miércoles, 28 de enero de 2015

Capitulo 34

El asesino estaba preparado, tenía su arma bajo las ropas, paciente, esperando el momento indicado para entrar en acción. Su calma no permitía que ni una sola gota de transpiración manchara su impecable camisa blanca, ajustó su corbata y se sentó a esperar. Su cerebro ya no operaba como el común de la personas, no se regía por el bien o por el mal, se encontraba libre de límites morales. Entre los psicópatas no existe la empatía, sólo la imitación de la misma con el fin de conseguir un objetivo que llena al sujeto de placer. Así estaba él, esperando que sus piezas de ajedrez movidas admirablemente por hilos invisibles se colocaran por sí mismos en la posición de jaque mate. Escuchó pasos, el sonido inconfundible de un tacón estrellando contra el pavimento, había llovido esa tarde por lo que el sonido también era húmedo. Se replegó contra los árboles que le cubrían las espaldas, quería camuflarse por el momento, dar a conocer su presencia sólo hasta que estuviera listo, hasta que todos estuvieran listos.
Rocío llegó al lugar donde se había quedado de ver con Francisco. Llevaba consigo un huracán de ruidos y movimientos. Perturbaba profundamente la esencia armoniosa de aquel lugar, caminaba sonoramente al momento que hojeaba un pequeño folleto izquierdista que le había entregado un obrero del antiguo Sindicato Mexicano de Electricistas. Con la mano que le quedaba libre gesticulaba al aire al ritmo e intensidad del discurso que leían sus ojos. Había llegado temprano, por lo menos una hora antes de lo planeado, miró a su alrededor y la tranquilidad le pareció absoluta. Sintió frío. En su mente levantaba castillos de arena imaginando toda la información que poseería el día siguiente, se saboreaba los conocimientos ocultos que tendría entre sus manos y por un momento se contempló ante una multitud de académicos presentando su libro revelación del año titulado “Los secretos del equilibrio mundial”. La ambición la estaba haciendo perder la cabeza, la estaba convirtiendo en un ser interesado en sólo su beneficio personal, se concibió perversa, pero ese sentir fue borrado nuevamente con una nube de sueños. Se sentó en la banca de aquel pequeño parque, rodeada por los árboles no alcanzaba a percibir otro sonido más que su propia respiración. Miró su reloj nuevamente, ya habían pasado treinta minutos. ¿Dónde estaría la persona por quien concertó esa cita? Tomó su bolso y cuidadosamente lo abrió sólo para cerciorarse de que el cuadro de los Deus Caelum Inferno se encontrara ahí y no fuera todo sólo una loca alucinación. Estaba ahí, eso la motivó a seguir con lo planeado, al fin de cuentas, ella sólo tendría que señalar a la persona que acompañara a Francisco, nada más.
—También Judas sólo tuvo que dar un beso— las palabras se le escaparon de sus labios sin pensarlo, como una última advertencia que lanzaba su subconsciente para que recapacitara. No lo hizo, se limitó a convencerse de que ella no era Judas, ni la mujer de Francisco era Jesucristo, eran dos circunstancias completamente diferentes. Hasta donde ella sabía, no pasaría nada malo, tal vez sólo era otro hombre enamorado de la misma mujer que la buscaba con desesperación. Escuchó atenta, oyó pasos que se acercaban y el murmullo de una voz. Disimuló mirando las copas de los árboles como si hubiese descubierto un pájaro extraño en uno de ellos.
—Lo hecho, hecho está, no hay más— se dijo para sí mientras esperaba.
Francisco llegó solo, lucía radiante como si el brillo del sol lo acompañara en cada paso. Era la esencia del amor lo que lo impulsaba, estaba tan enamorado, tan feliz de haber reencontrado eso que por tantos años le faltó, que no imaginaba que algo pudiera arrebatarle la sonrisa en esos momentos. Entró al parque donde se había quedado de ver con Rocío, olió el aroma perfumado de las hojas recién bañadas con el rocío del atardecer. Se sentía pleno, completo, listo para lo que fuera, en su mente una balada feliz tocada por los Beatles sonaba una y otra vez.
Bright are the stars that shine, dark is the sky, I know this love of mine will never die, and I love her.
Saludó a Rocío desde la distancia llamándole cariñosamente teacher. Se acercó hasta ella y la abrazó. Rocío, algo desconcertada pero sin querer aparentarlo, lo saludó efusivamente.
—¡Hola, mijo! ¡Te noto muy contento! le dijo Rocío mientras lo abrazaba intentando ver atrás de él para ver si alguien lo seguía, en específico, Abril. No vio a nadie.¿En verdad la encontraste? preguntó esperando que su antiguo alumno no hubiese perdido por completo la cabeza y la respuesta fuera “sí, aquí está enseguida mío” señalando un espacio vacío.
Y no vas a creer de qué manera, fue como un cuento de hadas, como una película de amor, por casualidad, fue como si el destino hubiese preparado cuidadosamente ese momento repuso Francisco con una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Y dónde está? preguntó Rocío con cara de preocupación. Francisco siguió caminando hasta la banca, tomó asiento y respiró profundamente.
No quiso venir, dijo que tenía cosas que arreglar antes de volver conmigo a Chihuahua Rocío, sin ocultar ya su preocupación, giró hacia donde se encontraba Francisco y se colocó frente a él. Tomándolo de los hombros exclamó serenamente:
Francisco, necesito verla. Para mí es muy importante su alumno la miró desconcertado.
Chío, sé que te has involucrado mucho en este viaje extraño que realizamos pero no te preocupes, te juro que la conocerás, cálmate Rocío lo soltó, se tomó la cara con ambas manos subiéndolas lentamente hasta sus cabellos en señal de desesperación. Francisco no lograba comprender tanto teatro.
Tú no entiendes, Pancho, ¡necesito que esté aquí ya! Es mi única oportunidad para… calló en seco. Francisco la miró fijamente, algo en la mirada de su mentora no le gustó en lo absoluto.
¿Para qué, Rocío? ¿Qué es tan urgente que necesitas que esté aquí?
—Yo, yo…— la mujer tartamudeó, no tenía una respuesta en su mente que no decepcionara a Francisco. Sin poder verlo a los ojos comenzó, —alguien más la busca, por eso te… — un estruendo fulminante cimbró los oídos de Francisco que no le permitieron escuchar la respuesta. Sus ojos fueron cegados por un resplandor, no sabía qué estaba pasando, todo fue tan rápido. Rocío se desmoronó y cayó a los pies de Francisco. Éste, aún sin entender, trató de impedir la caída sin poder evitar que el rostro de su maestra chocara contra el suelo. Intentó levantarla pero se separó del cuerpo de su mentora al ver que un hilillo de sangre corría por su cuello.
—¡¿Qué chingados?!— gritó Francisco con una cara de espanto. La cabellera de Rocío comenzó a enrojecerse, Francisco, con el pánico atorado en la garganta, dio dos pasos para atrás, estaba en shock. Fue ahí donde lo vio caminar lentamente hacia él, salió de entre los árboles con una pistola aún humeante en su mano derecha. Francisco lo vio por partes, su cerebro no era capaz de retener tanta información a la vez, zapatos negros de charol, traje sastre a la medida color azul profundo con rayas definidas, corbata  al cuello, mancuernillas, cabello dorado engominado que dejaba entre ver una naciente calvicie y el rostro inmutable del licenciado Óscar Fernández coronándolo todo. No lograba captar lo que acababa de suceder, la última vez que había visto al licenciado se encontraba colgado de cabeza en la puerta de su despacho. Sabía que era Óscar y no Mario, su hermano gemelo y por quien había iniciado todo este viaje, por la simple y sencilla razón de que Óscar era diestro a diferencia de Mario que siempre había batallado para conseguir artículos para zurdos. La mente de Francisco daba vueltas en un loco torbellino hasta que la voz del licenciado lo trajo de vuelta a la realidad.
