miércoles, 31 de diciembre de 2014

Capitulo 27

Cerraron las cortinas de un golpe, la oscuridad era total, ni un solo sonido, el olor a incienso y madera quemada enrarecía el ambiente. En un orden predeterminado y tomándose espacio de treinta segundos, uno a uno de los que estaban ahí reunidos fueron encendiendo sus cirios iluminando de forma terrible los rostros de los asistentes. Eran seis los que estaban ya en sus sitios y uno más que los observaba desde la parte de atrás del altar. Cada silla o templo, como se les llamaba, revelaba la verdadera naturaleza de su ocupante. Fajro los observó, centinelas y ejecutores intercalados, Inferno y Caelum en el mismo espacio. El tribunal estaba completo, sólo faltaba el guía máximo por tomar su sitio, quien vigilaba que todo fuera correcto se sorprendía en encontrar tan armónico aquel lugar de antagónicos. El primer templo a la derecha del altar tenía una apariencia horrenda, sin una forma definida se entrelazaban lo que pareciese ramas muertas de árboles color cenizos. Era un especie de capullo infernal, cada rama en su extremo llevaba grabado el rostro de una persona en terrible sufrimiento, como si quisieran escapar del centro de aquel templo, que era orgullosamente ocupado por Metus Nostrum, Inferno convencido de su doctrina pero que se había quedado dentro de la Institución a pesar de haber alcanzado el grado más alto de sabiduria por sentir que el mundo no estaba preparado aún para ella. El lugar a su derecha estaba ocupado por una bella mujer de cabellos rojizos, su templo estaba ubicado prácticamente al ras del suelo. Una sábana blanca enredada en tres palos de madera hacían de ese templo el menos ostentoso pero al mismo tiempo uno de los que más llamaban la atención de Fajro. Lo importante no era el templo si no quién lo ocupaba, Lune Nouvelle imponía respeto en aquel lugar, una Caelum consumada que vivía entre el mundo oculto y el cotidiano llenándolo todo de paz y orden.
Un sentimiento guardado en el alma lo molestó, Fajro se sentía contrariado en emociones, el profundo orgullo que le embargaba el ser un Deus Caelum y las responsabilidades que ello conllevaba, estaba en pugna con el cariño casi paternal que sentía por el miembro que esa tarde sería juzgado en ese mismo tribunal. Conocía bien el castigo por revelar o poner en peligro a la orden ante los ojos del mundo, sin embargo, no dejaba de pensar que en este caso específico se podría hacer una pequeña excepción, pero al mismo tiempo, su estricta formación le recordaba que debía ser implacable e imparcial si quería preservar la sociedad en completa clandestinidad como la habían hecho cientos de maestros antes que él. No podía ni debía de darse el lujo de ser débil. En un susurro y refirmándose a sí mismo su compromiso con la sociedad a la que le había entregado gran parte de su vida, externó El equilibrio es la base de todo lo que nos rodea, se debe de preservar en silente secreto la balanza que lo sostiene, el fin será eterno, el individuo fugaz.
La mirada de Fajro continuó su viaje a través de los templos posándose en el tercer personaje. Al verlo, un escalofrío le recorrió de pies a cabeza, sabía perfectamente cuál sería el veredicto que vendría del templo de Cruciatus Fidei quien, ataviado en completo luto, sonreía de una forma tenebrosa. Era un hombre extremadamente joven, había dejado la pubertad sólo algunos años atrás pero el conocimiento que poseía era impresionante. Era el último en haberse integrado a ese tribunal de penitencia pero, desde su llegada, su influencia había alcanzado los oídos de los maestros más experimentados volviendo su presencia y consejo algo absolutamente imprescindible. El joven Inferno, reconocido por su crueldad y su impresionante sangre fría, era el responsable de grandes cambios en el mundo en últimas fechas, específicamente en Oriente Medio y regiones aledañas, su influencia era palpable y comprobable.
A Fajro jamás le había parecido agradable, es más, despreciaba a ese Inferno, por ser todo lo que aborrecía, así también por el asco que le producía la satisfacción de este iluminado por el sufrimiento ajeno. Sin embargo, era necesario tener alguien así en una sociedad que dependía de mantenerse oculta y anónima para seguir llevando a cabo su propósito y visión. No quedaba más que aceptarlo y adaptarse igual que lo hacía el hombre más anciano del tribunal, un hombre chapado a la antigua. Vestía generalmente trajes caros de corte inglés y en vez de corbata, como era la usanza, él prefería un moñito de color rosa claro que lo hacía parecer de otro siglo, de tiempos antiguos. Lo distinguía un bigote bien cortado exageradamente negro que contrastaba con su escaso y completamente cano cabello, a pesar de su vestimenta de caballero y de las arrugas que cubrían su semblanza, aún se podía vislumbrar debajo de esas dos pobladas cejas el rostro de un niño que juega a ser mayor. Estar con él una tarde era diversión garantizada, risueño, alegre y dicharachero, lo llamaban Gentle Storm que significa “tormenta suave”, aun cuando él inicialmente había elegido su nombre oculto como el de Devastating Storm, nombre impactante, debido a su naturaleza tranquila y alegre parecía más bien un tranquilo chubasco a una tormenta devastadora, de ahí que fue necesario un pequeño ajuste. De todos los que estaban ahí reunidos era el más próximo a dar el salto, a dejar la sociedad que lo había visto crecer y aprender para convertirse en un maestro de su propia filosofía. Tenía muchísimos años preparando su gran obra y debido al gran arraigo que estaba suscitando su doctrina en América del Sur, por fin estaba dispuesto a arriesgarse.
Las luces de los cirios empezaron a bailar, una corriente de aire auguraba que la reunión estaba a punto de iniciar. Todos posaron su mirada en el altar, poco a poco una luz tenue fue iluminando el rostro semicubierto de Fajro, la seriedad en su mirada era de ultra tumba, la llama del cirio principal le acrecentaba las arrugas del rostro. Tomó un sorbo de la copa que tenía enfrente y  sin ningún preámbulo comenzó.
Henos nuevamente aquí, otra vez ante las puertas del destino, sujetando cautelosamente el hilo de la vida de quienes viven en la ignorancia, manteniéndolo constante y tenso. A quienes se nos ha encomendado mantener este balance perfecto, se nos ha demandado sostener una gran carga sobre nuestros hombros, carga que pesa más y más conforme pasan los años, pero al mismo caminar del tiempo se nos dan nuevas herramientas para soportarlo. La satisfacción del dolor mismo llena nuestras almas de orgullo, lamentablemente, existen entre nosotros quienes sucumben ante la tentación de los obstáculos olvidando su responsabilidad como iluminados y perdiéndose en la cotidianidad del ser simple y común las palabras que brotaban de sus labios comenzaron a dolerle en el alma, quería callar pero continuar era parte de su carga, su obligación como jerarca.
