miércoles, 18 de febrero de 2015

Capitulo 38

No había ruido, absolutamente estéril el aire de sonido. Palmo a palmo fue sintiendo su cuerpo, su respiración, su peso. El blanco del techo llenaba su pupila, mientras más observaba, las imperfecciones se iban volviendo presentes, una pequeña telaraña de color marrón en la esquina, una cuarteadura cerca del ventilador, la huella empolvada de lo que parecía ser una mano. Se intentó incorporar apoyándose sobre sus codos, la cabeza le dolía, en realidad todo el cuerpo le dolía, se volvió a tumbar sobre la cama para tratar de descansar un poco más. Vio que tenía puesta una bata de color azul claro, bajo de ella sólo la desnudez de su cuerpo. Se acomodó nuevamente utilizando su antebrazo derecho como almohada, podía ver sus pies descalzos al final de la cama señalando cada uno para lados antagónicos. Le impresionó el tono amarilloso que tenían sus manos, las sentía frágiles y acalambradas, levantó su mano izquierda para rascarse la cara, pudo ver que de su muñeca colgaba una pulsera con sus datos: “Francisco León, 29 años, Soltero, Paciente No.327-C”. Entendió que se encontraba en un hospital, tenía la barba crecida y no sabía exactamente cuánto tiempo tendría en ese lugar pero, a juzgar por la longitud de su barba, no sería menos de dos semanas. Escuchó ruidos por primera vez en un largo rato, posó su atención en la puerta de madera pintada burdamente de color blanco, parecía que detrás de ella existía mucha actividad. Se volvió a incorporar, estaba tratando de ordenar su mente, un pensamiento lo atravesó por completo,  —Abril, ¿dónde está ella?— comenzó a recordar a Ramiro, a Rocío, a Fernández, el viaje a la capital, el reencuentro con Abril, el pleito con Fernández y, por último, a los Deus Caelum Inferno. Todo y todos daban vueltas en su cabeza adolorida, trató de levantarse para buscar a alguno de sus conocidos pero sus piernas no respondían como él hubiera querido, cada músculo le dolía infinitamente, el solo hecho de bajar una pierna de la cama le costó más que cualquier ejercicio que hubiera hecho en su vida. Tentó con cuidado el frío piso del cuarto, le costaba trabajo respirar, sentía su cuerpo atrofiado por la inactividad, sin embargo, eso no lo detuvo, tenía que saber dónde estaba Abril, qué era lo que había pasado en aquel parque con el licenciado Fernández, quería ver a Rocío aunque sus últimos confusos recuerdos le indicaban que ella ya no estaba en este mundo. Logró ponerse de pie, a duras penas podía dar un paso tras otro sin caerse, sintió vértigo pero inmediatamente se repuso. Continuó su camino hacia la puerta.
—¿Qué tipo de hospital es este en donde las enfermeras ni se asoman para ver cómo está uno?— dijo Francisco en voz baja, las palabras también le dolían. Quería regresar a la cama y dormir un rato más pero la puerta ya estaba a sólo unos pasos de distancia, no podía permitirse ceder a estas alturas. Estiró la mano para tomar la manija cuando de pronto la puerta se abrió. Aparecieron delante de él dos hombres inmensos con cara de pocos amigos vestidos completamente en un impecable color blanco. Sin mediar palabra, lo tomaron de las axilas y lo regresaron cargando a la cama, Francisco vio cómo todo su esfuerzo por llegar a la puerta había sido en vano, en tres zancadas lo habían regresado a su punto de partida, lo recostaron sin sujetarlo, como si supieran que era tan débil que no podría replicar absolutamente nada. Por la puerta abierta del cuarto también entró una tercera persona, un hombre en edad madura, cabello cano engominado, camisa de lino color azul claro, anteojos grandes con marco de pasta y la distintiva bata de color blanco que nunca podría faltar en un médico que se preciara de serlo. Caminó a paso firme absorto en una tabla médica que llevaba en sus manos, aún balbuceando para sí mismo se paró justo en frente de Francisco y sonrió al mirarlo.
—¿Cómo amaneciste hoy, Francisco?— el joven lo miró con cierta confusión.
—Supongo que bien, aunque me duele un poco la cabeza— contestó tímidamente.