—Ya no la necesitamos, ¿verdad? Cumplió con su función— dijo despectivamente mientras tentaba con su pie el cuerpo de Rocío y, sin dejar de ver el bulto que yacía en el suelo, le ordenó a Francisco que tomara asiento. Éste no escuchaba nada, la mueca de horror no se le desvanecía del rostro, por instinto de sobrevivencia obedeció.
—Ahora me vas a decir dónde está esa putita amiga tuya. No tienes idea del trabajo que me ha costado localizarla, desde tener que contratar a un idiota como tú para poderme acercar a ella hasta ensuciarme las manos— al decir esto último, escupió sobre el cadáver de Rocío. —Bueno, no quiero ser injusto, no creas que no lo he disfrutado, sin embargo eso ya no importa, dime dónde está a menos de que quieras terminar igual— Francisco contuvo la respiración. Tratando de ser más inteligente, dijo la más estúpido que podría haber dicho:
—No sé de quién me hablas, ¿qué carajos está pasando?
—Te diré qué carajos pasa. Tu putita me debe unas cuantas explicaciones que quisiera que me aclarara— Francisco, tras ordenar un poco sus ideas, respondió:
—Pero tú estás muerto, yo te vi, todo el mundo te vio. Esto no puede ser posible— el licenciado sonrió y creyó prudente explicarle un poco las cosas a ese pobre iluso.
—Son las ventajas de tener un hermano gemelo…— se mojó los labios con ansiedad, —...que tome tu lugar cuando lo necesitas— un gesto parecido al arrepentimiento cubrió por un segundo la faz del licenciado, —pobre mi hermano, él también creyó que podría ser más listo que yo y mira cómo le fue, así que basta de tanta plática. Dime en dónde está o ya sabes lo que te espera, debes de entender que ya no estoy para juegos, es ahora o nunca. ¡Habla ya! — Francisco no estaba dispuesto a dejar la vida de Abril en las manos de ese asesino. Con una actitud renovada, se levantó de la banca y lo enfrentó con palabras que denotaban orgullo.
—Toda mi vida me he sentido fuera de lugar, como si no perteneciera a este mundo. Desde la primaria me sentí especial pero a lo largo de los años esa parte especial en mí se fue convirtiendo en soledad, en fracaso, en miedo a la vida que no me era fácil comprender. No podía ser uno más del montón y dejarme llevar, simplemente no encajaba. Así, perdido, he vivido gran parte de mi vida, en la sombra de la mediocridad, sin lograr ser la persona que alguna vez soñé que quería ser, hasta que llegó ella. Cambió mi mundo completamente, me comprendía y compartía mis ilusiones, me daba esperanza para pensar que no era el único con un pensamiento atípico en el mundo— con una leve sonrisa en los labios concluyó, -—así que la respuesta es no, no te entregaré lo que más quiero en el mundo y no me importa qué hagas conmigo, ya he tocado fondo y no pienso caer de nuevo, así que haz lo que tengas que hacer, pero ya sabes mi respuesta— el licenciado Fernández comprendió que no le sacaría ningún tipo de información a este hombre, podía ver en su mirada la determinación de protección que lo invadía. Pensó que era mejor no dejar cabos sueltos, ya encontraría otra forma de llegar hasta esa mujer que odiaba tanto, tal vez la muerte de este sujeto la haría salir de la ratonera, el último recurso sería utilizarlo como carnada. Levantó su brazo con el arma en mano y apuntó directamente en medio de los ojos del joven. Éste instintivamente cerró los ojos como si al hacerlo todo lo que sucedía a su alrededor se desvaneciera. Contó hasta tres pero nada pasó, abrió los ojos esperando a que el licenciado hubiera recapacitado y bajado su arma, sin embargo, lo primero que vio fue el oscuro cañón de la pistola. Estaba a punto de volver a cerrar los ojos cuando prestó atención al rostro del licenciado, miraba en otra dirección y tenía un gesto de satisfacción.
—¡Baja esa arma, Tempus Collectio! ¿Qué es lo que estás haciendo?— Francisco reconoció la voz de Abril. Entendió cuál había sido el motivo por el que el licenciado no había jalado el gatillo. —Él no es parte de esto, no tienes el derecho de lavar tus penas con sangre,  ¿acaso te has vuelto loco?— gritó Abril nuevamente. Francisco se quedó muy callado esperando a que se olvidaran de él, por alguna extraña razón, la presencia cercana de Abril lo hacía sentir protegido. Comprendió, por el nombre que llamó al licenciado, que Abril lo conocía.
            —Debe de ser parte de la secta esa que tanto me habló Abril la noche anterior y el mismo licenciado semanas atrás— pensó Francisco.
—Estás aquí, pequeña Angra Mainyu, por fin te encontré— dijo el licenciado Fernández bajando su arma lentamente. El joven aprovechó para moverse, pensó en huir pero después de unos segundos optó por hacer lo correcto. Caminando sobre sus pasos, se colocó al lado de Abril para hacerle frente a lo que fuera que quisiera el licenciado. Ella no le prestó mucha atención, su mirada estaba fija en el cuerpo de la mujer que estaba tirada en el suelo. Un charco de sangre había pintado de color rojo intenso la tierra alrededor formando una especie de lodo viscoso.
—¿Pero qué has hecho?, sabes que este no es el camino, al menos no para ti, estás poniendo en riesgo a la sociedad con tu estupidez— el licenciado Fernández miró de reojo el cuerpo de Rocío y, sin hacerle mucho caso, hizo una mueca de indiferencia. Le respondió a Abril de una manera sumamente cordial:
—Mira, Abril, Angra Mainyu o como sea que te llames actualmente, yo sé quién eres, te conozco y sé lo que has hecho, pero lamentablemente para ti, ignoras quién soy yo— Abril, arqueando las cejas, dio dos pasos hacia adelante para acercarse al sujeto que aún sostenía el arma homicida. Lo observó con sus ojos clavados como agujas en el rostro del licenciado Fernández.
—¿Mario? ¿Qué te pasa, de qué estás hablando?— la mirada del licenciado Fernández se tornó sombría. Alzó su arma nuevamente pero ahora apuntándola a ella, —¡no te atrevas a pronunciar el nombre de mi hermano, que tú eres responsable de que él haya dejado de existir¡ Hoy es el día en que saldaré cuentas contigo— Abril se estremeció por dentro y entendió que no estaba hablando con Tempus Collectio, su compañero de viaje en sus primeras experiencias con los Deus Caelum Inferno, sino con su hermano Óscar, aquel hombre de mente cerrada y ambicioso hasta la médula. Recordó una etapa de su aprendizaje que hubiera deseado dejar guardada en el recóndito espacio de su memoria. De alguna manera siempre supo que este día llegaría, el día en que tendría que enfrentar sus responsabilidades. Bajó la cabeza en símbolo de arrepentimiento, este gesto molestó aún más al licenciado, confirmaba lo que él había supuesto por tanto tiempo, ella en verdad era la culpable. La rabia se apoderó nuevamente de él, su insoportable sentimiento de venganza lo carcomía así que dio un salto hacia donde se encontraba la pareja y, con un movimiento ágil, agarró a Francisco de los cabellos jalándolo hacia sí. Cargó el arma y la colocó en la sien de su víctima.
—Quiero que vivas en carne propia lo que es perder a un ser querido, quiero que sufras lo que yo he sufrido, deseo que te desgarres por dentro, que llores hasta la última lágrima de tu renegrida alma y que sigas llorando aun cuando no puedas llorar más— el licenciado casi deja escapar un sentimiento por su mirada, sin embargo, la fuerte sujeción que ejercía sobre el cabello de Francisco no denotaba en lo absoluto algún indicio de que fuera arrepentirse.

