—¿Nos escuchas? Vamos a intentarlo una vez más
Francisco, entiende que ésta es tu única oportunidad para salir.
Desde
el principio, las personalidades se fueron definiendo, la forma pausada y
alegre llena de amor con la que Regina veía el mundo era contrastada por el
agravio proveniente de Abril. Ambas, en su propia lógica, definían al mundo y a
ambas se les dio la misma educación y el mismo aliento. Pero, como es natural,
el ser humano suele definir sus propios caminos. Regina era exitosa en todo lo
que se proponía, desde los diez años compuso su primera melodía, pintaba
imitando a los mejores artistas de su tiempo y comenzaba a dar los primeros
pasos a desarrollar una cultura propia y auténtica. Abril, por el contrario,
era más lenta en su aprendizaje, sin embargo, el ingenio que mostraba para
liberarse de las tediosas clases teóricas de sus maestros y la genialidad con
la que desarrollaba historias fantásticas era sorprendente. En su propia manera
estaba encontrando su propia filosofía, personalmente, no podía deshacerse de
ese pequeño malestar que sentía en la boca del estómago cuando sus maestros
alababan a Regina. Sin saberlo, caminaban en la dirección correcta, sin
saberlo, su destino estaba definido.
Algo se movía detrás de los
arbustos, calculaba sus acciones.
Fernández, desesperado por la
falta de respuestas y trastornado por su propia mente, alzó nuevamente el cañón
de su pistola. mataría de nuevo, lo sabía, ya se le daba con cierta facilidad;
la primera, la de su propio hermano, fue la más difícil, tuvo que ser cruel
para borrar sus pasos y encaminar a Francisco a la búsqueda que en ese momento
había dado frutos; la segunda, una muerte inesperada, meramente circunstancial
e improvista de sentimientos, había matado al operador del aeropuerto sólo por
el hecho de que se interponía en su camino; la tercera, esa sí la disfrutó,
pasional desde el inicio, ¿había sido justa? No estaba seguro pero le había
dado un poco de satisfacción ver el cuerpo inerte de Regina sobre el frío piso
de su alcoba, había consumado parcialmente su venganza. La cuarta, inútil,
merecida pero inútil, una más en esa cadena de locura, lo había hecho porque
podía hacerlo, porque él tenía el poder de la situación. Ahora estaba ante su
última víctima, la única que realmente se merecía la muerte, la mujer que ante
sus ojos arrastró a su hijo y a él mismo a esa vida de desgracia. Quería eternizar
ese momento en su mente, guardarlo para siempre. Abril se puso en pie delante
de él, miró cómo Francisco, tirado como marioneta sin hilos, se convulsionaba
en silencio. Sabía que la vida se le escapaba y a ella misma también, estaba a
merced de las circunstancias, abrió los brazos y cerró los ojos. Todo estaba
dicho, sería lo que tuviera que ser, estaba lista.
Llegada
la temprana adolescencia fue introducido a ese grupo de dos un nuevo personaje,
un pequeño cuya edad no rebasaría los seis años de edad, su nombre en esa
escuela seria El Homo. Fuera de dicha institución llevaba por nombre el mismo
de su orgulloso padre, Óscar Fernández, pero ahí, en esa granja sólo sería El
Hombre. Las dos niñas se encargarían de su educación, esa era su tarea y su
destino según los ojos de quien las guiaba.