—No te preocupes, ahorita te damos algo para que te sientas mejor— el doctor volvió sobre sus pasos y salió de la habitación. Los dos hombres que acompañaban a Francisco parecían estatuas haciendo guardia uno en la cabecera de la cama y el segundo a sus pies, ninguno de los dos lo miraban. Al paso de unos segundos, el doctor volvió con un vaso de plástico en su mano, se lo extendió a Francisco y le entregó dos pastillitas de color rojo. El joven agradeció el gesto y se las tomó sin pensarlo dos veces.
—Doctor, disculpe, ¿no hay nadie esperándome en la recepción?— el médico tomó sus anteojos del bolsillo frontal de su camisa, se los colocó al momento en que daba una ligera exhalación, acción que Francisco interpretó como signo cansancio. El doctor revisó cuidadosamente los ojos de Francisco con una lamparita.
—¿Quién podría estar esperándote, Francisco?— preguntó el doctor con aire despreocupado mientras bajaba la lámpara y se acomodaba el estetoscopio en los oídos.
—Pues no sé, a la mejor mi novia, se llama Abril, o un amigo de nombre Ramiro, él es policía…— Francisco dejó de hablar, la mirada fija del doctor lo desconcertó, sintió cómo los dos hombres, apostados en cada lado de la cama, lo miraban divertidos. El doctor suspiró profundamente.
—Ya veo que va a ser uno de esos días, Francisco— con cara de consternación, se retiró nuevamente los lentes y les hizo una seña a los hombres vestidos de blanco. El primero de ellos rápidamente salió del cuarto, el segundo le acercó una silla vieja de madera que estaba en la esquina y la acomodó frente a la cama, justo donde estaba parado el doctor. Éste último, con todo el tiempo del mundo, tomó asiento. Francisco no estaba entendiendo nada.
—Disculpe, ¿a qué tipo de días se refiere?¿Cuál es su nombre?¿Cómo se llama este hospital?— el hombre que había salido de la habitación regresó al paso de unos minutos, le entregó al doctor un paquete de cigarrillos, una pequeña grabadora de color negro y una carpeta color vainilla. Después de esto, se retiró de la habitación y cerró la puerta con llave desde afuera.
—Francisco, necesito que me digas mi nombre, por favor— dijo el doctor mientras extraía un cigarrillo del paquete amarillento que tenía en sus manos. Francisco lo observó, su desconcierto era total.
—Disculpe, pero no tengo ni idea de cómo se llama usted por eso se lo pregunté, ¿me podría decir en dónde estoy?, ¿qué está pasando?— el doctor encendió su cigarrillo tranquilamente, aspiró y soltó una gran bocanada de humo en dirección al joven.
 —Sabes perfectamente cómo me llamo, ¿sabes qué pienso? Que estás jugando conmigo, que disfrutas hacer esto todos los malditos días sólo para jorobarme el alma— Francisco no movió ni un músculo, creía que pronto despertaría de este raro sueño, esperó pero nada sucedió. El doctor que tenía en frente sólo fumaba y lo observaba, después de un rato de mutua contemplación, el doctor rompió el silencio.
—Mira, te lo he dicho miles de veces pero veo que tendré que hacerlo nuevamente. Me llamo Gilberto Decenas, soy el director de este Instituto, tú eres nuestro paciente y lo has sido por los últimos siete años. Este Instituto se dedica a tratar a personas con trastornos mentales crónicos y lamentablemente tú eres uno de nuestros casos más severos— Francisco se le quedó viendo fijamente, no dijo ni una sola palabra. Unos breves minutos después esbozó una leve sonrisa, volteó a ver al tercer hombre en la habitación tratando de encontrar algún gesto que delatara la broma.
—¿Está jugando, verdad?— preguntó mientras intentaba levantarse de la cama, nuevamente no lo consiguió.
—No Francisco, lo siento pero no. Esta es tu realidad, cuatro paredes y un colchón— dejó de sonreír, percibió en la cara del doctor que estaba hablando en serio, sintió miedo, lo estaban confundiendo y el pánico se apoderó de él ya que había escuchado historias de cómo personas cuerdas se quedaban atrapadas en manicomios por simples equivocaciones.
—Esto es un error, yo no pertenezco a este lugar, yo no estoy loco— dijo Francisco con toda la claridad y firmeza posible. El doctor no dejaba de mirarlo, se levantó y se sentó a su lado. De forma paternal posó su mano derecha sobre el hombro de Francisco.
