte inesperada, meramente circunstancial e improvista de sentimientos, había matado al operador del aeropuerto sólo por el hecho de que se interponía en su camino; la tercera, esa sí la disfrutó, pasional desde el inicio, ¿había sido justa? No estaba seguro pero le había dado un poco de satisfacción ver el cuerpo inerte de Regina sobre el frío piso de su alcoba, había consumado parcialmente su venganza. La cuarta, inútil, merecida pero inútil, una más en esa cadena de locura, lo había hecho porque podía hacerlo, porque él tenía el poder de la situación. Ahora estaba ante su última víctima, la única que realmente se merecía la muerte, la mujer que ante sus ojos arrastró a su hijo y a él mismo a esa vida de desgracia. Quería eternizar ese momento en su mente, guardarlo para siempre. Abril se puso en pie delante de él, miró cómo Francisco, tirado como marioneta sin hilos, se convulsionaba en silencio. Sabía que la vida se le escapaba y a ella misma también, estaba a merced de las circunstancias, abrió los brazos y cerró los ojos. Todo estaba dicho, sería lo que tuviera que ser, estaba lista.
Llegada la temprana adolescencia fue introducido a ese grupo de dos un nuevo personaje, un pequeño cuya edad no rebasaría los seis años de edad, su nombre en esa escuela seria El Homo. Fuera de dicha institución llevaba por nombre el mismo de su orgulloso padre, Óscar Fernández, pero ahí, en esa granja sólo sería El Hombre. Las dos niñas se encargarían de su educación, esa era su tarea y su destino según los ojos de quien las guiaba.
Desde el inicio amó a sus maestras, buscaba en ellas la figura maternal que se le había negado desde sus primeros años, dependencia total. Le gustaba refugiarse en los brazos de Ahura Mazda aunque sólo por unos breves instantes ella le transmitía un inmenso amor, después de unos minutos de apapacho, ella volvía a correr de una lado a otro desbordando su imaginación y poniendo en práctica sus habilidades aprendidas. El Homo tuvo que conformarse con la compañía constante de Angra Mainyu quien, a regañadientes, permitía que el pequeño la siguiera a donde fuera que ella iba. Angra Mainyu le tomó cariño al pequeño, sin mimos le enseñaba las cosas importantes que había aprendido y entraba en cólera cuando el pequeño una vez que aprendía algo nuevo salía corriendo a buscar a Ahura Mazda para enseñarle sus nuevos trucos. Así transcurrieron los años aprendiendo del bien y el mal, influyéndose en los sentimientos de estas dos personas tan especiales hasta convertirse en una mezcla propia, en él residían visiones antagónicas. Con el tiempo, el Homo fue testigo del distanciamiento creciente de Angra Mainyu y Ahura Mazda hasta el punto que se dejaron de hablar, esto último alentado por el gran recelo que le guardaba Angra Mainyu a Ahura Mazda por la cantidad de atenciones preferentes que ésta ultima recibía. Ahura, debido a su naturaleza celestial y omnipotente, dejó de prestarle atención a Angra dedicándose a su nueva faceta, la meditación y profundizar con su alma y espíritu. Angra, por su parte, se encontraba descontenta con la situación que vivía, no entendía por qué ella tenía que ser la mala, por qué la injusta vida la había puesto en un peldaño más abajo que Ahura. Al llegar casi al final de la adolescencia, decidió que era tiempo de partir, dejar ese nido y alzar sus alas en busca de algo más. Tenía apenas 18 años pero se sentía una anciana detenida por esas rejas que delimitaban las fronteras de la granja. Estaba lista para experimentar otras cosas, no estaba muy segura de seguir en esta vida que alguien más había decidido por ella .