—Debemos de entendernos como seres superiores, que el fracaso jamás será permitido, las emociones terrenales, las pasiones y las vacilaciones no son bienvenidos en nuestros espíritus y en nuestro actuar. Somos más que sólo nosotros mismos, somos más que individuos, somos los hijos de la luz envueltos en tinieblas, somos Deus Caelum Inferno y, como tales, no debemos permitir que por ninguna razón el fin sea vulnerado, pues es más importante que nosotros mismos. Por esa razón, se ha convocado a este tribunal y más aún porque a todos nosotros nos une un nexo, un persona quien, por tropezar de nueva cuenta con una roca de su pasado, ha puesto en peligro la continuación del equilibrio sublime que hemos creado. Esa persona la conocemos bien, la hemos guiado, cuidado y forjado sin ser vistos, sin embargo, nuestro trabajo no estaría completo si permitiéramos que el curso que ha tomado esta historia terminara en tragedia, en perjuicio del fin mayor. Sabemos todos muy bien lo que marcan nuestros cánones, la deserción es impensable y más porque quedaríamos en peligro de ser expuestos, deberemos de contemplar el gran panorama que se impone el día de hoy ante nosotros y discernir cuál será nuestro proceder. Escucharemos el punto de vista de cada templo, lo analizaremos y dictaremos una resolución. Metus Nostrum, la palabra es tuya.
Mientras uno a uno de los iniciados discutían acaloradamente, Fajro se perdió en sus pensamientos y recuerdos. En su mente vio el rostro infantil de Abril, era bella desde pequeña, supo que había algo especial en los ojos de esa niña desde aquel día en que la tomó de la mano y la alejó a escondidas de sus padres. Ella probablemente no lo recordaba, bendita amnesia del infante, pero él no la olvidó y más porque se convirtió en su proyecto de vida. Poco a poco la pequeña fue dando muestras de grandes dotes, con cada prueba que Fajro le imponía a la distancia ella siempre salía avante, todo era casi perfecto, un aprendizaje más rápido de lo normal. La imposición de padre sustitutos obviamente de la sociedad, todo caminaba como debía de ser, inclusive aquella rebeldía que Fajro creyó pasajera, todo era perfecto hasta que llegó él. Eso le cambió la mente, la alejó del camino que le fue predestinado, ese muchacho con su estupidez del amor estuvo a punto de tirar todo por la borda. Claro que él no se dejó vencer, el gran Fajro no pierde ante nadie, lo intentó todo, mensajes ocultos en los textos que ella leía, situaciones que despertaran su curiosidad, inclusive en una ocasión, preso de rabia y celos, mandó a uno de sus más fieles discípulos a que la persuadieran, la convencieran, la arrastraran de vuelta si fuese necesario. Todo fue inútil y, como todas las cosas inexplicables de la vida, ella por su propia voluntad volvió, como el hijo pródigo. Fajro la recibió entre su mundo permitiéndole escalar más aprisa que lo acostumbrado, claro, todo esto tras bambalinas, nunca mostrando su rostro, solamente hasta el día que fue necesario, el día en que se selló su destino o más bien eso era lo que él creía. Esperaba que todo esto tuviera un final feliz, sin embargo, de un momento a otro sus pensamientos se esfumaron, sólo volvió a sus remembranzas para estrellarse de frente con la realidad. El veredicto estaba por ser anunciado, por lo que alcanzaba a percibir la sociedad no permitiría ninguna fuga de información, la única solución era clara. Uno a uno de los asistentes a aquella reunión clandestina expresaron su sentencia.
            Mortem dijo el primero.
-Mortemrepitió el siguiente.
Mortem una vez más.
Fajro sentía que un vacío se abría bajo sus pies, el sentimiento era nuevo para él y no le agradaba en lo absoluto. Su garganta se secó por completo, sentía que una transpiración helada recorrí su espalda, debía de hacer algo, la ansiedad lo empezó a corroer.
Vitam dijo con voz apagada Lune Nouvelle cuya compasión era infinita. Con esta primera sentencia absolutoria, una esperanza crecía dentro de Fajro.
Vitam de nuevo una resolución favorable, Fajro se sintió más tranquilo. Si el siguiente que hablara dijera la palabra que le permitiera a Abril vivir, él, como jefe de ese tribunal, tendría el voto de calidad y decidiría de forma positiva para el futuro de su protegida.
Mortem al escuchar la sentencia, Fajro se levantó ante sus pares, mirándolos con ojos desorbitados, recorrió cada uno de los rostros. Había perdido la compostura, con voz imperante que escondía un dejo de pánico tras de sí habló:
Hermanos, hermanas… ¿Cuál es el uso que le podemos dar a un trozo de carne inerte y sin vida? ¿De qué nos sirve erigir una gran escultura solamente para destruirla a la luz de una pequeña imperfección? Estoy de acuerdo con ustedes, se debe de pagar un castigo ejemplar por el incumplimiento a las reglas de la sociedad que representamos, sin embargo, protesto porque creo que nos es de más utilidad viva que muerta. Lo que ha hecho no es un daño irreparable, incluso, la situación que hoy nos atormenta puede ser manejada en nuestro beneficio Fajro guardó silencio por unos instantes tratando de leer en las caras de sus interlocutores, sus reacciones. Nadie habló, el respeto al más experimentado Deus Caelum Inferno del lugar era evidente, solamente Crusiatus Fidei se revolvió en su templo un tanto molesto. Fajro, al cerciorase que la atención era absoluta, continuó:
Les propongo los siguiente, dejemos en manos de la disidente la elección  Metus Nostrum enderezó el cuerpo como para rebatir la locura que estaba escuchando, No me mal interpreten, no usurpará nuestras funciones, la propuesta es tan sencilla como trascendental. Será la última prueba de esta joven Inferno, su último escalón y, al darlo, también dará la máxima prueba de fidelidad hacia nosotros Fajro adivinó el desconcierto de los demás y se apresuró a concluir antes de que alguien le arrebatara la palabra, como les dije, es sumamente sencillo. La sentencia es la siguiente, sólo se le permitirá vivir a uno de los dos involucrados. Será la vida de él por la de ella y así quedará en silencio lo que pueda conocer sobre nosotros o la vida de ella por la de él, de esta forma, lo que sepa será información nula de un loco que muere por amor al decir esto, el rostro de Fajro se iluminó, casi por accidente había encontrado una solución que le permitiría, por fin, liberarse de ese hombre que había intervenido en sus planes y al mismo tiempo catapultaría a Abril como una Deus Caelum Inferno consumada.
Me parece brillante, maestro. Sólo quisiera hacer una pequeña variación a su sentencia comentó Cruciatus Fidei como si supiera de los sentimientos de Fajro y disfrutando del momento, concluyó La muerte no debe de ser llevada a cabo por un ejecutor, como es nuestra costumbre. La muerte, ya sea la propia o la del externo, debe de ser ejecutada por la misma Inferno que ha sido juzgada en este día—. 
Fajro, con la mirada completamente perdida sabiendo el terrible destino que acaba de marcar para Abril, rezó en forma de conclusión lo mismo que decía cuando el juicio había terminado.