—Tranquilo, ya recordarás, siempre es lo mismo contigo, pero no te preocupes, el día de hoy tengo tiempo para atenderte, te ayudaré a recordar— Francisco estaba realmente asustado, este tipo estaba hablando muy en serio, ni siquiera una broma de Ramiro podría ser tan creíble. Volteó a ver a la ventana del cuarto, demasiado pequeña para escapar, recordó que la puerta había sido cerrada por el hombre que salió de la habitación.
—Doctor créame, están confundiéndome, yo no llevo quien sabe cuántos años en este lugar, hace sólo unos días o…— no podía precisar realmente cuánto tiempo tenía ahí, —semanas estaba yo en la Ciudad de México, hay gente que lo puede corroborar— intentaba ordenar su mente al momento que quería lucir lo más cuerdo posible. El Doctor Gilberto Decenas se levantó nuevamente, caminó hasta la ventana y tiró la ceniza del cigarro que ya se estaba acumulando.
—Bueno, Francisco, si eso que dices es verdad, ¿quién puede corroborarlo?— Francisco hizo memoria, no quería apresurase al hablar.
—Pues, primero que nada está Abril, ella es mi novia y estábamos en un…— el doctor esbozó una cínica sonrisa y lo interrumpió.
—Disculpa que te interrumpa, Francisco, sólo quiero entenderte bien. ¿Con tu “novia Abril” te refieres a la misma Abril que murió al derrumbarse su casa por el incendio de hace siete años?— el joven calló en seco, ¿cómo era posible que este hombre supiera lo del incendio? Si le decía lo que en realidad había sucedido, que Abril no estaba muerta, sino que se había unido a una secta secreta parecería más loco de lo que ya lo creían. Prefirió ya no seguir hablando de ella.
—Mire, doctor, creo que usted podría confiar en la palabra de un oficial de la Ley, mi amigo Ramiro Paredes es sargento de la policía de Chihuahua, él podrá corroborar mi identidad y confirmar que hace unas pocas semanas estuve con él en su cumpleaños— el doctor Decenas rodó los ojos en un gesto de desesperación.
—Eso lo puedo corroborar hasta yo, Francisco, ese Ramiro es un muy buen amigo, no ha dejado de asistir a los días de visita aquí en el Instituto, inclusive el día de su último cumpleaños estuvo aquí contigo— respondió cortantemente el médico. Francisco estaba cada vez más extrañado, volvió a mirar todo a su alrededor, tenía que ser un sueño, una pesadilla, no podía creer lo que estaba escuchando.
—Por cierto, Francisco, sólo para entretenerme un poco más, ¿podrías describirme a Abril? Bueno, si es que tiene forma definida, claro está— el sarcasmo con el que hablaba el doctor molestaba en sobremanera a Francisco, respiró profundamente y comenzó:
—Estatura aproximada un metro sesenta, cabello negro, ojos negros, tez blanca, delgada…— una leve risa detuvo su descripción, el doctor Gilberto Decenas lo había interrumpido nuevamente.
—Deja que te interrumpa una vez más Francisco— el médico abrió la carpeta color vainilla que le habían entregado hacía sólo unos momentos, repasó varios papeles y se detuvo en uno sonriendo —Dime por favor si en esta fotografía ves a Abril— el doctor sacó la imagen que tenía entre sus papeles y se la extendió a Francisco. El joven la tomó en sus manos, se le hizo familiar desde el principio, la rotó para verla bien y en un acto violento arrojó la imagen sobre la cama, se sorprendió, su respiración se agitó, empezó a híper ventilarse, intentaba retroceder pero tras de él estaba la pared que le impedía salir de esa situación.
—¿Qué es esto? ¿Qué chingados está pasando aquí? ¿Quiénes son ustedes? ¡Son ellos verdad! ¡Son los Deus Caelum Inferno!— Francisco estaba frenético sobre la cama, el doctor se mantenía firme observándolo desde la silla de madera como si viese una escena cotidiana. Volteó a mirar al hombre vestido de blanco y asintió con la cabeza, en el acto el hombretón sacó una jeringa que ya venía cargada con un líquido verdoso, removió el tapón de seguridad y se lo clavó a Francisco en la parte superior del hombro derecho. Inmediatamente Francisco se calmó y el hombretón, sin mucho esfuerzo, lo acomodó sobre la cama. El paciente estaba relajado, quieto pero consciente. La fotografía que le había mostrado el doctor Decenas era la misma que había encontrado en el despacho de los Fernández, era la fotografía de Abril.