Desde
el inicio amó a sus maestras, buscaba en ellas la figura maternal que se le
había negado desde sus primeros años, dependencia total. Le gustaba refugiarse
en los brazos de Ahura Mazda aunque sólo por unos breves instantes ella le
transmitía un inmenso amor, después de unos minutos de apapacho, ella volvía a
correr de una lado a otro desbordando su imaginación y poniendo en práctica sus
habilidades aprendidas. El Homo tuvo que conformarse con la compañía constante
de Angra Mainyu quien, a regañadientes, permitía que el pequeño la siguiera a
donde fuera que ella iba. Angra Mainyu le tomó cariño al pequeño, sin mimos le
enseñaba las cosas importantes que había aprendido y entraba en cólera cuando
el pequeño una vez que aprendía algo nuevo salía corriendo a buscar a Ahura
Mazda para enseñarle sus nuevos trucos. Así transcurrieron los años aprendiendo
del bien y el mal, influyéndose en los sentimientos de estas dos personas tan
especiales hasta convertirse en una mezcla propia, en él residían visiones
antagónicas. Con el tiempo, el Homo fue testigo del distanciamiento creciente
de Angra Mainyu y Ahura Mazda hasta el punto que se dejaron de hablar, esto
último alentado por el gran recelo que le guardaba Angra Mainyu a Ahura Mazda
por la cantidad de atenciones preferentes que ésta ultima recibía. Ahura,
debido a su naturaleza celestial y omnipotente, dejó de prestarle atención a
Angra dedicándose a su nueva faceta, la meditación y profundizar con su alma y
espíritu. Angra, por su parte, se encontraba descontenta con la situación que
vivía, no entendía por qué ella tenía que ser la mala, por qué la injusta vida
la había puesto en un peldaño más abajo que Ahura. Al llegar casi al final de
la adolescencia, decidió que era tiempo de partir, dejar ese nido y alzar sus
alas en busca de algo más. Tenía apenas 18 años pero se sentía una anciana
detenida por esas rejas que delimitaban las fronteras de la granja. Estaba
lista para experimentar otras cosas, no estaba muy segura de seguir en esta
vida que alguien más había decidido por ella .
Las
pláticas con Homo, quien para esos entonces ya contaba con trece años pero su
lógica y raciocinio bien podría ser envidiada por hombres adultos, fueron
tomando un giro interesante. Por las noches se escabullían de sus habitaciones
y a la luz de una vela recorrían el cauce del río que bordeaba la granja sólo
para refugiarse en una pequeña cueva al norte de la propiedad. Homo, a medida
que crecía, disfrutaba cada vez más y más de su lado oscuro, quería convertirse
en un Inferno y quería convertirse ya, no quería esperar más. Sabía que las
reglas indicaban que solamente después de realizar satisfactoriamente las
pruebas a las cuales fuera sometido y después de cumplir los 20 años de edad
podría ser admitido como un Deus Caelum Inferno. A pesar de todo esto,
intentaba hacer más cortos los escalones que lo separaban de su meta, le
cuestionaba todo a Angra Mainyu, trataba de aprender las técnicas de la
manipulación y la intriga lo más rápido posible, quería apoderarse del
conocimiento total; Angra notaba que su pequeño compañero se estaba tornando en
algo siniestro. En últimas fechas, el interés de Homo por Ahura Mazda había
desaparecido por completo, el meditar, la concentración y la reflexión no eran
armas útiles para conseguir sus objetivos, él quería el poder y estaba
convencido que lo conseguiría de alguno u otro modo.
—¿Cómo fue? ¿Qué pasó en
realidad?— inquirió en una voz calmada el licenciado Fernández, voz que no
correspondía con su cara enrojecida por tanta excitación. Sin dejar de apuntar
con su arma a la cabeza de Abril buscaba en ese último momento las respuestas
que lo atormentaban.
—Todo se salió de control, fue
realmente algo que no esperaba él…— la voz de Abril se quebró como si recordara
aquellos últimos momentos que compartió con el Homo.