Así será.


sábado, 27 de diciembre de 2014

Capitulo 26

No podía darle crédito a sus ojos, era imposible, —¡¿Abril?!— la voz no le funcionó y al decir ese nombre apenas se escuchó como un soplido, —¡Abril!— gritó Francisco con todas sus fuerzas con la vista fija en la plataforma del metro que tenía enfrente. Sólo separado de él por las vías del tren, la mujer a la que le gritaba no se movió pero lo había escuchado, estaba seguro, —¡Abril, eres tú!— afirmó nuevamente.
Con toda la decisión del mundo avanzó rumbo a ella, no le importaba nada más, a paso firme cruzó la línea amarilla de seguridad del metro. La mujer seguía inmóvil pero viéndolo fijamente, —¡Abril, no te muevas, voy para allá!— justo en el momento en que intentaba bajarse a las vías para atravesarlas, unas manos lo sujetaron y con todas las fuerzas que da la adrenalina lo lanzaron lejos de las vías. Un instante después, pasó el metro a toda velocidad por el mismo lugar donde Francisco había colocado su pie antes de ser violentamente lanzado. El golpe fue brutal, se estrelló cual bola de boliche contra  las piernas de la gente que esperaban subir al transporte subterráneo, la boca le sabía a una mezcla asquerosa entre cenizas de cigarro, polvo y chicle seco masticado, efectos de haber arrastrado la cara por aquel nada higiénico piso. Se incorporó rápidamente, no le importó agradecer a su salvador, de hecho, ni siquiera entendió en el grave peligro en el que había estado. Se paró nuevamente al filo de la plataforma  tratando de ubicar a Abril a través de las ventanas en movimiento del metro que le bloqueaba la vista, era como ver rápidas diapositivas de gente a través del cristal, estaba medio mundo menos ella. ¿La habría soñado? ¿Su desesperación era tanta, al grado que estaba alucinando? Su mejilla inflamada y el sabor nauseabundo que le hacía desear no tener papilas gustativas confirmaban su visión, empujó a la gente que estaba arremolinada entorno a él pensando que fuera un loco suicida tratando de acabar con su existencia. Se mantenía firme como sabueso a pesar de los jaloneos de la gente, seguía con la vista clavada en la plataforma de enfrente. Una vez que el metro había pasado con una infinidad de pasajeros, instintivamente miró con el rabillo del ojo hacia ambos lados del túnel, no había peligro. Sin pensarlo dos veces, brincó nuevamente a las vías ante el asombro de la multitud, cruzó las vías y en unos segundos estaba a salvo del otro lado. Seguía sin verla, pero no podía haberla soñado, debía de ser Abril. La recordaba más joven pero estaba seguro de que era ella, su Abril.  Exaltado, recorrió el pasillo que lo llevaría a la salida de la estación, era el único lugar a donde podría haber escapado. Con la mirada, exploró la totalidad del panorama, hombres y mujeres de todas las clases y no solamente sociales, sino de todo tipo, personas sin absolutamente nada en común más que la convergencia caótica en esta ciudad. Pareciese que en ese pasillo estaban todos los estereotipos habidos y por haber, pero de Abril no se veía ni la sombra. Subió las escaleras desesperado, la podía sentir, inclusive creyó oler su perfume sutil a jazmín, estaba cerca. Giró sobre sí mismo intentando tener una visión global, pero nada, nada de nada, por un instante creyó verla a lo lejos pero pronto se dio cuenta de su error. Subió las escaleras de aquella boca al inframundo, una bocanada de aire fresco proveniente de la salida de la estación le levantó un poco el ánimo, ya estaba afuera. Un tianguis se imponía ante él, recorrió cada uno de los puestos, inspeccionaba las caras, no podría estar lejos, no se la podía haber tragado la tierra así nada más, no otra vez. Su instinto le decía que corriera, que se apurara, que se le acababan los segundos para poder encontrarla. Cruzó una avenida principal nuevamente con poco cuidado, se estaba dejando llevar por una voz interior que lo guiaba, se topó de frente con algo extraño, un bosque en el centro de aquella metrópoli de cemento, lo bordearía hasta que encontrara una entrada. Las multitudes aparecían ante sus ojos, se volvían hordas uniformes indiferentes entre ellos mismos y el mundo que los rodeaba, se apresuró a perseguir no sabía exactamente qué. Encontró el acceso al bosque por un costado de la avenida Cuauhtémoc, se internó poco a poco a un área que emanaba soledad, fue hipnotizándose con el movimiento de los árboles y el canto que producía el viento al mover sus hojas. Bajó el ritmo paulatinamente hasta que paró por completo, ya no escuchaba el ruido ensordecedor de los automóviles, estaba parado en un recinto de tranquilidad y paz. Francisco, con el corazón doliéndole con cada latido, miró en todas direcciones en la búsqueda de un rastro o alguna señal de aquel fantasma que se le escapaba una vez más. Sus ojos se posaron en el suelo, inmóvil, callado, desconsolado, así estuvo por unos minutos. Levantó nuevamente la vista y entendió que jamás la encontraría, que probablemente no había nada qué encontrar, que el cuerpo de la mujer que alguna vez amó se encontraba bajo tierra volviendo a ser polvo, allá, muy al norte de donde estaba parado. Su cerebro se esforzaba por convencerlo, por hacerle entender que esta aventura que se había propuesto no llegaría a ningún final feliz, que Abril no regresaría jamás y debía afrontarlo, que estaba solo, completamente solo, solo el aire, los árboles y él, nadie más, nada de Abril, nada de sectas secretas, de asesinos encapuchados, de reliquias, de licenciados torturados, de misterios o dudas. Se sentó a la sombra de un árbol y, tal como Cortés[1] lo hiciera alguna vez muchos siglos atrás, lloró y sollozó como un pequeño sin siquiera limpiarse las lágrimas. Estaba tan perdido y tan vacío, la naturaleza hizo su parte, un viento húmedo comenzó a soplar con más fuerza agitando la ramas de los árboles, parecía como si ese bosque quisiera comunicarse con él. Francisco sintió como si aquellos árboles buscaran arroparlo, consolarlo, podía sentir el roce de una palmada en su espalda, él seguía llorando, lavando su alma con cada lágrima. Sintió que lo abrazaban, que lo mecían como a un bebé, era completamente frágil e imperfecto en contraste del lugar milenario en donde se encontraba. Sintió calor, no era el sol que lo calentaba pues la copa de los árboles lo impedían, era calor humano, alguien realmente lo abrazaba. No quería mirar, no quería saber quién lo sujetaba, prefería la ignorancia a la realidad ¿Y si fuera ella? pensó para sí, una voz cálida reafirmó su esperanza.
—Perdóname, Francisco, por favor, perdóname— la voz de ultratumba lo trasportó en el tiempo más de siete años atrás, —yo no quería hacerte daño, no quería... — la voz se quebró. Francisco estaba aterrado de observar y no encontrarse con nada, no deseaba ni podía perder nuevamente esa esperanza que se negaba a morir. El dulce roce que acariciaba su espalda fue subiendo por su cuello hasta llegar a sus cabellos jugando tiernamente con su pelo chino. Siguió su camino tocándole la oreja izquierda y llegando a su destino final en su mejilla. Francisco volteó, era ella, realmente era ella, Abril estaba ahí en ese lugar de ensueño abrazándolo delicadamente. Quería decir mil cosas y ni una a la vez, el nudo en su garganta le impedía articular palabra alguna.
—No sé qué decirte, no creo que puedas entender mis razones, el porqué desaparecí así de tu vida— dijo ella. Hubo un largo silencio, la mirada húmeda de ambos se enlazaba nuevamente, —y porqué… lo tendré que hacer de nuevo— Abril terminó la oración que había comenzado. Acercó su rostro al cuerpo de Francisco para olerlo por última vez, le dio un beso en la mejilla y ante el estado catatónico en el que se había sumido Francisco se levantó para marcharse. Francisco la detuvo tomándola del brazo sorprendido de que no fuera una visión.
—¿Sólo te irás, así como así? ¿Sin ninguna explicación? ¿Sin darme una oportunidad de entender?— replicó él a aquella imagen que había perseguido y soñado por tanto tiempo.
—No creo que lo entiendas y la verdad no quiero que lo entiendas. Hay un mundo allá fuera que no quieres conocer, un mundo de terribles males del cual no puedo hacerte parte— respondió Abril tratando de darle una excusa e intentando creerla ella misma para poder alejarse de ese lugar.
—¿Y de qué me sirve a mí vivir en este mundo si no te tengo a ti? Prefiero ir hasta lo más profundo del infierno tomado de tu mano que vivir así, respirando el aire sin tu aliento, buscando tus abrazos en cada madrugada, sentarme a esperarte en el mismo lugar donde me dejaste hace años en la más terrible soledad— Francisco no soltaba el brazo de la mujer, pensaba que al soltarlo ella se desvanecería otra vez junto con la brisa de la tarde. Abril dudó, sabía que la duda era su flaqueza, ya lo había vivido con anterioridad. Una frase volvió a su memoria junto a un gélido recuerdo “hay cosas que no se deben pensar, debes actuar por instinto, una decisión se puede volver imposible de discernir si lo piensas demasiado”. Tomó una decisión, con la extremidad que le quedaba libre sujetó la mano de Francisco con que la retenía, ya la estaba lastimando. Al sentir la danza de unos dedos sobre los suyos, Francisco cedió, se desprendió de aquel cuerpo confiando en que no se le escabulliría una vez más. Abril siguió tocando, palpando, acariciando la palma de Francisco, él reaccionó. En el mismo instante, como si algo mayor a ellos dos los manejara entrelazaron sus manos palma a palma, dedo a dedo se tomaron, así, apretándose mutuamente como si el dolor fuera evidencia de que realmente se habían encontrado.
—¿Estás seguro de que bajarías al mismísimo infierno estando a mi lado?— preguntó ella sabiendo que su pregunta era literal.
—El no tenerte ha sido mi más sombrío abismo— contestó Francisco a quien un frenesí de emociones amenazaban con desmayarlo. Sin soltar su mano, con fuego en sus palabras e intentando ser poético concluyó, —contigo todo, sin ti… la muerte— Abril sonrió, tal vez no todo estaba perdido después de todo.