Las pláticas con Homo, quien para esos entonces ya contaba con trece años pero su lógica y raciocinio bien podría ser envidiada por hombres adultos, fueron tomando un giro interesante. Por las noches se escabullían de sus habitaciones y a la luz de una vela recorrían el cauce del río que bordeaba la granja sólo para refugiarse en una pequeña cueva al norte de la propiedad. Homo, a medida que crecía, disfrutaba cada vez más y más de su lado oscuro, quería convertirse en un Inferno y quería convertirse ya, no quería esperar más. Sabía que las reglas indicaban que solamente después de realizar satisfactoriamente las pruebas a las cuales fuera sometido y después de cumplir los 20 años de edad podría ser admitido como un Deus Caelum Inferno. A pesar de todo esto, intentaba hacer más cortos los escalones que lo separaban de su meta, le cuestionaba todo a Angra Mainyu, trataba de aprender las técnicas de la manipulación y la intriga lo más rápido posible, quería apoderarse del conocimiento total; Angra notaba que su pequeño compañero se estaba tornando en algo siniestro. En últimas fechas, el interés de Homo por Ahura Mazda había desaparecido por completo, el meditar, la concentración y la reflexión no eran armas útiles para conseguir sus objetivos, él quería el poder y estaba convencido que lo conseguiría de alguno u otro modo.
—¿Cómo fue? ¿Qué pasó en realidad?— inquirió en una voz calmada el licenciado Fernández, voz que no correspondía con su cara enrojecida por tanta excitación. Sin dejar de apuntar con su arma a la cabeza de Abril buscaba en ese último momento las respuestas que lo atormentaban.
—Todo se salió de control, fue realmente algo que no esperaba él…— la voz de Abril se quebró como si recordara aquellos últimos momentos que compartió con el Homo.

Una vez más, Angra Mainyu y Homo se encontraban en su refugio nocturno alimentando con historias aprendidas la pasión que sentía por los Deus Caelum Inferno. Él estaba fascinado, le encantaba platicar con Angra y ella era la única en quien podía confiar, bueno, eso creía. Ese día gris, después de haber practicado por horas a la luz de la luna el poder apartar de sus signos vitales la revelación de la mentira, Angra Mainyu habló seriamente y le reveló sus intenciones de dejar esa vida, esa jaula de oro en la que se encontraba y necesitaba de él para poder lograrlo, él, su gran confidente. Homo, en principio, creyó que las palabras de Angra eran parte de la práctica, sin embargo, Angra Mainyu nunca había sido tan buena en el arte del mentir, la escuchó seriamente, lo tenía bastante planeado, a Homo le daba más coraje enterarse de que ella había estado pensando en dejar a los Deus Caelum Inferno desde hace ya bastante tiempo sin que él hubiese podido notarlo representando una afrenta a su orgullo. El plan era simple pero efectivo, sólo necesitaba de un testigo que supiera mentir sin poder ser detectado por un centinela experimentado y en una de aquellas noches oscuras sin luna brincaría al arroyo en su parte menos profunda, lo cruzaría con cuidado; generalmente no tenían mucha fuerza esas aguas pero solían ser traicioneras. Avanzaría por la orilla del lago sujetada de las plantas que nacían a la orilla del riachuelo y cruzaría el límite de la propiedad por debajo de la reja que la separaba del mundo exterior. Al momento de cruzar la reja tendría que escalar a tierra firme ya que el riachuelo se unía a un río caudaloso, de ahí a la libertad pura y simple. Homo lo único que tendría que decir fue que Angra Mainyu tropezó y cayó de cabeza al río, que la corriente la arrastró más allá de la reja y que su cuerpo se perdió en el río principal, tan sencillo, tan fortuito que sería brillante, nadie dudaría de las palabras de Homo y ella sería al fin libre. Angra Mainyu añoraba dejar de ser “Angra Mainyu” y volver a ser simplemente Abril. Había pensado en todo, lamentablemente como suele pasar, lo impensable es lo que usualmente sucede. Homo se levantó del frío piso de la caverna, tomó la vela en sus manos, la acercó a su rostro y le dijo quedamente a Angra Mainyu “Tú no te vas a ir a ninguna parte, tú perteneces aquí con nosotros, eres una Inferno y los Inferno jamás huimos”. Angra Mainyu primero esbozó una  tímida sonrisa, creía que Homo estaba siendo sarcástico pero algo que vio en los ojos de aquel adolescente la estremeció, el fuego de los Inferno lo llevaba muy adentro de su alma. “No permitiré que te vayas, no dejaré que destruyas el equilibrio que nuestros maestros han luchado por preservar”, al decir esto, el joven dio media vuelta y comenzó a caminar velozmente a la salida de la cueva. Angra Mainyu lo alcanzó, “¿Qué no entiendes? Nos manejan a su placer, realmente no somos libres ni elegimos nuestro destino, simplemente estamos repitiendo patrones de una historia antigua, somos una caricatura mal dibujada de una leyenda” El Homo jaló su brazo con fuerza y logró zafarse de Angra, comenzó a correr, debía de llegar a donde estaban los centinelas para advertirles de las intenciones de Angra.  Al cruzar el umbral de la cueva, Homo se encontró ante una lluvia torrencial, se sorprendió, sentía que esto le agregaba un dramatismo especial a la situación que estaba viviendo, el breve descanso que dio por la sorpresa de encontrarse en plena tormenta dio oportunidad a Angra de alcanzarlo. “¡Te suplico que me escuches, no puedo continuar viviendo así! ¡No soy feliz, necesito libertad para ser quien quiera ser!”. Homo la escuchó, no podía creer lo que decía, cómo era posible que alguien a quien los Deus Caelum Inferno hubiesen dado tanto quisiera abandonarlos alegando que era infeliz. Por primera vez la concibió empequeñecida, diminuta, ya no era la gran guía Inferno, era sólo una chica tonta y asustada. Tomó una decisión, tenía que comportarse a la altura de la situación, si Angra Mainyu quería desertar, entonces merecía el destino de los desertores. La muerte.