Una
vez más, Angra Mainyu y Homo se encontraban en su refugio nocturno alimentando
con historias aprendidas la pasión que sentía por los Deus Caelum Inferno. Él
estaba fascinado, le encantaba platicar con Angra y ella era la única en quien
podía confiar, bueno, eso creía. Ese día gris, después de haber practicado por
horas a la luz de la luna el poder apartar de sus signos vitales la revelación
de la mentira, Angra Mainyu habló seriamente y le reveló sus intenciones de
dejar esa vida, esa jaula de oro en la que se encontraba y necesitaba de él
para poder lograrlo, él, su gran confidente. Homo, en principio, creyó que las
palabras de Angra eran parte de la práctica, sin embargo, Angra Mainyu nunca
había sido tan buena en el arte del mentir, la escuchó seriamente, lo tenía
bastante planeado, a Homo le daba más coraje enterarse de que ella había estado
pensando en dejar a los Deus Caelum Inferno desde hace ya bastante tiempo sin
que él hubiese podido notarlo representando una afrenta a su orgullo. El plan
era simple pero efectivo, sólo necesitaba de un testigo que supiera mentir sin
poder ser detectado por un centinela experimentado y en una de aquellas noches
oscuras sin luna brincaría al arroyo en su parte menos profunda, lo cruzaría
con cuidado; generalmente no tenían mucha fuerza esas aguas pero solían ser
traicioneras. Avanzaría por la orilla del lago sujetada de las plantas que
nacían a la orilla del riachuelo y cruzaría el límite de la propiedad por
debajo de la reja que la separaba del mundo exterior. Al momento de cruzar la
reja tendría que escalar a tierra firme ya que el riachuelo se unía a un río
caudaloso, de ahí a la libertad pura y simple. Homo lo único que tendría que
decir fue que Angra Mainyu tropezó y cayó de cabeza al río, que la corriente la
arrastró más allá de la reja y que su cuerpo se perdió en el río principal, tan
sencillo, tan fortuito que sería brillante, nadie dudaría de las palabras de
Homo y ella sería al fin libre. Angra Mainyu añoraba dejar de ser “Angra
Mainyu” y volver a ser simplemente Abril. Había pensado en todo,
lamentablemente como suele pasar, lo impensable es lo que usualmente sucede.
Homo se levantó del frío piso de la caverna, tomó la vela en sus manos, la
acercó a su rostro y le dijo quedamente a Angra Mainyu “Tú no te vas a ir a
ninguna parte, tú perteneces aquí con nosotros, eres una Inferno y los Inferno
jamás huimos”. Angra Mainyu primero esbozó una
tímida sonrisa, creía que Homo estaba siendo sarcástico pero algo que vio
en los ojos de aquel adolescente la estremeció, el fuego de los Inferno lo
llevaba muy adentro de su alma. “No permitiré que te vayas, no dejaré que
destruyas el equilibrio que nuestros maestros han luchado por preservar”, al
decir esto, el joven dio media vuelta y comenzó a caminar velozmente a la
salida de la cueva. Angra Mainyu lo alcanzó, “¿Qué no entiendes? Nos manejan a
su placer, realmente no somos libres ni elegimos nuestro destino, simplemente
estamos repitiendo patrones de una historia antigua, somos una caricatura mal
dibujada de una leyenda” El Homo jaló su brazo con fuerza y logró zafarse de
Angra, comenzó a correr, debía de llegar a donde estaban los centinelas para
advertirles de las intenciones de Angra.
Al cruzar el umbral de la cueva, Homo se encontró ante una lluvia
torrencial, se sorprendió, sentía que esto le agregaba un dramatismo especial a
la situación que estaba viviendo, el breve descanso que dio por la sorpresa de
encontrarse en plena tormenta dio oportunidad a Angra de alcanzarlo. “¡Te
suplico que me escuches, no puedo continuar viviendo así! ¡No soy feliz,
necesito libertad para ser quien quiera ser!”. Homo la escuchó, no podía creer
lo que decía, cómo era posible que alguien a quien los Deus Caelum Inferno
hubiesen dado tanto quisiera abandonarlos alegando que era infeliz. Por primera
vez la concibió empequeñecida, diminuta, ya no era la gran guía Inferno, era
sólo una chica tonta y asustada. Tomó una decisión, tenía que comportarse a la
altura de la situación, si Angra Mainyu quería desertar, entonces merecía el
destino de los desertores. La muerte.
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