[1] Hernán Cortés: Conquistador de México cuya leyenda dice que después de ser derrotado por los aztecas en la Gran Tenochtitlan lloró bajo un árbol al que le llamaron El árbol de la noche triste (30 de junio de 1520).



domingo, 21 de diciembre de 2014

Capitulo 25

Estaba entendiéndolo todo, era necesario el sufrimiento de unos cuantos para el beneficio de los muchos, la doctrina Inferno extendía sus raíces en sí. Cuando algo no funciona, siempre es bueno ejercer presión, llevar al extremo una situación con tal de hacer un cambio profundo. En el país en el que se encontraba, su país, había razones de sobra para que el pueblo mismo reaccionara por sus traumáticas experiencias, sin embargo, en este país no pasaba nada, nada en absoluto. Se podría comparar con un adicto a la heroína, el cuerpo se caía a pedazos pero la mente, en un perpetuo sueño, vivía en un mundo maravilloso. Sucedía lo mismo aquí, en este país tan centralista, a pesar de pregonar ser una federación, tan antidemocrático, tan sordo y ciego de sus propios males. Los estados cuales piernas con llagas se derrumbaban ante el crimen, la pobreza, la carencia educativa, la crisis económica. Mientras que la mente, en donde se acumulaba el poder, la tomadora de decisiones, la Ciudad de México, se mantenía impactantemente en silencio viviendo su falacia, su propio sueño interno, sin entender que su omisión era el artífice de su propia caída, de su inevitable perdición.
En este mundo donde los medios de comunicación reinaban sin control para cumplir su propósito, necesitaba generar una acción tan tajante, tan impresionante, una noticia tan jugosa para los medios que nadie en el país dejara de comentarlo. Un evento sumamente desgarrador, fatídico, al grado de que muchos perecerían, tal vez cientos y sólo un sobreviviente emergiendo de aquella desgracia, con voz de profeta y estatus de mesías que se lo daría el mismo pueblo ávido de salvadores. Paradójicamente, ese único sobreviviente a la vez sería quien trazara el camino de ese caótico destino.   
La risa de un niño a la distancia desconcentró sus pensamientos y se dio cuenta de que atardecía. Se levantó de la banca en donde había estado descansando sus pies por un rato, luego de estirar su cuerpo en señal de despabilamiento, giró sobre su eje y alzó la vista. El contacto fue inmediato, era como si la magnífica estructura de 230 metros le estuviera pidiendo a gritos ser parte de esa hazaña y eternizarse en la historia como catalizadora de un futuro prometedor. Aquel edificio que sobresalía sobre todas las azoteas que se observaban en el horizonte, le hacía justicia a su nombre siendo el punto más alto de la ciudad y, como su antecesor que llevó con orgullo aquel apellido, la Torre Mayor era digna protagonista con su caída del inicio de un nuevo México que surgiría como ave fénix desde las cenizas y el escombro de aquel magnífico edificio.
Caminó en dirección al Paseo de la Reforma, atravesó un mar de gente que salía en esos momentos de sus trabajos, hombres de traje impecable, niños con uniformes escolares bastante sucios por todo el día de juegos y recreos. Vendedores de una y mil maravillas con un costo generalizado de cinco pesos. Mujeres cargando el mandado. Turistas de tez blanca redescubriendo una vez más México. Pepenadores con pinta estrafalaria, una comunidad heterogénea de gente que sólo se podía observar en las grandes ciudades. Una satisfacción similar a la euforia que sintió en su primera lección le invadió por completo, había encontrado su objetivo y su mente vertiginosa elaboraba el proceso a seguir, la forma en llevar aquel gran sueño a una contundente realidad. Sin embargo, no había qué correr antes de caminar, ya había aprendido esa lección con anterioridad, “crea un monstruo y te comerá” se dijo para sí y agregó en voz apenas perceptible, —si no das tú la primera mordida—sonrió ante su propia ocurrencia. Analizando minuciosamente su misión, continuó con sus divagaciones; lo primero debía de ser la entrada, estar en las entrañas del edificio, una vez dentro, debía de mantener un perfil bajo, casi invisible, algo que le diera acceso a los sótanos y no lo sujetara a un lugar fijo. La movilidad era básica, la precisión también, probablemente tendrían en aquel edificio, al igual que en todas las empresas de México, una increíble rotación de personal debido a los sueldos abusivamente bajos y las labores extenuantes, por lo que sería fácil ingresar en el área de limpieza o mantenimiento. Eso se ajustaría a sus pretensiones, estaba consciente también de que debía estudiar, sus conocimientos sobre arquitectura eran prácticamente nulos y si lo que quería era encontrar el punto exacto de quiebre y desentrañar la debilidad de aquel titán de concreto, era tiempo de tomar los libros. Lo pensó sólo por un segundo y decidió que sería más sencillo que algún recién egresado con su titulillo bajo el brazo de esos que hay miles desempleados por la calle le asistiera, sólo era cuestión de un buen ofrecimiento de trabajo futuro, obviamente inexistente y darle esa tarea como una prueba. La treta sería sencilla, buscar los puntos vulnerables en tres edificios de la Ciudad de México, digamos, Torre Latinoamericana, Torre de Pemex y por qué no, también la Torre Mayor, sencillo, muy sencillo. Una vez que lograra ese primer paso, lo demás sería un camino arduo, pero no imposible.
Llegó hasta las puertas de cristal del edificio que sería su máxima obra, lo tentó con sus dedos, saboreó sus pensamientos. Tras unos segundos, dio media vuelta dejándolo en reposo como un niño dejaría un dulce escondido para después disfrutarlo en completa soledad. Se alejó lentamente sin voltear atrás, la decisión estaba tomada. Se distrajo mirando puestos de comida de los cuales sus incesantes dueños gritaban y pregonaban a los cuatro vientos que en su locales servían las mejores enchiladas, huaraches, pozoles, tacos y quesadillas sin queso de todo el mundo o mínimo de ese mercado. Recorrió lentamente el pasillo de mercaderes que poco a poco se estrechaba más, le asfixiaba con sus olores. Miraba a las personas, como siempre, estudiándolas; sintió algo de pena por ellos, tan sencillos y tan comunes. Se aburrió, en ese lugar no había nada nuevo bajo el sol, debía de descansar antes de iniciar su loca carrera rumbo a su prueba final, crear algo nuevo con base en su propia filosofía Inferno. Sabía que Fajro, su centinela, le seguía de cerca, lo podía sentir tras sus paso, lamentablemente no ubicaba exactamente dónde se escondía. Quería verse bien ante los ojos de ese maestro, pero al mismo tiempo no quería equivocarse pues le tenía más temor a una intervención de los ejecutores; sabía que eran implacables, no en balde ya había fungido esa función en una ocasión. Al pensarlo, recordó la daga clavada en el pecho de Darwin Swain, trató de poner su mente en blanco, pero sólo vio oscuridad.
La acción de destrucción no sería lo fundamental, aunque debía aceptar que era el inicio, no debería de ser su prioridad, lo primordial vendría después. Una vez que su resurrección se completara y saliera con heridas mínimas de entre los escombras y los caídos, ante las miradas atónitas de miles de personas en la calle y otros millones más a través de las televisiones, comenzaría realmente la batalla, la lucha por crear lo imposible. Debía de cuidar muy bien sus palabras, esas primeras palabras tendrían que ser suficientemente impactantes para que el mundo entero escuchara y sucumbiera ante su persona, deberían de expresar que el Apocalipsis había llegado y sólo quien hubieses sobrevivido ante tal catástrofe sería quien pudiera guiarlos. ¿A dónde y para qué?, eso aún no estaba decidido. Era extraño, a pesar de su comodidad en las tinieblas aún no las sentía suyas completamente, existía una lucha interna entre el Inferno que parecía total y el Caelum que aún mostraba esa luz de esperanza en el vacío de su ser, sin embargo, cualquier destello brillante, por mínimo que fuese, lograba ahuyentar a la oscuridad aunque fuera por un solo instante. Lo que sí era claro, era que una vez tomada la decisión final no habría equilibrios, sería de luz o de sombras. Aunque su destino había sido marcado por los ojos de la serpiente aquella noche de iniciación, que ahora parecía tan lejana, la elección estaba en sí, nadie podría elegir su destino más que aquel que lo forja.