domingo, 1 de febrero de 2015

Capitulo 35

Un zumbido nació en la boca de su estómago, poco a poco fue creciendo apoderándose de su pecho, pubis, piernas, brazos y boca. Todo su cuerpo vibraba al unísono de un sonido antiguo, se sabía inmóvil, inútil, solamente tirado ahí a merced de aquel zumbido. El zumbido se convirtió en cosquilleo como si cada poro de su cuerpo se abriera para permitir una ráfaga de aire diminuta. Los ojos los tenía vendados, o tal vez serían sus mismos párpados que, pesados y estáticos como una cortina de hierro, le negaban la vista del mundo exterior, se estremeció. Una voz profunda lo llamaba a lo lejos, una voz extrañamente serena y pausada.
—Francisco— al encontrarse entre el sueño y el despertar, no atinaba a discernir de dónde provenía la voz.
—Francisco— escuchó una vez más, —despiértate, hombre, que no puedo hacer esto sin tu ayuda— intentó alejarse de esa modorra que lo absorbía. Buscaba desesperadamente concentrarse, pero era imposible detener en su mente las imágenes arrebatadas que se le presentaban. Los sonidos se mezclaban en una migráñica tormenta. El tacto y el olfato le jugaban de igual forma una mala pasada, sentía tras de su espalda el frío del metal de una mesa de quirófano y al frente alcanzaba a percibir sus rodillas lastimadas por el concreto. Escuchó al licenciado Fernández gritar, insultar, herir e indagar para presionar a Abril, llamándole por el nombre de Angra Mainyu. Dejó de luchar y escuchó.
—Él no tuvo esperanza, no tuvo opción al no creer, sólo quería ser parte de ”ya sabes quienes” por el regocijo que da el poder mismo, no buscaba la verdad y esa incongruencia en su actuar terminó por devorarlo internamente. En verdad lo siento, entiendo la desesperación que sentiste cuando tu único hijo, sin ninguna razón aparente, se autodestruyó a sí mismo— Abril hablaba pausadamente haciéndose entender en cada palabra, cada sílaba. Quería ser muy clara, sabía de antemano que la resignación en el licenciado Fernández no llegaría en forma inmediata, sin embargo, buscaba iniciar ese proceso. Óscar Fernández dudó por un segundo y se puso en cuclillas cerca de Abril quien estaba al lado de Francisco sosteniéndole con sus dedos la herida que no dejaba de sangrar. Abrió su boca para dar contestación a las palabras de Abril que se habían quedado estáticas en el aire.
—Mientes— dijo en un suspiro, —mientes, como siempre lo has hecho. Tú fuiste quien lo llevó a la locura, tú y esa jauría de lobos que se esconden tras las sombras, bestias que tienen que ser aniquiladas, desterradas de este mundo— sus ojos, inyectados de sangre, recorrieron el cuerpo de Abril como si determinara en qué punto debería de provocar la última herida para acabar con su rival. Mientras sostenía la mirada, sacó de entre sus ropas un pequeño objeto el cual emitió un ligero chasquido al tocar el suelo después de haber sido arrojado por el licenciado Fernández a un costado de Francisco. Abril lo observó, sabía que la única forma que Fernández pudiera tener ese objeto era a través de la violencia, aunque reluciente, sabía que esa pulsera estaba manchada de sangre, inocente o culpable pero sangre al fin.