—Detente Óscar, no creo que entiendas lo que aconteció hace ya tantos años. La decisión fue suya, él sabía perfectamente el riesgo que estaba tomando, tenía alternativa y optó por convertirse en nada— el licenciado Fernández no quería escucharla, simplemente no podía y con la violencia de un volcán, rápidamente y sin pensarlo, asestó un golpe funesto en la nuca de Francisco. Un brote de sangre recorrió su cabeza hasta cubrirle los ojos, el color rojo fue volviéndose espeso, negruzco, Francisco alcanzaba a percibir a lo lejos los gritos desesperados de Abril. Sintió cómo soltaban sus cabellos y fue desplomándose en cuerpo y conciencia hasta caer en el silencio. Nada más que silencio.


lunes, 26 de enero de 2015

Capitulo 33



Qué extraño era estar en ese lugar, estaba seguro de que no había estado ahí antes, sin embargo, todo le era tan familiar y reconocible. Por ejemplo, estaba seguro de que si giraba su cabeza hacia la derecha se encontraría una ventana con un marco de madera color azul, viejo y despintado. También sabía, sin necesidad de mirar, que uno de los resortes de la cama en donde se encontraba sentado se asomaba ligeramente más allá de la frontera que delimitaba la cobija. Se levantó con un gran esfuerzo, sus piernas débiles no lo podían sostener erguido, estaba maltrecho y su brazos no se balanceaban como péndulo, en vez de esto, con cada paso su brazo izquierdo le colgaba ligeramente al centro de su estructura. Siguió caminando hacia la pared, algo le llamaba la atención, el torpe arrastre de sus pies lo hizo tropezar, esto aceleró la marcha, su reacción fue inmediata, con sus manos logró evitar un sólido contacto de su rostro con la pared. Lentamente fue levantando su faz hasta quedar de frente a un espejo, objeto que, por su brillo, había atraído su curiosidad. Lo que vio reflejado era aún más desconcertante que la alcoba misma, no se vio a sí mismo, la persona que imitaba sus movimientos era una cara desconocida, cansada y sucia. El viento comenzó a soplar, sentía sus cabellos elevar el vuelo desenfrenado, el aire se tornó intenso. Casi huracanado. ¿De dónde venía ese tifón? Buscó a su alrededor sin encontrar la causa de semejante alboroto natural; el piso comenzó a temblar, no se pudo mantener en pie. Ante lo ilógico de aquella escena, algo sorprendente sucedió. El cuarto comenzó a dar vueltas alrededor de su eje, Francisco recuperó las fuerzas perdidas y logró ponerse en pie, sus ojos contemplaron cómo el suelo se abría, sin pensarlo dos vez, brincó en el abismo que se había formado. A veces era mejor tomar la decisión de brincar al vacío que quedarse esperando a que el mismo vacío lo tragara a uno.
De pronto, todo fue luz. La intensidad le ardía en la retina, creyó haber descubierto el origen del viento, éste provenía del subsuelo. Sintió cómo una fuerza extraña lo levantaba, lo sostenía, lo mecía en las alturas. Extendió sus manos como alas dejando pasar por cada uno de sus dedos el glorioso empuje que le daba el viento. Entendió que en él estaba la decisión de caer o volar, lo pensó unos breves segundos y, tomando bríos, comenzó a volar. Sus pensamientos se avivaron y entabló una conversación con él mismo.
—Volar era una experiencia fantástica, casi mágica. No como el caer, aunque siempre cuando se vuela se termina cayendo y lo peor es que, cuando crees que no puedes caer más, sigues cayendo. ¿Pero caer a dónde, al vacío infinito? Eso no es caer, caer es darse en la madre con algo al final. El sentimiento de caer a la nada es igual que comer y no saciar el hambre, te hace perder la cordura. Bueno, cordura es lo que me hace falta en estos momentos, un respiro para tantas ideas alborotadas. Me encantaría tener un control remoto para ponerle pausa a mi vida y simplemente esperar, esperar, esperar a la nada.
Lo sacudió un terrible temblor interior, había vuelto a la antigua habitación de donde había brincado. Vio un rayo de luz nacer de su pecho, sus manos, cual cuero viejo, se cuarteaban ante la falta de humectación. Una sensación de abandono lo embargaba a pesar de contemplar gente a su alrededor, escuchaba ruidos nítidos a la distancia, un perro ladrando, el incesante pitido de un claxon, el aire golpeando contra las ventanas, pero lo que tenía a sólo un palmo de sí no lo entendía, no lo comprendía, imágenes borrosas sin estructura, estaba sumergido en su locura, en su mundo, en su quimera.
Un sonido intermitente lo molestó; millones de campanas sonaban al mismo tiempo. Intentaba encontrar una melodía entre tanto ruido pero no lo logró, el sonido fue subiendo de tono y empezaba a agitar todo su mundo, su espacio. Era desconcertante, las paredes se caían dejando detrás de ellas sólo un fondo blanco, todo se iba difuminando, el sonido continuó creciendo, cada vez más fuerte, más intenso, más real.
¡Ring!
El timbrar del teléfono que se encontraba justo junto a su oído lo despertó. Sin saber exactamente en dónde se encontraba lo contestó.
            —¿Bueno?— una voz femenina respondió con un saludo. Francisco fue poco a poco aclimatando sus ojos ante la tenue iluminación del cuarto. Una sonrisa se dibujó en su rostro cuando contempló a Abril recostada plácidamente en la cama. Tuvo que preguntar una vez más quién llamaba, la violenta transición entre el sueño y la realidad lo habían dejado pasmado. Comprendió que era Rocío del otro lado, le repetía insistentemente una y otra vez que cómo estaba, que necesitaba hablar con él, que no se imaginaba todo lo que había vivido después de que se despidieron el día anterior en el café de Condesa. Francisco siguió contemplando a Abril, tan cálida, tan verdadera, tan suya una vez más.
Después de cuatro buenos, Rocío creyó que del otro lado habían colgado. Estaba a punto de hacer lo propio cuando escuchó la voz de Francisco decir las palabras que, muy adentro, su intuición ya le había confesado.
—Chío, la encontré, está viva, está aquí, está conmigo— tras un breve silencio, Francisco percibió la respuesta de Rocío como una voz proveniente de una radio vieja de los años treinta.
—Necesito verte.