Se detuvo para respirar, el aire que pasaba a través de su cuerpo, entre sus manos y mejillas le recordó a Dios, esa plenitud que nos embarga por completo cuando estamos cerca del éxtasis. Trató de meditar, sin embargo, el ruido era ensordecedor y debía de encontrar un refugio ante tanto caos, reposar antes de comenzar otra vez. Siguió caminando, parecía que los ríos de gente no tenían fin, después de buscar escapatoria, lo aceptó y se dejó llevar por aquellos seres que en su mente eran inferiores por no controlar sus propias existencias. Minutos más tarde, entró al subsuelo de la ciudad y no paró hasta que esa masa de gente se detuvo ante un vagón del metro al que las personas intentaban entrar como si sus vidas dependieran de ello. Dejó que la plataforma se vaciara, se recargó en la pared, luego de unos instantes, cerró los ojos y trató de relajarse, inhalar y exhalar, todo saldría bien. Inhaló por segunda vez pero en esta ocasión más profundamente, abrió nuevamente los ojos y la exhalación se quedó en suspenso detenida en su garganta, intentó reaccionar, disimular, pero no pudo. En ese momento, en lo más profundo de su alma, comprendió que todo estaba perdido.

La Torre Mayor es un rascacielos ubicado en la Ciudad de México. Se encuentra ubicada en el número 505 de la avenida Paseo de la Reforma, en el espacio ocupado anteriormente por el cine Chapultepec y cerca del Bosque de Chapultepec