<< La foto mostraba a  una mujer joven de aproximadamente 25 años, se apreciaba de la cintura para arriba, de tez blanca, ojos que combinaban con sus cabellos negros despeinados, una sonrisa casi infantil en el rostro que la hacía ver más joven de lo que realmente era, parecía sorprendida aunque de una forma agradable, en el retrato estaba vestida con un abrigo de lana gris entallado a su esbelta figura, en el fondo se veían la fachada de varios edificios con todo y sus calles y peatones. >>
La única diferencia radicaba en que la fotografía que le mostraba el doctor pertenecía a una de las doce páginas de un calendario ya viejo y se podían observar claramente los días marcados debajo de la imagen. La fotografía lucía polvorosa y despintada pero definitivamente era la misma que él había visto antes, lo que más le asustó fue que esa página del calendario marcaba justamente el mes de Abril.
—¿La reconoces? — el joven no respondió, —¿la reconoces Francisco?— insistió el médico. Francisco lo miró directamente a los ojos y asintió con la mirada. —Es Abril, ¿verdad?— preguntó nuevamente. Francisco bajó la mirada, no quería escuchar la respuesta, el doctor Decenas tomó la fotografía y la acercó al rostro del paciente. —Pues no Francisco, no es Abril, es una modelo que posó para algún fotógrafo y después fue recopilada para este calendario— el joven no lo creía, estaba intentando poner su mente en claro, trataba de recordar qué sucedió exactamente en el parque o después, lamentablemente su mente seguía en blanco. —Francisco, este calendario estuvo colgado en esta misma habitación el día que llegaste a este Instituto después del evento desafortunado. ¡Observa el año, es del dos mil cuatro por Dios! Hace más de siete años— Francisco levantó la mirada con cara de extrañeza y respondió:
—¿Cuál evento desafortunado?— el doctor Gilberto Decenas se acomodó en su silla, sabía que lo que estaba a punto de decirle podría poner al paciente muy violento, debía de ser muy cuidadoso en la forma de escoger sus palabras.
—Francisco, ¿sabes por qué estás aquí?— el joven sintió las lágrimas a punto de brotarle de desesperación. Lo peor de todo es que no podía terminar el rompecabezas que tenía en su mente, una y otra vez volvía el recuerdo recurrente de estar enfrente de Fernández acompañando hasta el final a Abril, pero no recordaba más. Algo debió de haber salido muy mal para no poder recordarlo, —Francisco, por favor, contéstame, no es momento de perderte en ti mismo, ¿sabes por qué estás aquí en este Instituto?— con voz desesperada contestó:
—Esto es un error, yo no pertenezco a este lugar, tiene que creerme doctor, no he hecho nada para estar aquí encerrado—  Gilberto Decenas se serenó, —Francisco, me preguntaste sobre el evento desafortunado, creo que es momento de que veas otras fotografías— tras decir esto, volvió a buscar en la carpeta y sacó tres imágenes las cuales una a una fue colocando frente al paciente. Las primeras dos las reconoció inmediatamente, eran del incendio de la casa de Abril, la tercera le fue completamente ajena, la fotografía mostraba a una jovencita de unos 20 años de edad sentada en un pupitre, lucía tímida, absorta, cabello negro corto al hombro, delgada, demasiado delgada para su gusto, ojos marrones comunes y olvidables, sonreía sin sonreír apenas mostrando una leve curvatura en la comisura de sus labios.
—¿Quién es?— preguntó Francisco refiriéndose a la chica de la fotografía. El doctor se levantó de su asiento sosteniendo la imagen entre sus manos y caminó con dirección a la ventana y en el tono más dramático posible contestó:
—Ella, mi estimado Francisco, es Abril. Tu amor de universidad, la mujer con quien viviste de vez en vez, a quien le juraste amor eterno, de quien sospechaste que te era infiel y después de sorprenderla con una persona mayor platicando en los jardines de la universidad decidiste que era cierto. La misma Abril a quien un día, cegado por los celos y la rabia, encerraste junto a ti en aquel pequeño departamento…— dijo mientras señalaba las otras fotografías, —y prendiste fuego con cinco litros de gasolina—.