—¿La reconoces?— Abril no dijo nada, era más el miedo que sentía por quien la pudiera estar observando que al sujeto que la amenazaban con una pistola, —¡Contesta! ¿La reconoces? O tal vez quieras que te refresque la memoria con este otro regalito— se levantó y caminó sin darle la espalda por un segundo a Abril. Se colocó en seguida del cuerpo de quien en vida había creído en la palabra del licenciado. Levantó la muñeca exánime y desabrochó con un poco de trabajo otra pulsera, en el acto, la arrojó cerca de la otra. Abril observó a Angra Mainyu y Ahura Mazda unidas una vez más, todo se había salido de control, estaba en peligro, todos los presentes estaban en verdadero peligro.
—¿Francisco, sabes dónde estás?— la imagen de Abril se difuminaba, en su lugar, una luz blanca se apoderaba de su vista, —¿nos puedes decir, una vez más, qué fue lo que sucedió? —.
—¿Quién habla?— las palabras que expulsaron sus labios le lastimaron la garganta, escuchó su voz mas no la reconoció.
—Francisco, ya sabes quién habla, te lo acabo de decir. Necesito que me digas nuevamente qué fue lo que pasó— él se intentó incorporar pero las ataduras en sus manos y piernas se le impidieron.
—No sé en dónde estoy, no sé quién chingados es usted y no entiendo qué estoy haciendo aquí— un suspiro de fracaso se escuchó a lo largo de la habitación. Necesitarían iniciar todo el proceso una vez más, colocaron nuevamente la venda sobre sus ojos y esperaron unos instantes. Francisco volvió a estar en calma, en completo silencio.
—Francisco, quiero que pongas mucha atención a lo que te voy a decir, por favor, dime si me escuchas— un silencio que perduró por unos largos minutos terminó con la respuesta de Francisco que auguraba un mejor resultado que el anterior, —Sí, te escucho—.
Se conocieron hace años, desde pequeñas. Entre juegos y risas fueron aprendiendo a creer en su interno superior. Con ansias esperaban cada año la llegada del verano, cuando el sol acariciaba su cuerpo en la forma más exuberante, el aprendizaje venía en forma de diversión. Junto con otros niños eran internadas en aquella granja especial en donde la brisa del mar se confundía con el perfume de las montañas, allí fue donde por primera vez escucharon aquellos nombres eternos. Los adoptaron en forma de juego hasta que la realidad tomó por asalto a la imaginación. Año con año siguieron acudiendo al mismo punto, año con año también fueron disminuyendo los asistentes hasta solamente quedar ellas dos, las elegidas, las herederas de la tradición del Zoroastro, Angra Mainyu y Ahura Mazda. Unidas una vez más en un mismo espacio en el tiempo, su misión, aprenderlo todo, absolutamente todo.
—¿Estás escuchándome?— Francisco entraba y salía de sus sueños sin verdaderamente despertar, su mente era un colapso de emociones vertiginosas —¿Francisco? ¿Estás ahí? —.
Abril no dejaba de apretar la herida, sabía que la sangre que brotaba de la nuca de Francisco podría llevarse también la vida de su antiguo amor. Intentaba desesperadamente contener la hemorragia y al mismo tiempo su atención era robada por una inminente amenaza. Fernández, parado frente a ella, vociferaba una y mil intimidaciones, lucía ridículo comparado con lo que se escondía detrás de las sombras, casi podía percibirlos organizándose y esperando el momento para atacar. El licenciado había desatado una hecatombe al haber revelado las pulseras, había despertado la furia de los ejecutores, guardianes perpetuos de la secrecía de los Deus Caelum Inferno. A ciencia cierta no sabía si venían por Fernández o por ella. Regresando su atención a la herida de Francisco recordó el mensaje sobre su espejo “sólo uno debe de volver a ver la luz del sol, la decisión queda en tu pulso”. Sus ojos se llenaron de lágrimas, el aliento se le cortó, un sentimiento más allá de este mundo la azotó, uno a uno fue retirando los dedos de la herida, uno a uno llenándose de sangre. Francisco abrió los ojos y la miró fijamente con la mirada completamente perdida. Abril no podía prolongar su agonía, la propia, la de él. Estaba a punto de retirar por completo su mano sobre la nuca de Francisco y dejarlo irse en ese río carmesí cuando Fernández la interrumpió.

