martes, 17 de febrero de 2015

Capitulo 37

La noche se había vuelto un diluvio, la lluvia lo cubría todo, el pequeño riachuelo que bordeaba la propiedad transportaba furiosamente corrientes de agua río abajo creando olas al juntarse con el cauce principal. La oscuridad era sorprendida por los relámpagos incesantes que caían cerca de ellos. Ahí estaban, como dos fieras antes de atacarse, estudiándose tratando de adivinar los pensamientos del contrincante, el Homo habló primero: “Abril, te llamo por tu nombre vulgar porque no mereces el nombre divino que te fue otorgado, te doy una última oportunidad de recapacitar”, ella sentía miedo de ese muchacho, sabía que a pesar de su corta edad ya la rebasaba en fuerza y su profunda obstinación por convertirse en un Inferno lo había llevado a caminar por su lado oscuro sumamente temprano en su vida. “Óscar, te llamo con ese nombre por ser tu nombre original y verdadero, piénsalo bien, aquí sólo estamos siguiendo órdenes, nos enseñan sólo lo que nos quieren enseñar. Todo viene con filtro. No existe libertad de ningún tipo”. El agua del riachuelo convertido en un arroyo voraz zumbaba a las espaldas de Abril. “Entiendo que has tomado tu decisión”, dijo Homo bajando la mirada, Abril lo interpretó como un gesto de rendición, le estaba permitiendo marcharse. “Lo siento” dijo Homo quedamente antes de alzar los brazos al frente y correr hacia donde estaba Abril para empujarla con todas sus fuerzas contra el río. Su castigo sería la muerte, se ahogaría en el mismo arroyo que había visto como medio de escapatoria, Abril, en un ágil movimiento guiado sólo por su instinto de supervivencia, dio un paso a hacia su costado derecho y el mismo impulso que tenía Homo lo precipitó hacia el agua. El joven brincó y cayó de frente en el arroyo perdiéndose inmediatamente en las olas cafés de lodo y agua, Abril reaccionó inmediatamente, no podía dejarlo ahogarse, trató de buscarlo desesperadamente con la mirada y creyó ver el brazo del joven a unos metros corriente más abajo. El fuerte caudal del riachuelo lo arrastraba y lo sumergía, Abril corría a la par del agua desbocada sobre la orilla, la fuerte lluvia no ayudaba en nada a su visibilidad, no quitaba la mirada del arroyo tratando de encontrar rastro de Homo. De pronto, paró en seco, fue frenada de golpe por la reja ciclónica que delimitaba la frontera de la propiedad, ya no podría hacer nada por él, seguramente había salido por el riachuelo y estaba en camino al río principal en donde definitivamente no encontraría escapatoria, el aire se le escapaba, un sentimiento de impotencia la comenzaba a consumir. De pronto y como un milagro se dio cuenta de que la reja ciclónica que cruzaba por encima del riachuelo se prolongaba hasta el interior del mismo, tuvo la esperanza de que Homo siguiera ahí sujetado fuertemente a la reja. Se tiró en la orilla del río y metió la mitad de su cuerpo al agua intentando encontrarlo, de pronto lo sintió, una mano, un intento, se escapó nuevamente. Lo volvió a intentar, esta vez sí tuvo suerte, la mano de Homo la sujetaba firme, ella intentó jalarlo hacia la orilla pero la corriente era demasiado fuerte y Homo tiraba de ella cada vez más enérgico, cada vez más desesperado. Abril trataba desesperadamente de atraerlo sin éxito, la cara completamente sumergida le empezó a arder por la falta de oxigeno, las sacudidas constantes de Homo la arrastraban cada vez más y más a las profundidades del riachuelo. No podía más, estaba a punto de desfallecer, era intentar salvar lo insalvable o salvarse a sí misma e hizo lo que cualquier ser humano hubiese hecho en su posición, soltó la mano de Homo quien nuevamente se sumergió atrapado entre la fortísima corriente que no cesaba. Abril logró a duras penas sacar nuevamente su cuerpo del río, se quedó acostada intentando recuperar el aire perdido, sólo escuchaba la lluvia y el río, había fallado como protectora oscura. Homo, su Homo, había dejado de existir. Cerró los ojos y dejó una lágrima salir.
—… Simplemente se fue, fue un accidente, no pude salvarlo, lo intenté, te lo juro pero…— Abril habló por fin, su voz empequeñecida molestó a Óscar Fernández. Para él, todo estaba dicho, no necesitaba más respuestas, tenía que consumar su venganza y erradicar de este mundo a seres como Abril. El licenciado, queriendo terminarlo todo, apuntó bien a la frente de su víctima, cerró los ojos y se preparó para culminar con su obra. Un sonoro disparo llenó el espacio en los siguientes segundos con su eco, los pocos pájaros que quedaban en los árboles cercanos emprendieron el vuelo apresurados, algo o alguien se movió tras los arbustos. Primero, las rodillas golpearon el suelo con un golpe seco, después, el cuerpo le siguió; la cabeza abofeteó el pavimento y rebotó dos veces antes de quedarse inmóvil para siempre. La muerte se había llevado a una persona más ese día, tanta muerte acumulada en un momento.