Francisco estaba helado, no sabía de qué le hablaba este hombre. Estaba tan confundido, no sabía si era el medicamento el que lo dormitaba o que realmente se encontraba en una pesadilla. Trataba de abrir bien sus sentidos, atento a las palabras del doctor para poder entender qué sucedía.
—Lamentablemente los bomberos sólo pudieron salvarte a ti. Pobre niña, lograron sacar su cuerpo sólo hasta que las llamas fueron completamente sofocadas. Desde ese momento perdiste la cabeza, Francisco. Creaste una fantasía en tu mente para escapar de la realidad, de tu realidad que habías destruido. He estado aquí día tras días escuchando tus alucinaciones sobre sectas secretas que controlan al mundo, sobre una Abril que no era tu Abril. Para ti era tan doloroso el recuerdo de la mujer que asesinaste que creaste una nueva para no tener que verla ni siquiera en tus sueños, e inclusive en últimas fechas comenzaste a decir que en realidad no había muerto. Siento mucho decírtelo Francisco, pero la aceptación de lo que sucedió es lo único que podrá ayudarte a mejorar, a sanar, tienes que ser consciente de lo que hiciste y consciente también de que estás enfermo y que como todo enfermo necesitas tratamiento médico— Francisco estaba inmóvil observando al doctor, todo lo que decía parecía tan descabellado, tan fuera de realidad, pero al mismo tiempo tenía más lógica que pensar que los Deus Caelum Inferno habían orquestado todo sólo para arruinarlo a él, a un don nadie, a un cero a la izquierda. El doctor Gilberto Decenas había sembrado una duda muy profunda en la mente de Francisco, duda que se esparció como pólvora en su cabeza. ¿Y si fuera verdad? ¿Y si todo lo vivido en estos últimos siete años fuera producto de su imaginación?  Si todo eso que le decían era cierto, entonces podría ser curado. ¿Podría volver a tener una vida normal? ¿Podría alguna vez volver a ser feliz? ¿Quién era esa Abril a la que idolatraba? ¿Podría realmente ser sólo una alucinación, un deseo inalcanzable?
Por la mirada del paciente, el doctor Gilberto Decenas entendió que el medicamento había surtido efecto. Decidió que era tiempo de dejarlo descansar, ya tendría más tiempo el día de mañana para atormentarlo un poco más. Con un gesto casi imperceptible, indicó al hombre que lo acompañaba que abriera la puerta para que pudieran salir, el hombre obedeció inmediatamente. Francisco observó cómo ese par se retiraba de su habitación, creyó ver por un segundo un anillo dorado en el dedo anular del doctor Decenas, su somnolencia no le permitía enfocar muy bien. Después de una media hora, Francisco cayó en un estado de letargo, sin dormir pero sin estar despierto. Vio cómo, tras la ventana, se ocultaba el sol y la luna tomaba su lugar, extrañamente se sentía relajado y cómodo. Si era verdad todo lo que el Doctor Decenas le había dicho, entonces Abril no era la persona que él conocía y recordaba, peor, la Abril de sus sueños no existía, eso paradójicamente lo hacía sentir más en calma. La tristeza ya no lo abrumaba, no le dolía tanto el corazón, un sentimiento de esperanza lo empezó a envolver, esperanza en un futuro mejor.
La noche empezó a clarear, el frío del cuarto vacío envolvió a Francisco, no había dormido ni un segundo en toda la noche, había estado pensando y pensando tratando de llenar los huecos en su memoria. Esperaba con ansia el regreso del doctor Gilberto Decenas para que le explicara qué era exactamente lo que le sucedía y como podría ser curado. Parecía que la espera había terminado, escuchó la llave entrando en el cerrojo y vio cómo la perilla de la puerta giraba. Abrieron la puerta y ahí estaba ella, Abril en toda su presencia, con su cabello largo y negro, su tez blanca, su sonrisa cautivadora, la Abril que recordaba y amaba, estaba ahí ante él  justo como la vio hace unos días al enfrentarse a Fernández, lo miró y le sonrió:
—Ven, Francisco, toma mi mano, tenemos que escapar. 
FIN
26 de Diciembre del 2012




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