sábado, 24 de enero de 2015

Capitulo 32

Sentados en la banca de un parque, refugiados bajo la sombra de los árboles, con intereses distintos, negociaban dos personas que se acababan de conocer.
—Yo te puedo enseñar la complejidad de ese mundo oculto, sin ninguna reserva, conocerás absolutamente todo. Estoy seguro de que ni en tus sueños más atrevidos te han realizado una propuesta semejante— la mujer se mordió el labio inferior, la decisión era difícil, pero el ofrecimiento la tentaba en demasía, ¿qué hacer?, la pregunta daba vueltas en su cabeza.
—¿Cómo sé que cumplirás tu palabra? No sé ni siquiera tu nombre, ¿qué garantía me puedes dar?— como hábil negociadora esperaba que el hombre pusiera las cartas sobre la mesa antes de aceptar la proposición que se le hacía. Él trataba de que ella no notara su irritación que se volvía evidente con la lenta pero constante coloración de su rostro. Apretaba disimuladamente la punta de sus pies contra el piso logrando con esto que la sangre se le fuera a las piernas y no a la cabeza. Respiró profundamente.
—Te daré una llave, unas instrucciones y una dirección— al decir lo anterior, esperó que con eso fuera suficiente. Él conocía el valor de su ofrecimiento, sin embargo, no estaba seguro de que su interlocutora entendiera la magnitud de éste, —no subestimes mi garantía inicial, es realmente inimaginable el riesgo que estoy tomando con este ofrecimiento— ella lo pensó. Realmente lo que escuchó no la motivó en absoluto. Quería una prueba real e irrefutable de lo que le hablaba ese hombre. 
—Pues no, lo siento, eso a mí no me convence en lo absoluto, no me sirve de nada una llavecilla que no sé ni para qué es. Quiero algo palpable, algo que realmente me garantice que cumplirás con tu palabra-—el hombre suspiró aliviado. La mujer había rechazado un verdadero tesoro, no le preocupaba el rechazo, tenía un as más bajo la manga que, para él, también era valioso pero no en la misma magnitud. Giró sobre la banca en donde estaba sentado y tomó un portafolio de color negro que había acomodado enseguida de su pierna antes de sentarse. Sus movimientos fueron lentos, le gustaba sentir la atención creciente que producía el suspenso, presionó el pequeño botón dorado que apartaba el cerrojo y, extendiendo sus pulgares sobre el borde del maletín, abrió lentamente el portafolio. Perdió unos segundos observando el interior como si lo que buscara no estuviera inmediatamente a la vista. Ante los ojos expectantes de la mujer, extrajo un pequeño rectángulo de no más de veinte centímetros de alto por quince de largo, estaba cubierto de un papel cartón de color canela y estaba atado cuidadosamente con dos listones negros sujetados con un nudo infantil al frente. Ante la mirada expectante de la mujer, el hombre desenvolvió aquel empaque del cual emergió una imagen pintada al óleo sobre una tableta. La mujer conocía con anterioridad la existencia de esa pintura, aunque sólo fuere de un relato. La observó silente por un espacio de tiempo que le pareció eterno. El óleo era tal cual se lo había imaginado. Todo estaba ahí, incluso aquella sonrisa siniestra que tanto trabajo le había costado imaginar. Hipnotizada, se dejó llevar y tomó sin permiso la pintura de las manos del hombre. La sostuvo ante sus ojos por unos minutos más, el hombre lo permitió porque sabía que esa prueba indubitable sería suficiente para convencerla. Después de unos momentos de minuciosa observación, la mujer bajó el cuadro, aún sorprendida, cruzó su mirada con el hombre quien estaba esperando una respuesta, aunque en realidad sólo faltaba que la mujer lo expresara con palabras; su mirada ya lo había dicho todo. Ella observo al hombre de la misma manera como hacía sólo unos momentos había mirado a la pintura. Estudió sus facciones, su lógica y raciocinio habían desenmascarado a ese personaje, ya sabía de quién se trataba.
—¿Qué es lo que quieres que haga?— dijo la mujer convencida de que en ese hombre encontraría todas las respuestas de su nueva obsesión. El hombre se puso en pie y la miró de arriba abajo, sabía que la tenía entre sus manos.
—Sólo quiero que me lleves al lugar en donde está, de lo demás yo me encargo— la mujer bajó la mirada, sentía que se le escurría como agua esa esperanza de cubrir su necesidad de conocimiento.
—Si supiera en dónde está no estaría aquí hablando contigo, pero creo que sé la forma de encontrarla. Si es que aún vive, él la podrá encontrar— el hombre entendió que ambos hablaban de la misma persona, al fin de cuentas, su enmarañado plan había funcionado, sólo debía de tener un poco de paciencia, sólo un poco más.
Tenía los ojos cerrados, su respiración era rítmica, sin embargo, no podía dormir con tanto miedo. El sentir a Francisco tan cerca, en lugar de tranquilizarla, la perturbaba. ¿Por qué tuvo que encontrarla ahora? ¿Por qué justo en este momento? Había estado tan cerca de la culminación de su obra, de elevarse en un estado superior de conciencia. Movió hacia el sur su mano izquierda, que hasta hacía sólo algunos segundos había servido de respaldo para su cabeza. La deslizó lentamente acariciándose su propia espalda. Entre las sabanas distendidas sintió la dura estructura del metal; el puñal estaba estático esperando ser domado. Lo tomó entre sus dedos y lo sujetó sin mover su cuerpo, después lo transportó por sobre sus cuerpos colocándolo justo sobre el pecho de Francisco. Recostó cuidadosamente la hoja del puñal sobre su vello negro del pecho y se quedó pensativa, por primera vez en muchos años la indecisión la abordaba, no quería perderlo pero realmente no tenía opción. Se colocó delante de él y repasó con la mirada su cuerpo tosco deteniéndose por breves segundos en cada parte. Exploró los negros cabellos de Francisco y tentó con la punta de los dedos sus brazos. Cerró los ojos, la acción era ahora, era el momento, no podía ni debía esperar ni un segundo más. Arrebatadamente tomó el puñal y lo alzó sobre su cabeza apuntando al corazón de Francisco, sus manos vibraban de adrenalina, estaba segura de lo que debía de hacer. Tenía que forzarse a bajar ese puñal con todas sus fuerzas y hacerlo de una vez, después, después sería demasiado tarde. Dudó nuevamente, su debilidad se hacía presente, debía de haber otra forma, otra opción. Empezó a bajar el puñal lentamente, después, recordó nuevamente a Darwin Swain; él no había podido escapar, siempre terminaban perdiendo ante los Deus Caelum Inferno. Abrió los ojos exageradamente, subió el puñal en lo alto y con toda la furia contenida en años lo dejó caer.
¡Ring!
El teléfono le robó la concentración y entró en pánico, no supo qué hacer, estaba ahí desnuda a la mitad de la alcoba con el puñal en sus manos a pocos centímetros del pecho de su amado, un sudor frío la recorrió, Francisco se incomodó en su sueño,
¡Ring!
El sonido del teléfono hizo su presencia, Francisco comenzó a despertar. Abril no tuvo más remedio que guardar el puñal, no podía hacerlo con él despierto, era demasiado desgarrador. Se recostó enseguida de Francisco y trató de aparentar estar dormida. Tal vez esto era una señal, se le había dado otra oportunidad aunque fuese sólo momentánea, debería existir otra alternativa sólo que en estos momentos no sabía cuál era. Volvió a abrazar a Francisco esperando a que despertara y contestara el teléfono. Sintió cómo Francisco se sentó en la cama alarmado, confuso lo vio manotear en contra del aparato hasta que logró sujetarlo.