—¿Que no me escuchas? ¡Voltéame a ver cuando te hablo!


miércoles, 28 de enero de 2015

Capitulo 34

El asesino estaba preparado, tenía su arma bajo las ropas, paciente, esperando el momento indicado para entrar en acción. Su calma no permitía que ni una sola gota de transpiración manchara su impecable camisa blanca, ajustó su corbata y se sentó a esperar. Su cerebro ya no operaba como el común de la personas, no se regía por el bien o por el mal, se encontraba libre de límites morales. Entre los psicópatas no existe la empatía, sólo la imitación de la misma con el fin de conseguir un objetivo que llena al sujeto de placer. Así estaba él, esperando que sus piezas de ajedrez movidas admirablemente por hilos invisibles se colocaran por sí mismos en la posición de jaque mate. Escuchó pasos, el sonido inconfundible de un tacón estrellando contra el pavimento, había llovido esa tarde por lo que el sonido también era húmedo. Se replegó contra los árboles que le cubrían las espaldas, quería camuflarse por el momento, dar a conocer su presencia sólo hasta que estuviera listo, hasta que todos estuvieran listos.
Rocío llegó al lugar donde se había quedado de ver con Francisco. Llevaba consigo un huracán de ruidos y movimientos. Perturbaba profundamente la esencia armoniosa de aquel lugar, caminaba sonoramente al momento que hojeaba un pequeño folleto izquierdista que le había entregado un obrero del antiguo Sindicato Mexicano de Electricistas. Con la mano que le quedaba libre gesticulaba al aire al ritmo e intensidad del discurso que leían sus ojos. Había llegado temprano, por lo menos una hora antes de lo planeado, miró a su alrededor y la tranquilidad le pareció absoluta. Sintió frío. En su mente levantaba castillos de arena imaginando toda la información que poseería el día siguiente, se saboreaba los conocimientos ocultos que tendría entre sus manos y por un momento se contempló ante una multitud de académicos presentando su libro revelación del año titulado “Los secretos del equilibrio mundial”. La ambición la estaba haciendo perder la cabeza, la estaba convirtiendo en un ser interesado en sólo su beneficio personal, se concibió perversa, pero ese sentir fue borrado nuevamente con una nube de sueños. Se sentó en la banca de aquel pequeño parque, rodeada por los árboles no alcanzaba a percibir otro sonido más que su propia respiración. Miró su reloj nuevamente, ya habían pasado treinta minutos. ¿Dónde estaría la persona por quien concertó esa cita? Tomó su bolso y cuidadosamente lo abrió sólo para cerciorarse de que el cuadro de los Deus Caelum Inferno se encontrara ahí y no fuera todo sólo una loca alucinación. Estaba ahí, eso la motivó a seguir con lo planeado, al fin de cuentas, ella sólo tendría que señalar a la persona que acompañara a Francisco, nada más.
—También Judas sólo tuvo que dar un beso— las palabras se le escaparon de sus labios sin pensarlo, como una última advertencia que lanzaba su subconsciente para que recapacitara. No lo hizo, se limitó a convencerse de que ella no era Judas, ni la mujer de Francisco era Jesucristo, eran dos circunstancias completamente diferentes. Hasta donde ella sabía, no pasaría nada malo, tal vez sólo era otro hombre enamorado de la misma mujer que la buscaba con desesperación. Escuchó atenta, oyó pasos que se acercaban y el murmullo de una voz. Disimuló mirando las copas de los árboles como si hubiese descubierto un pájaro extraño en uno de ellos.
—Lo hecho, hecho está, no hay más— se dijo para sí mientras esperaba.