viernes, 19 de diciembre de 2014

Capitulo 24


La luz que entraba por los grandes ventanales del templo en el que se encontraba le daba la sensación de estar en paz consigo mismo, aunque muy adentro de su alma se estaba llevando a cabo toda una revolución de sentimientos. En la superficie todo era calma y tranquilidad, estaba vestido al igual que todas las personas que se dieron cita para platicar con el nuevo Cristo en la Tierra. Traía una túnica blanca de algodón fresco, llevaba los pies descalzos y un especie de turbante de seda que le cubría gran parte de su cabeza. Tenía esperando más de tres horas, meditaba y hacía reflexiones sobre sus pensamientos, sin embargo, no le era posible profundizar mucho en su mente. Cada vez que cerraba los ojos en un intento por encontrarse consigo mismo, el rostro inerte de su hermano aparecía en el centro de sus ideas. Lo desconcentraba, le envolvía un incomprensible sentimiento de impotencia.
—Levántense hermanos que ha llegado quien os sanará.
Al instante, más de un centenar de individuos vestidos de blanco se levantaron de sus tapetes al unísono. Un cántico gutural comenzó a llenar todo el recinto, el licenciado Fernández vio al hombre que había confundido con el nuevo mecías en el restaurante hacía unas semanas. Detrás de él, por una puerta localizada justo en el centro de lo que se podría describir como un escenario, aparecieron tres personas cubiertas completamente con un velo blanco; uno se situó a la derecha, otro a la izquierda y en el centro se mantuvo la última persona, sin retirarse el velo habló con voz clara y potente.
—El verdadero rostro de cada uno está atrapado detrás de una máscara, escondido entre miedos y frustraciones, anhelos y deseos— utilizó una pausa antes de continuar, —si buscan encontrar el verdadero propósito de la vida, deben de liberarse de esa carga, de esa máscara de hierro que los obliga a agachar la cabeza ante el destino, a vivir siempre mirando el suelo y no entender que hay un mundo hermoso esperándolos allá en los cielos— las palabras entraron por los oídos del licenciado Fernández como un torrente de agua fría, nuevamente le sorprendió lo certero del comentario. Se relajó un poco y, después de exhalar todo el aire que llevaba dentro de sus pulmones al igual que la multitud, tomó asiento. Regina, con su apariencia infantil vestida completamente de blanco,  se encontraba a la mitad del templete, continuó:
—Hemos olvidado lo más importante, lo básico y fundamental, el amarnos los unos a los otros, el descubrirnos todos los días nuevamente en la mirada cansada de los demás. Hemos perdido la capacidad de regalar una sonrisa o una buena acción a nuestros pares humanos sin pedir nada a cambio, estamos dejando que nuestra gula de comodidad y la pereza de razonamiento destruya el regalo divino que se nos ha entregado sin merecerlo. Estamos acabando con los mares y la tierra, dejando a las especies animales que nos fuesen dejadas a nuestra custodia perdidas en la más terrible orfandad.
            El licenciado se sintió incómodo, a él no le interesaban las ballenas o los changos, sólo quería que su alma estuviera en paz, que dejara de arderle tanto el corazón cada día que abría los ojos. Regina siguió adoctrinando a la multitud que la contemplaba eufórica, cada vez más extasiados ante las palabras de su Mesías. La reunión fue llenándose de un aura de paz y solidaridad, de comunión entre todos los presentes, excepto uno, Fernández estaba perdido en sus propios pensamientos. Hoy debía hablar a solas con Regina, le urgían respuestas, su paciencia había llegado a su límite y esta vida monástica que había usurpado por las últimas dos semanas no le estaban cayendo nada bien, extrañaba el lujo de su antigua vida, los buenos tragos y los habanos caros, extrañaba su casa, sus costumbres y sobre todo, las pláticas profundas con su hermano, su hermanito, su compañero. Poco antes de que terminara la reunión y durante el punto más emotivo del discurso de Regina, el licenciado Fernández salió de aquel templo, no sin antes hacer contacto visual con Regina para remarcar su deserción y disgusto de aquella nueva vida. Caminó por unas cuadras, caminaba sin ninguna dirección o propósito, se sentía confundido con aquel camino de paz y amor que pregonaba Regina, parecía incongruente o inconcebible ante el mundo de violencia al que estaba acostumbrado.
Horas después y ante el estruendo de una tormenta que caía sin cuartel sobre la ciudad de Madrid, Regina abrió la puerta de la pequeña casa en que vivía en el barrio del Ángel. La persona que estaba postrada ante ella la desconcertó, ninguno de sus seguidores conocía su domicilio particular. Sin embargo, el sujeto, completamente empapado, parecía necesitado de apoyo en urgencia. Lo dejó pasar y lo encaminó a una pequeña sala sumamente austera que como única decoración tenía un cuadro que representaba una cruz partida a la mitad. Lo arropó con una manta y se dirigió a la cocina para calentar agua para café, aquel personaje no habló, tenía la mirada perdida, ni siquiera se sacudía las gotas de lluvia que le corrían por sus ojos. Regina regresó con dos tazas de café, las acomodó en la mesita de estar y se sentó en seguida de aquella persona. Mirándolo a los ojos le dijo:
—Tranquilo, ya estás en casa, aquí conmigo nadie te lastimará, yo te protegeré— mientras le decía esto, Regina tomó la mano del individuo, sintió el frío atroz de esa mano desnuda. El hombre levantó la mirada y sus ojos se encontraron con los de ella. Al verlos, Regina dio un ligero salto hacia atrás sobre el sillón, jamás en su vida había visto unos ojos tan vacíos, pareciese que les hubieren robado el alma misma.
—Tú no me puedes proteger de lo que me persigue— le dijo el hombre con voz quebrada. Regina, por primera vez en su existencia, tuvo miedo, no obstante hizo lo posible por mostrarse amable y comprensiva. Le limpió el rostro con sus manos cálidas y mientras lo hacía le afirmaba una y otra vez que todo estaría bien. Utilizando su intuición, trató de aliviarle un poco la desesperanza en la que estaba sumido ese hombre, —sea lo que sea que te persiga o a lo que le temas, aquí estarás bien, recuerda que el amor lo puede todo, confía en una esperanza futura—. El hombre, con la mirada completamente perdida y con voz pausada, expresó —cómo tener esperanza cuando todo el amor que tenía me fue arrebatado de pronto, cómo seguir respirando si mi propia vida me recuerda la ausencia tan grande que siempre me acompaña, cómo sobrevivir a la pérdida de un hijo, cómo no odiar al mundo que me lo arrebató—.
            Regina no esperaba aquella revelación, es más, no sabía que este individuo tuviera un hijo o familia alguna. Separó sus labios para decir algo bello que motivara a este hombre a seguir viviendo, pero simplemente la inspiración se le había escapado en aquellos momentos, no supo qué hacer. Decidió que el mejor apoyo, sería simplemente abrazarlo; alzó los brazos y se entregó completamente a ese humano que clamaba ternura. Se acercó lentamente como pidiendo permiso, sintió tan cerca de su cuerpo a aquel hombre perdido, lo arrulló entre su cuerpo meciéndolo como a un niño, creyó sentir que ese hombre le respondía el abrazo e incluso escuchó el sollozo que llega antes de la resignación. Estaba dispuesta a todo con tal de devolverle un poco de vida a aquel cuerpo sin ilusiones, no supo exactamente en qué momento sus labios se rozaron, comenzaron a besarse apasionadamente. Regina estaba llevando su doctrina de amor al prójimo al extremo, se estaba entregando como mujer a aquel hombre que apenas conocía, la más primitiva forma de amor puro. Él, por instinto, más que otra cosa, comenzó a besarle el cuello dejándose llevar por esa pasión que creía haber perdido. Delicadamente fue bajando con sus labios por el torso de Regina y antes de llegar al ombligo se detuvo. La recostó sobre el sillón, le levantó la falda larga que le llegaba a Regina hasta los tobillos. Con toda la ternura acumulada por años de soledad, empezó por besar los pies de esa mujer, de pronto y sin previo aviso, el hombre se tensó. Ella sintió cómo aquel toque suave en sus piernas se convertía en un agarre mortal y, tratando de entender lo que pasaba, se incorporó en el sillón. El hombre veía fijamente su pierna derecha, algo había cambiado en el ambiente en tan sólo un segundo. Asustada, intentó zafarse de aquellas pinzas que estrangulaban su extremidad inferior pero le fue imposible, el hombre la miró a los ojos por primera vez en toda la noche. Regina pudo interpretar vida en aquellos ojos, ardían con un odio desmesurado, se supo en peligro e intentó levantarse para huir de esa terrible situación. El hombre reaccionó, la empujó con todas sus fuerzas lanzándola contra la mesa donde estaban las tazas de café. Él se levantó violentamente y la tomó de los cabellos, acercó su rostro bañado en sudor al rostro de Regina.
—¿Qué crees que no sufrió, perra?— la golpeó con rabia en la cara, —¿crees que puedes jugar a ser Dios sin consecuencias— otro golpe, -—¿que tú decides quién muere y quién vive?— los golpes cayeron como lluvia sobre aquel frágil cuerpo, todo era rojo para ella. Dejó de luchar, era inútil resistirse a su destino, se dejó llevar por la negrura que la cobijaba cada vez más y más hasta que al fin ya no sintió ningún dolor. Con su último suspiro, se encomendó a su dios.
El asesino, viendo a su víctima completamente derrotada, se incorporó y entró al baño para lavarse la sangre de sus manos. Mientras se enjuagaba en el agua fresca, alzó el rostro y se descubrió sonriendo en el espejo, no encontró rastro de remordimiento alguno, cada vez era más fácil, más natural, más instintivo. Salió del baño tratando de controlar el temblor en sus dedos que le producía el exceso de adrenalina que aún corría por sus venas, observó el cuerpo de Regina tumbado a sus pies. No se creía culpable, más bien, sentía que había actuado en defensa propia. Se arrodilló ante la pierna derecha de Regina y arrancó de un tirón una pequeña joya plateada que se balanceada ligeramente desde que la pierna dejó de moverse. Respiró tres veces, salió de la pequeña casa para encontrarse con un ambiente fresco y húmedo que dejó el paso de la tormenta.
Horas después, a kilómetros de distancia, el licenciado Fernández abordaba un avión de líneas aéreas Iberia con destino a la Ciudad de México. No quedaba nada más qué hacer en Europa, había perdido la esperanza de encontrar respuestas a sus preguntas en aquella parte del mundo. Subió la escalera que lo llevaría al avión y, sin mirar a atrás, entró en ese pájaro de acero con México en la mente.