—¿Bueno?


lunes, 19 de enero de 2015

Capitulo 31

LA LEYENDA
Cuando el Sol aún no brillaba, cuando la Luna no había aprendido a girar alrededor de la tierra; en antaño, cuando el movimiento no existía y la vida era solamente un alegre pensamiento aún no concebido, los astros inertes habían sido esparcidos como migajas por un dios anterior ya extinto. En esos tiempos de total oscuridad y reposo absoluto, nacieron ellos. Como todos los dioses que han existido, su concepción, gestación y alumbramiento son todo un misterio y como no existía algún observador que pudiera dar fe de lo que ahí aconteció, hoy en día se da por hecho que sólo aparecieron y punto. Aunque la historia es antigua y no da muchos detalles, podemos deducir que, así como los hombres, ellos tuvieron una niñez en donde jugaron entre sí persiguiéndose detrás de los astros inmóviles, deleitándose contemplando la vastedad del espacio y sumergiéndose en la profundas negruras del Universo. Ahura Mazda, primero que su hermano, descubrió que tenía el don de la creación, así fue como concibió el fuego tallando sus manos una contra la otra fuertemente hasta que el calor se hizo presente y con él la luz. Decidió que algo tan maravilloso y necesario no podría quedarse eternamente sólo entre sus manos, así que fue colocando el fuego de manera aleatoria en los astros vacíos y oscuros que encontraba sólo para tropezarse con la decepción de que, al instante en que posaba el plasma candente sobre las grandes esferas celestiales, su brillo se apagaba y quedaba inmóvil, no moría ni crecía, sólo se quedaba ahí sin hacer nada, plasma estático. Angra Mainyu, su hermano, al ver el fracaso reiterado de Ahura sintió él mismo un calor interno, se llenó de felicidad, pero una felicidad prohibida que tenía como origen la rivalidad con su hermano. De él nació la envidia y el celo, sus creaciones no eran para nada comparables a las extravagantes obras de su hermano, quien ya había llenado el Universo de objetos luminosos, paralizados y sin brillo, pero luminosos al fin. Ahura Mazda no tardó mucho en darse cuenta del problema de sus invenciones, era necesario crear al tiempo, darle un pequeño empujón a ese gran péndulo perpetuo. Éste era un arma de doble filo, una vez que el reloj diera su primer paso jamás podría ser detenido y eso hasta a los mismos dioses les aterraba, sin embargo así lo hizo. En un instante todo tomó color, una explosión radiante de olores, sonidos y sabores despertaron por primera vez. Él mismo recorrió el Universo otorgándole el movimiento a las cosas, vio satisfecho cómo sólo era necesario un impulso para que los objetos de su adoración crecieran y evolucionaran. Las galaxias se formaron por sí mismas cuando él, en su loca carrera por verlo todo, creaba remolinos al pasar por un conjunto de estrellas. Esta situación accidentada lo llenó aún más de regocijo pero entendió que sus acciones, voluntarias o no, repercutían directamente en este Universo creado por él y para él. Angra Mainyu tenía su propio proyecto personal, quería realizar la proeza más grande jamás inventada, siempre con un profundo sentimiento de competencia al ver lo que hacía su hermano, así fue como terminó en un pequeño planeta remoto en los confines de una insignificante galaxia, allá, casi al final del Universo, en la parte más reciente, el lugar donde no sería molestado, este sería su laboratorio personal. Tomó una estrella incandescente que había sido creada por Ahura Mazda, la colocó a una pequeña distancia para poder observar bien lo que hacía, estuvo varios días practicando con uno que otro elemento que su hermano ya había creado intentando darle forma a algo nuevo, sin embargo, todo lo que creaba al instante caía inerte. Con furia, tomó todos los elementos que había encontrado y los arrojó con enfado sobre aquel planeta. Con recelo observaba a la distancia cómo el cielo de aquel lugar se tornaba multicolor una vez que caía la noche, un millón de estrellas con diferente intensidad brillaban en el horizonte. Quiso que se apagaran todas, fue ahí cuando nació el odio. Se elevó en los cielos buscando su venganza ante tanta armonía dejando su proyecto inconcluso. Se propuso entonces crear la estrella más grande de todas, tan grande que opacaría a todas las creadas por su hermano. Como no tenía imaginación propia, robó, como hurta un hambriento, un millón de estrellas y las fue acumulando cuidadosamente en un mismo sitio, escogió justamente el centro de aquel Universo. Con cada día que pasaba, el brillo de aquella masa incandescente crecía cada vez más. Ahura Mazda lo observó a la distancia, sintió pena por su hermano e intentó ayudarlo aún a sabiendas de que a Angra Mainyu sólo lo guiaba un profundo resentimiento. Invisible para no ser descubierto, acercó estrellas para que fuera más fácil la recolección de su hermano, decidió darle su espacio y se fue a vagar por las fronteras. Angra Mainyu no perdió el tiempo, en un instante había colocado más de la mitad de todas las estrellas del cosmos en un mismo punto, no cabía en sí de felicidad al ver que el brillo de los demás astros se hacía insignificante ante la presencia de su estrella. Como todo ego centrista, él quería más y había notado, por las enseñanzas de su hermano, que al darle rotación a un objeto éste creaba fricción y la fricción generaba más calor y a la vez un brillo más intenso. Así que con un suspiro hizo girar aquella gran masa de estrellas las