Francisco llegó solo, lucía radiante como si el brillo del sol lo acompañara en cada paso. Era la esencia del amor lo que lo impulsaba, estaba tan enamorado, tan feliz de haber reencontrado eso que por tantos años le faltó, que no imaginaba que algo pudiera arrebatarle la sonrisa en esos momentos. Entró al parque donde se había quedado de ver con Rocío, olió el aroma perfumado de las hojas recién bañadas con el rocío del atardecer. Se sentía pleno, completo, listo para lo que fuera, en su mente una balada feliz tocada por los Beatles sonaba una y otra vez.
Bright are the stars that shine, dark is the sky, I know this love of mine will never die, and I love her.
Saludó a Rocío desde la distancia llamándole cariñosamente teacher. Se acercó hasta ella y la abrazó. Rocío, algo desconcertada pero sin querer aparentarlo, lo saludó efusivamente.
—¡Hola, mijo! ¡Te noto muy contento! le dijo Rocío mientras lo abrazaba intentando ver atrás de él para ver si alguien lo seguía, en específico, Abril. No vio a nadie.¿En verdad la encontraste? preguntó esperando que su antiguo alumno no hubiese perdido por completo la cabeza y la respuesta fuera “sí, aquí está enseguida mío” señalando un espacio vacío.
Y no vas a creer de qué manera, fue como un cuento de hadas, como una película de amor, por casualidad, fue como si el destino hubiese preparado cuidadosamente ese momento repuso Francisco con una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Y dónde está? preguntó Rocío con cara de preocupación. Francisco siguió caminando hasta la banca, tomó asiento y respiró profundamente.
No quiso venir, dijo que tenía cosas que arreglar antes de volver conmigo a Chihuahua Rocío, sin ocultar ya su preocupación, giró hacia donde se encontraba Francisco y se colocó frente a él. Tomándolo de los hombros exclamó serenamente:
Francisco, necesito verla. Para mí es muy importante su alumno la miró desconcertado.
Chío, sé que te has involucrado mucho en este viaje extraño que realizamos pero no te preocupes, te juro que la conocerás, cálmate Rocío lo soltó, se tomó la cara con ambas manos subiéndolas lentamente hasta sus cabellos en señal de desesperación. Francisco no lograba comprender tanto teatro.
Tú no entiendes, Pancho, ¡necesito que esté aquí ya! Es mi única oportunidad para… calló en seco. Francisco la miró fijamente, algo en la mirada de su mentora no le gustó en lo absoluto.
¿Para qué, Rocío? ¿Qué es tan urgente que necesitas que esté aquí?
—Yo, yo…— la mujer tartamudeó, no tenía una respuesta en su mente que no decepcionara a Francisco. Sin poder verlo a los ojos comenzó, —alguien más la busca, por eso te… — un estruendo fulminante cimbró los oídos de Francisco que no le permitieron escuchar la respuesta. Sus ojos fueron cegados por un resplandor, no sabía qué estaba pasando, todo fue tan rápido. Rocío se desmoronó y cayó a los pies de Francisco. Éste, aún sin entender, trató de impedir la caída sin poder evitar que el rostro de su maestra chocara contra el suelo. Intentó levantarla pero se separó del cuerpo de su mentora al ver que un hilillo de sangre corría por su cuello.
—¡¿Qué chingados?!— gritó Francisco con una cara de espanto. La cabellera de Rocío comenzó a enrojecerse, Francisco, con el pánico atorado en la garganta, dio dos pasos para atrás, estaba en shock. Fue ahí donde lo vio caminar lentamente hacia él, salió de entre los árboles con una pistola aún humeante en su mano derecha. Francisco lo vio por partes, su cerebro no era capaz de retener tanta información a la vez, zapatos negros de charol, traje sastre a la medida color azul profundo con rayas definidas, corbata  al cuello, mancuernillas, cabello dorado engominado que dejaba entre ver una naciente calvicie y el rostro inmutable del licenciado Óscar Fernández coronándolo todo. No lograba captar lo que acababa de suceder, la última vez que había visto al licenciado se encontraba colgado de cabeza en la puerta de su despacho. Sabía que era Óscar y no Mario, su hermano gemelo y por quien había iniciado todo este viaje, por la simple y sencilla razón de que Óscar era diestro a diferencia de Mario que siempre había batallado para conseguir artículos para zurdos. La mente de Francisco daba vueltas en un loco torbellino hasta que la voz del licenciado lo trajo de vuelta a la realidad.