Abril tenía el rostro cubierto de sangre, milagrosamente abrió los ojos, lo que sucedió a continuación parecía haber salido de un cuadro surrealista de Dalí. Tras los arbustos vio a Ramiro, el amigo policía de Francisco, sosteniendo firmemente una pistola que apuntaba a ella misma. A sus pies, estaba el licenciado Fernández tendido sobre el suelo y una mancha de sangre se extendía por debajo de su cuerpo, Abril tentó con sus manos su frente esperando encontrar el agujero por donde había entrado la bala pero no lo encontró, comprendió que la sangre que le escurría no era la propia si no la de Fernández. Un sentimiento demoledor entre la alegría y el escepticismo la embargaba. ¿Qué fue lo que ocurrió? Ramiro corrió a su lado, la miraba atónito como si hubiese visto un fantasma, para él lo era.  La última vez que la vio, su cuerpo era un chicharrón gigante calcinado por las llamas que también consumieron su departamento. Pensó en decir algo pero su atención fue inmediatamente desviada al ver a su amigo en el suelo envuelto en un charco de sangre.
 —¡Compadre! ¿Estás bien?— Francisco no contestó, Ramiro sintió su pulso, un tamboreo muy débil palpitaba por las venas de Francisco. Pálido en extremo, la vida se le escapaba y estaba cada vez más cerca del mundo de los muertos. Ramiro rápidamente arrancó un pedazo de su camisa y lo utilizó como gasa para tratar de evitar que la sangre siguiera escapando del cuerpo de su amigo. Lo levantó en sus brazos y desesperado buscó algún medio de transporte para poder llevarlo al hospital. En medio de aquel parque no lograba visualizar ninguno, corrió con su compadre en sus brazos, corrió con todas las fuerzas que tenía, ya había llegado tan lejos, tenía que ser el héroe de esta historia, no podía fallar. Estaba seguro que lo lograría.
Abril aún seguía pasmada viendo al horizonte, sabía que aunque se hubiese salvado de la venganza de Fernández su fin no estaba lejos. Bajó su vista y observó el cuerpo de Óscar Fernández, poco sabía de ese hombre a pesar de todo y no lo juzgaba por su locura, sabía que su hermano Mario había actuado a sus espaldas, él no sabía que su hijo estaba inmerso en ese mundo, en su mundo. Se agachó y recogió, con cuidado de no pisar la sangre, las pulseras que representaban a Angra Mainyu y Ahura Mazda y las guardó en su bolsillo. Volvió a mirar a su alrededor buscando algún rastro de los ejecutores, tal vez todo lo había alucinado y realmente ningún ejecutor había acudido a acabar con ella. Pensó que tal vez Fajro había logrado conseguirle el indulto, se sintió más tranquila sólo con pensar en Fajro, él podría protegerla realmente. Dio media vuelta para seguir los pasos de Ramiro y acompañarlo a algún hospital, por la cantidad de sangre que había visto salir del cuerpo de Francisco realmente no creyó que sobreviviera. En su interior había una lucha interna de sentimientos, por un lado amaba con todas sus fuerzas a ese hombre y no quería verlo sufrir, por el otro lado, el Deus Caelum Inferno dentro de ella era total y sabía que, mientras Francisco siguiera respirando, él sería una amenaza para la sociedad que tanto amaba, respetaba y temía. Alzó la mirada, Ramiro ya habría encontrado un vehículo para llevar a Francisco al hospital. Tal vez ya sería demasiado tarde, de cualquier modo, decidió seguirlo ya que en unos momentos más ese lugar se llenaría de policías, el primer disparo podría haber pasado desapercibido como algún fuego pirotécnico, pero dos ya era causa de sospecha, no quería estar ahí para responder a preguntas que realmente no podía contestar.
Caminó con dirección a donde había corrido Ramiro. Algo brillante le llamó la atención, caminó hacia un árbol que estaba a escasos tres metros de donde estaba tirado el cuerpo de Fernández. Al verla la preocupación volvió a azotarla, en el árbol estaba incrustada una bala, ¿el licenciado Fernández había alcanzado a disparar? o esa bala pertenecía al arma que disparó Ramiro. Se volvió sobre sí misma y observó nuevamente el cuerpo de Fernández. A pesar de haber sido herido por la espalda, la sangre parecía provenir del frente del cuerpo, cuidadosa de no mancharse más de lo que ya estaba, volteó el cuerpo. Los ojos de Fernández estaban completamente en blanco, la sorprendió de una forma desagradable. A pesar de la gran cantidad de sangre, se podía apreciar claramente que la herida estaba en el pecho y en el centro de esa herida mortal sobresalía un hermosa daga con empuñadura dorada clavada dramáticamente justo en el corazón. Abril la tomó con firmeza hasta retirarla del cuerpo, levantó la mirada y observó a su alrededor, no vio a nadie pero sabía que estaban ahí, siempre están ahí. Limpió la sangre del puñal con su propio pantalón a modo de desafío, lo guardó en su bolsillo y dijo en tono de despedida.

—Si así ha de ser, que así sea. 


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