cuales, siguiendo su curso natural, comenzaron a desprender un increíble brillo cegador tan intenso y tan fuerte que no existía nada más en ese lugar. Más temprano que tarde sucedió lo inevitable, el giro se tornó violento y por la gravedad de aquella inmensa atrocidad, comenzó a absolverlo todo. Toda la creación de Ahura Mazda fue lentamente consumida por el monstruo gigante de luz que había creado su hermano; satélites, planetas y estrellas, sin excepción, desfilaron hacia un horno incandescente. Ahura Mazda,  precipitándose al vacío, intentó salvar a su hermano pero éste se negó creyendo que estaba celoso del gran poderío que había creado. Primero cayeron sus ojos que fueron quemados por la tremenda radiación, sus manos fueron consumidas cuando Angra Mainyu intentó abrazar su sol único y su cuerpo fue desgarrado por la luz y el fuego. No quedó nada de él, se fusionó a esa hoguera. Ahura Mazda sintió pánico por primera vez en su larga existencia, una tristeza profunda por la pérdida de su hermano le arrebató la calma y, deseando huir de aquel destino fatal, se refugió en los confines del Universo, paradójicamente dentro del mismo planeta en el que su hermano había hecho una y mil pruebas para crear algo por sí mismo. Lamentablemente, hasta ese lugar llegó también la tragedia, todo fue concentrándose en un solo punto, en un solo espacio, en un solo átomo. Segundos antes de desparecer por completo de esta dimensión, Ahura Mazda, con su último esfuerzo, alejó al pequeño planeta que había sido la obsesión de su hermano, lo alejó lo suficiente para que no fuera alcanzado por aquella gravedad infinita. Ahura también sucumbió, la voraz gravedad lo consumió, un micro segundo después sucedió lo impensable, una gran explosión. Eran las leyes naturales las que regían a ese Universo ahora, todo la materia que emanaba fue expandiéndose como una ola en el centro de un lago en calma. Afortunadamente, el planeta sobreviviente fue impulsado por esa onda en relativa tranquilidad y lo llevó hasta las fronteras del Universo y ahí quedó quieto, en silencio y oscuridad. Fue rociado por todas las bondades del Universo, como caso fortuito, los elementos que Angra Mainyu había depositado fueron mezclándose con los elementos que habían llegado desde el espacio impulsados por la gran explosión aguardando solamente el momento de florecer. Ahura Mazda despertó nuevamente, había perdido su forma física pero de alguna manera su conciencia había perdurado, lo vio todo siguiendo un curso natural; las estrellas brillaban, las galaxias habían vuelto a formarse distintas y en mayor armonía. Se dio cuenta de que su hermano por fin había logrado crear algo hermoso, la expansión de ese Universo era único. En su nueva forma se podía desplazar a mayor velocidad y ser omnipresente. Después de muchos siglos de contemplación y maravillado con los objetos que se habían creado; cuásares, galaxias, supernovas, agujeros negros, todo seguía un orden desordenado, un equilibrio natural. Ahura no había tenido que intervenir y se había prometido a sí mismo no intervenir más en los objetos de su creación, les daría el libre albedrío de hacer lo que les plazca. Todo siguió su curso hasta que en uno de sus interminables viajes, en la oscuridad total, frío y solitario encontró aquel planeta ancestral; era el cuerpo celeste más antiguo, el único sobreviviente del preuniverso. Al contemplarlo, recordó a su hermano, sabía que no debería intervenir, pero qué daño podría hacer al quitarle la soledad a aquel planeta, sería un tributo para su hermano desaparecido. Encontró un buen lugar, una estrella solitaria de tamaño medio con un brillo amarillo, colocó cuidadosamente al planeta en un punto exacto de distancia en donde la temperatura fuese templada, no quería que se congelara nuevamente o mucho peor, que la gravedad de la estrella lo arrastrara a un fatal destino. Ahura Mazda se quedó cerca del planeta para ver su evolución, por fin todos los experimentos realizados por Angra Mainyu dieron frutos. La invención más grande del Universo había surgido y la vida había comenzado. Con una extrema felicidad vio cómo, de los tantos elementos que se encontraban esparcidos por ese astro, fueron surgiendo un sin fin de seres extraños los cuales, impulsados por el tiempo, nacían, crecían y morían, evolucionaban y se extinguían. Todos eran maravillosos, únicos, pero hubo un organismo que sobresalió de todos, el único que pudo adivinar en el cosmos los ojos vigilantes de Ahura Mazda. En esos seres llamados humanos, Ahura pudo ver que su hermano no había muerto, sino que, como él, se había transformado.
Rocío estaba fascinada por la historia y quería que Sombra continuara con el relato.
—Lo demás ya es historia, lo que sigue en esta leyenda se puede apreciar todos los días observando a las personas, la eterna disputa entre el bien y el mal que, a la vez, crean el equilibrio perfecto— concluyó Sombra. Al hacerlo, se levantó de donde se encontraba sentado y extendió su mano a Rocío despidiéndose. Rocío intentó replicar pero fue en vano, Sombra no tenía nada más qué decir.

Rocío se quedó por largo tiempo paseando por la mediana de la Avenida Ámsterdam, absorta en sus pensamientos, recordando la historia que le había contado Sombra e intentando desentrañar los misterios del equilibrio que guardaban los Deus Caelum Inferno. Siguió caminando, no se había dado cuenta de que la seguían, por el momento, era mejor así.