—Ya no la necesitamos, ¿verdad? Cumplió con su función— dijo despectivamente mientras tentaba con su pie el cuerpo de Rocío y, sin dejar de ver el bulto que yacía en el suelo, le ordenó a Francisco que tomara asiento. Éste no escuchaba nada, la mueca de horror no se le desvanecía del rostro, por instinto de sobrevivencia obedeció.
—Ahora me vas a decir dónde está esa putita amiga tuya. No tienes idea del trabajo que me ha costado localizarla, desde tener que contratar a un idiota como tú para poderme acercar a ella hasta ensuciarme las manos— al decir esto último, escupió sobre el cadáver de Rocío. —Bueno, no quiero ser injusto, no creas que no lo he disfrutado, sin embargo eso ya no importa, dime dónde está a menos de que quieras terminar igual— Francisco contuvo la respiración. Tratando de ser más inteligente, dijo la más estúpido que podría haber dicho:
—No sé de quién me hablas, ¿qué carajos está pasando?
—Te diré qué carajos pasa. Tu putita me debe unas cuantas explicaciones que quisiera que me aclarara— Francisco, tras ordenar un poco sus ideas, respondió:
—Pero tú estás muerto, yo te vi, todo el mundo te vio. Esto no puede ser posible— el licenciado sonrió y creyó prudente explicarle un poco las cosas a ese pobre iluso.
—Son las ventajas de tener un hermano gemelo…— se mojó los labios con ansiedad, —...que tome tu lugar cuando lo necesitas— un gesto parecido al arrepentimiento cubrió por un segundo la faz del licenciado, —pobre mi hermano, él también creyó que podría ser más listo que yo y mira cómo le fue, así que basta de tanta plática. Dime en dónde está o ya sabes lo que te espera, debes de entender que ya no estoy para juegos, es ahora o nunca. ¡Habla ya! — Francisco no estaba dispuesto a dejar la vida de Abril en las manos de ese asesino. Con una actitud renovada, se levantó de la banca y lo enfrentó con palabras que denotaban orgullo.
—Toda mi vida me he sentido fuera de lugar, como si no perteneciera a este mundo. Desde la primaria me sentí especial pero a lo largo de los años esa parte especial en mí se fue convirtiendo en soledad, en fracaso, en miedo a la vida que no me era fácil comprender. No podía ser uno más del montón y dejarme llevar, simplemente no encajaba. Así, perdido, he vivido gran parte de mi vida, en la sombra de la mediocridad, sin lograr ser la persona que alguna vez soñé que quería ser, hasta que llegó ella. Cambió mi mundo completamente, me comprendía y compartía mis ilusiones, me daba esperanza para pensar que no era el único con un pensamiento atípico en el mundo— con una leve sonrisa en los labios concluyó, -—así que la respuesta es no, no te entregaré lo que más quiero en el mundo y no me importa qué hagas conmigo, ya he tocado fondo y no pienso caer de nuevo, así que haz lo que tengas que hacer, pero ya sabes mi respuesta— el licenciado Fernández comprendió que no le sacaría ningún tipo de información a este hombre, podía ver en su mirada la determinación de protección que lo invadía. Pensó que era mejor no dejar cabos sueltos, ya encontraría otra forma de llegar hasta esa mujer que odiaba tanto, tal vez la muerte de este sujeto la haría salir de la ratonera, el último recurso sería utilizarlo como carnada. Levantó su brazo con el arma en mano y apuntó directamente en medio de los ojos del joven. Éste instintivamente cerró los ojos como si al hacerlo todo lo que sucedía a su alrededor se desvaneciera. Contó hasta tres pero nada pasó, abrió los ojos esperando a que el licenciado hubiera recapacitado y bajado su arma, sin embargo, lo primero que vio fue el oscuro cañón de la pistola. Estaba a punto de volver a cerrar los ojos cuando prestó atención al rostro del licenciado, miraba en otra dirección y tenía un gesto de satisfacción.
—¡Baja esa arma, Tempus Collectio! ¿Qué es lo que estás haciendo?— Francisco reconoció la voz de Abril. Entendió cuál había sido el motivo por el que el licenciado no había jalado el gatillo. —Él no es parte de esto, no tienes el derecho de lavar tus penas con sangre,  ¿acaso te has vuelto loco?— gritó Abril nuevamente. Francisco se quedó muy callado esperando a que se olvidaran de él, por alguna extraña razón, la presencia cercana de Abril lo hacía sentir protegido. Comprendió, por el nombre que llamó al licenciado, que Abril lo conocía.