Capitulo 30

Ramiro se sentía Gulliver en el país de los enanos. Su metro noventa y dos de estatura sobresalía notablemente ante la medida promedio de las personas que habitaban el centro del país. Sabiéndose conocedor de los abusos que se generaban en contra de los foráneos, se negó rotundamente a tomar un taxi. Salió del aeropuerto casi empujando a las personas que a gritos intentaban venderle un boleto. Con las maletas a cuestas, buscó la entrada del metro de la terminal aérea y lo abordó sin ningún problema. Se subía y bajaba de las estaciones al azar convencido de que tarde o temprano terminaría en la terminal correcta. No tenía ninguna intención de preguntar direcciones, después de varias horas de dar vueltas en círculos decidió tragarse su orgullo norteño y pidió ayuda a una viejecita que vendía paletas en la puerta de una de las tantas estaciones del metro que había visitado ese día, la mujer le sugirió salir a la superficie para que tomara aire fresco y decidiera a dónde quería ir. La verdad es que Ramiro no tenía idea por dónde empezar, tenía una dirección que le había entregado el hombrecillo de la ex casa de Abril, pero le parecía ilógico iniciar su aventura en el lugar más evidente; su verdadero camino ya lo descubriría. Salió por la puerta principal, se deslumbró ante lo que se planteaba delante de él, el Palacio de Bellas Artes; lo rodeó unas cuantas veces maravillado ante tanta belleza. Olvidó porqué estaba ahí, cuando menos lo pensó, ya estaba arriba de un turibus; camión que lo llevaría a conocer los puntos más importantes de la ciudad, estaba preparado para esa hazaña. Le había comprado a un niño una cámara desechable a cinco pesos a la cual sólo le quedaban seis fotos disponibles, suficientes según él para tomarle una foto al Ángel, al Monumento de la Revolución, Palacio Nacional y aun así le quedaría tres extras para imprevistos. Subió al segundo piso del autobús, al instante se sintió en Inglaterra, había visto millones de veces por televisión cómo esos camiones rojos de dos pisos sin techo paseaban por toda la ciudad. El tour comenzó, Ramiro no le prestó mucha importancia.
—Así comienza nuestro recorrido, hoy están de suerte porque les tocó el guía más guapo— el comentario del guía turístico no le hizo ninguna gracia al Sargento Paredes. Él estaba entretenido observando a la gente, la forma en que se vestían, caminaban, interactuaban entre sí. Todo le parecía tan diferente al lugar de donde él provenía, casi como si se tratara de otra nación; no se podía identificar plenamente con ellos. El autobús seguía su curso, cada vez fueron más prolongados los silencios del guía hasta que de plano ya no decía absolutamente nada. El paisaje se tornó cada vez más y más deshabitado. Ramiro estaba seguro de que ya no se encontraba en el Paseo de la Reforma y se negó a preguntar nuevamente pues tenía la creencia de que al preguntar parecería un pueblerino ignorante. Decidió aguantar, se tomó casi de un sólo trago el agua de dos litros que había comprado en rebaja antes de subir al camión. Cuando vislumbró en el camino de la carretera una caseta ya no aguantó más, estaba seguro de que lo llevaban de regreso a Chihuahua, se plantó ante el guía y prácticamente le escupió su enojo.
—Mire, cabrón, yo pagué para que me llevaran al Ángel, a comer papitas a Chapultepec y ver dónde se hacen las manifestaciones en el Zócalo, no para que me trajeran a una carretera ¿Pues de qué se trata?— el orientador turístico debidamente calificado por el Instituto Nacional de Bellas Artes lo miró desconcertado sin quitar la sonrisa amable que le enseñaron en sus capacitaciones y respondió:
 —Señor, creo que se equivocó de camión. Nosotros vamos a las pirámides de Teotihuacan. Le agradecería que tomara asiento y disfrutara del paseo, le garantizo que le será de su agrado— Ramiro no supo si patalear o bravear, no le quedaban muchas opciones y no quería caminar de regreso hasta la ciudad. Decidió que era mejor quedarse callado y disfrutar del viaje, total, siempre se había preguntado de dónde sacaban el agua de Tehuacan y por lo que le acababa de responder el güerito ese, era para donde se dirigían. Pasado un buen rato, la gente se comenzó a incorporar aún con el autobús en movimiento, tomando fotos, emocionados por un cerro que se divisaba a la distancia.
—De plano que a esta gente nunca la sacan de su casa, se ponen así por aquel cerro, ¡ya me imagino, si vieran el Cerro Grande[1]! Se volverían locos— minutos después, llegaron a su destino. Ramiro, apenado por sus pensamientos, bajó del camión. Esos “cerros” habían sido construidos por el hombre, se parecían mucho a la pirámides que salían en las películas de Indiana Jones, filmes de los cuales había sido fanático en su adolescencia. Todo el complejo arqueológico le llamó la atención, parecía que hubiese llegado a otro mundo, a otro tiempo, a otro espacio. Siguió al guía hasta la base de la pirámide más grande, mientras le explicaban qué era eso, hace cuánto lo habían construido y qué significado tenía. Ramiro no paraba de pensar en que estos locos de seguro querían subir hasta la cima. Mirando una y otra vez sus botas vaqueras, dudó que pudiera realizar el recorrido sin que se le llenaran todos los pies de ampollas. Disimuladamente fingió que alguien le llamaba a lo lejos, aunque nadie lo pelara, gesticulaba al aire en señal de que se dirigía al encuentro de algún conocido ficticio. Siguió con su farsa mucho después de que estuviera a distancia razonable del grupo, una vez liberado de lo que sería el Vía crucis de subir cientos de pequeños escaloncitos, se entretuvo mirando las diferentes estructuras teotihuacanas. Se quebraba la cabeza al tratar de imaginar de qué manera pudieron esos hombres haber construido semejantes edificaciones sin la tecnología actual. Sumido en sus pensamientos, observaba a la distancia por la calzada principal, la misteriosamente llamada Calzada de los Muertos, cómo se alzaban ambas pirámides. La calzada era impresionantemente extensa, a lo lejos alcanzó a percibir que alguien lo señalaba. No le dio importancia y siguió caminando, momentos después, estaba completamente seguro de que era el centro de atención de un grupo de personas. Su leve miopía no le permitía ver los rostros de sus observadores, siguió caminando en dirección hacia ellos. Al instante, un conjunto de tres personas se desprendieron del grupo y comenzaron a correr en dirección a donde él se encontraba. Conforme se acercaban pudo ver con más claridad, reconoció a uno de ellos, ya lo había visto antes, era el chino del aeropuerto de Chihuahua y se veía más encabronado que nunca. Recordó que lo habían sometido por “portación ilegal de armas”. Ramiro sintió miedo, —pinche chino, se ha de querer desquitar conmigo—. Sin