            —Debe de ser parte de la secta esa que tanto me habló Abril la noche anterior y el mismo licenciado semanas atrás— pensó Francisco.
—Estás aquí, pequeña Angra Mainyu, por fin te encontré— dijo el licenciado Fernández bajando su arma lentamente. El joven aprovechó para moverse, pensó en huir pero después de unos segundos optó por hacer lo correcto. Caminando sobre sus pasos, se colocó al lado de Abril para hacerle frente a lo que fuera que quisiera el licenciado. Ella no le prestó mucha atención, su mirada estaba fija en el cuerpo de la mujer que estaba tirada en el suelo. Un charco de sangre había pintado de color rojo intenso la tierra alrededor formando una especie de lodo viscoso.
—¿Pero qué has hecho?, sabes que este no es el camino, al menos no para ti, estás poniendo en riesgo a la sociedad con tu estupidez— el licenciado Fernández miró de reojo el cuerpo de Rocío y, sin hacerle mucho caso, hizo una mueca de indiferencia. Le respondió a Abril de una manera sumamente cordial:
—Mira, Abril, Angra Mainyu o como sea que te llames actualmente, yo sé quién eres, te conozco y sé lo que has hecho, pero lamentablemente para ti, ignoras quién soy yo— Abril, arqueando las cejas, dio dos pasos hacia adelante para acercarse al sujeto que aún sostenía el arma homicida. Lo observó con sus ojos clavados como agujas en el rostro del licenciado Fernández.
—¿Mario? ¿Qué te pasa, de qué estás hablando?— la mirada del licenciado Fernández se tornó sombría. Alzó su arma nuevamente pero ahora apuntándola a ella, —¡no te atrevas a pronunciar el nombre de mi hermano, que tú eres responsable de que él haya dejado de existir¡ Hoy es el día en que saldaré cuentas contigo— Abril se estremeció por dentro y entendió que no estaba hablando con Tempus Collectio, su compañero de viaje en sus primeras experiencias con los Deus Caelum Inferno, sino con su hermano Óscar, aquel hombre de mente cerrada y ambicioso hasta la médula. Recordó una etapa de su aprendizaje que hubiera deseado dejar guardada en el recóndito espacio de su memoria. De alguna manera siempre supo que este día llegaría, el día en que tendría que enfrentar sus responsabilidades. Bajó la cabeza en símbolo de arrepentimiento, este gesto molestó aún más al licenciado, confirmaba lo que él había supuesto por tanto tiempo, ella en verdad era la culpable. La rabia se apoderó nuevamente de él, su insoportable sentimiento de venganza lo carcomía así que dio un salto hacia donde se encontraba la pareja y, con un movimiento ágil, agarró a Francisco de los cabellos jalándolo hacia sí. Cargó el arma y la colocó en la sien de su víctima.
—Quiero que vivas en carne propia lo que es perder a un ser querido, quiero que sufras lo que yo he sufrido, deseo que te desgarres por dentro, que llores hasta la última lágrima de tu renegrida alma y que sigas llorando aun cuando no puedas llorar más— el licenciado casi deja escapar un sentimiento por su mirada, sin embargo, la fuerte sujeción que ejercía sobre el cabello de Francisco no denotaba en lo absoluto algún indicio de que fuera arrepentirse.

—Detente Óscar, no creo que entiendas lo que aconteció hace ya tantos años. La decisión fue suya, él sabía perfectamente el riesgo que estaba tomando, tenía alternativa y optó por convertirse en nada— el licenciado Fernández no quería escucharla, simplemente no podía y con la violencia de un volcán, rápidamente y sin pensarlo, asestó un golpe funesto en la nuca de Francisco. Un brote de sangre recorrió su cabeza hasta cubrirle los ojos, el color rojo fue volviéndose espeso, negruzco, Francisco alcanzaba a percibir a lo lejos los gritos desesperados de Abril. Sintió cómo soltaban sus cabellos y fue desplomándose en cuerpo y conciencia hasta caer en el silencio. Nada más que silencio.