pensarlo dos veces, se echó a correr en dirección contraria, corría tan rápido como sus piernas acostumbradas a trasladarse en coche se lo permitían. Encontró la salvación en la entrada de la ciudadela en donde una gran cantidad de personas se encontraban reunidas. Se escabulló entre la multitud la cual, atenta, escuchaba a un hombre que se había parado en lo alto de la escalinata. Fue bajando su ritmo hasta que se quedó completamente inmóvil entre la gente, tratando de pasar por desapercibido, dobló sus rodillas para quedar a la par de las demás cabezas que se asomaban en ese enjambre de humanidad. El hombre que hablaba a gritos con la multitud le llamó la atención, vestía completamente de blanco con una especie de túnica, su tez era color cobriza pero tenía el cabello y vello facial de un rubio casi blanco intenso y reluciente. Su estatura no era de sorprender, al igual que la mayoría de la gente, no rebasaría el metro setenta, sin embargo, su porte atlético y rostro de realeza lo encumbraba por encima del promedio. Tenía una voz potente pero no amenazante, hablaba de forma paternal sin llegar a ser religioso. Mientras esperaba a que los chinos lo dejaran de buscar, Ramiro escuchó con atención a ese individuo extraño.
—…El conocimiento no fue un regalo que se dio a la ligera. Como pueblo tocado era su deber llenar de brillo a la humanidad, despertar de ese letargo somnífero que los ha sujetado a una existencia terrenal vana y cansada...
Ramiro se distrajo, había estirado las piernas por completo dejando a merced de los chinos su cabeza sobresaliente. Con el rabillo del ojo observó cómo los chinos habían subido a lo alto de la escalinata, casi donde se encontraba aquel raro sujeto, lo detectaron. Sin esperar la reacción de sus perseguidores, Ramiro volvió a emprender la huida en sentido contrario, entre “con permisos” y empujones fue saliendo poco a poco de aquel gentío que cada vez crecía más y más. Cuando casi podía ver la salida a pocos metros de distancia en donde se encontraba un camión idéntico al que había llegado, una pequeña mano lo detuvo. Una niña que llevaba en una cajita de mazapanes lo miraba desde abajo con gesto de reproche. Ramiro, que era un hombre recio pero con gran debilidad por las personas indefensas, se inclinó para decirle que en este momento no podía comprarle ningún mazapán. La niña, ofendida, le contestó:
—Qué mazapán ni qué nada, Usté no se puede ir hasta que termine de hablar ese señor.
—¿Y quién es ese señor?— preguntó Ramiro intrigado.
—Pues la víbora con pelos— Ramiro no entendió nada y le soltó tres pesos dentro de la cajita y, sin lastimarla, logró que le soltara el brazo. Emprendió nuevamente su huida, para su buena fortuna, el camión estaba siendo abordado por un grupo de gringos que tenían la misma pulsera que él, saludó fugazmente y se acomodó en un asiento en el segundo piso. Desde ese lugar seguro, observó cómo los chinos lo buscaban entre la multitud. Su teléfono celular comenzó a vibrar, lo tomó entre sus manos como dudando entre contestar la llamada o quedarse atento a lo que hacían los chinos. Decidió que debía atender el llamado, podría ser su madre que le hablaría para saber cómo estaba su pequeñito por aquella terrible ciudad, o su superior en la comandancia para recriminarle el haberse ido sin siquiera terminar los reportes semanales. Dejó de pensar y contestó:
—Bueno, bueno, ¿sí, quién habla?— un poco de interferencia se escuchó del otro lado. Su mirada seguía atenta a los movimientos de los chinos los cuales corrían de un lado a otro creyendo haberlo encontrado; no dejó de mirarlos hasta que el camión arrancó. Se sintió a salvo tan solo por un segundo, la voz metálica que lo saludó lo puso en alerta nuevamente.
—Sargento Paredes, espero que haya pensado en mi oferta— debía tratarse de la misma persona que lo localizó hace ya varios días en el Motel de La Mona. Ramiro, muy serio, contestó:
—¿Dónde lo tienes?— refiriéndose a Francisco.
—Muy bien, veo que ya se enteró— contestó la férrea voz, —supongo que ahora sí está dispuesto a negociar, le dije que cuidara a los suyos y ya veo que ahora sí está tomando mi consejo— Ramiro siguió hablando pausadamente, no quería sobresaltar al gringo octogenario que había tomado un lugar enseguida de él.
—Te daré lo que quieras, sólo dime dónde está.
—Pues no le va a salir barato, digamos que los favores ya no me interesan. ¿En cuánto tiempo puede juntarme $100,000.00 pesos?— Ramiro suspiró aliviado, ya estaban negociando, eso quería decir que su compadre estaba sano y salvo, secuestrado pero sano y salvo.
—Pues déjeme ver cómo los consigo, pero de que los consigo los consigo, ¿cómo sería el intercambio?— increpó Ramiro tratando de averiguar un poco más.
—Mire, pues qué le parece si se lo pongo en un portafolio, usted pone la lana en uno igual, de color negro para no llamar la atención y me lo deja en medio de la plaza Hidalgo— Ramiro se sobresaltó y sin importarle quien estuviera sentado enseguida le gritoneó al teléfono.
—¡Hijo de la chingada! ¡Ya lo descuartizaste! ¿Cómo chingados vas a meter a mi compadre en un portafolio?— la voz no contestó por unos segundos, silencio que se volvió eterno para Ramiro. Después, la voz volvió a hablar.
—¿Pues de qué está hablando?¿Cuál compadre?
—Pues de Francisco ¡chingado! ¡Al que metió en un portafolio! — dijo iracundo.
—¿Que no estamos hablando del video?—  respondió la voz.
—¿Cuál video? — preguntó Ramiro intrigado.
—Pues el de Fermín y Lucas cobrándole a las putas—  un silencio reinó en la llamada por el desconcierto de Ramiro, se le quedó viendo al celular y sin pensarlo colgó. Bonita estupidez de quererlo extorsionar por las tonterías que hicieran aquel par de idiotas. Se quedó pensativo, recordó que la primera llamada de aquel sujeto había sido el detonante para su búsqueda.
—Bueno, Ramirito, ya viniste hasta acá buscando a tu compadre, mínimo hay que ver qué anda haciendo tan lejos de la casa, no vaya a ser que le pase algo y necesite tu ayuda— se dijo a sí mismo como si la voz de su conciencia le hablara en tercera persona tratando de justificar lo injustificable. Revisó que en la bolsa de la camisa trajera el papelito en donde apuntó la dirección que le dio el hombrecillo de la otrora casa de Abril. Lo confirmó, le dio dos palmaditas y se relajó en el asiento cerrando los ojos. Estaba a punto de quedarse dormido cuando escuchó al nuevo guía decir por el micrófono.
—Espero que les haya gustado el paseo por las pirámides, ahorita que regresemos a la ciudad de Pachuca podrán comprar todos los souvenirs que quieran. ¡Tenemos gran variedad!



[1] Es el cerro de mayor elevación del municipio de Chihuahua, México. Se encuentra al sur de la ciudad. Desde él se puede apreciar gran parte de ella. Tiene una altura de 2,300 m.