lunes, 15 de diciembre de 2014

Capitulo 23




Estaban ahí, frente al número 285 de la calle Ámsterdam en la colonia Condesa de la Ciudad de México, la dirección indicada en el sobre que le entregó a Rocío el extraño habitante de la casa donde solía estar el departamento de Abril. Por fin habían llegado al final de este viaje aventurado que habían iniciado hace mas de 15 días, Francisco ya no estaba tan interesado en cumplir con la promesa que le había hecho al licenciado Fernández, más bien, todas sus expectativas estaban centradas en un solo pensamiento, Abril. La lógica le decía que no se debería estar dando falsas esperanzas, sin embargo, algo dentro de él, un sentimiento que no podía explicar, le decía que debería seguir buscando, que no importaba qué tan lejos fuera o qué tanto caminara. Debía saber la verdad, bueno, si es que había algo qué saber. 
A Francisco le sudaban las manos, sus ojos iban una y otra vez del sobre donde venía anotada la dirección a la puerta. Estando ahí, a sólo unos pasos de poder obtener algunas respuestas, se acobardó, no sabía a qué le tenía miedo pero en su cabeza escuchaba una y otra vez la voz de su conciencia diciéndole “la ignorancia es felicidad”. No lograba que sus pies dieran esos últimos pasos que le faltaban y por primera vez en ese día agradeció que Rocío lo hubiese acompañado. La maestra intuyó que Francisco no se atrevería a dar el primer paso, subió los tres escalones que separaban la calle de la puerta y tocó el timbre. Francisco respiró nuevamente, la actitud soberbia de siempre de Rocío le había evitado tomar una decisión que, como siempre, hubiera consistido en salir huyendo de ahí. La respuesta no se hizo esperar, bajo el marco de la puerta apareció un hombre vestido como profesor de primaria, con un suéter color guinda, pantalones caqui y un par de mocasines cafés que evidenciaban, por el desgaste, un caminar continuo. El hombre tenía un rostro amistoso, prácticamente calvo, usaba unos lentes con un armazón muy fino de color dorado, bien rasurado, con unos labios amplios y carnosos que probablemente en otros ayeres hubieran sido bastante atractivos. El hombre, con una sonrisa, saludó a sus extraños visitantes y con una actitud relajada, reflejada por su postura de niño despreocupado con las manos dentro de los bolsillos del pantalón, les inquirió:
            —Buenas tardes, ¿en qué puedo servirles?— ninguno de los dos habló esperando que lo hiciera el otro. El señor, al verlos intercambiar miradas de desconcierto, sonrió. Le pareció cómica la escena que se desarrollaba a fuera de su casa.
—Disculpe, señor— por fin Rocío se decidió a hablar, —¿aquí es el número 285 de la calle Ámsterdam?— lástima que no se le ocurrió nada más inteligente qué decir. El hombre cambió la sonrisa por un gesto de interrogación aunque sin dejar de ser amistoso. Caminó unos pasos hacia afuera y volteó a mirar el gran tablero de madera que estaba justo encima del marco de la puerta donde se leía en grandes números negros “285” seguido por una leyenda que decía “Calle Ámsterdam”.
—Pues, hasta donde yo sé, no han cambiado las nomenclaturas— respondió volviendo a su cara jovial, —¿en qué puedo ayudarles?— preguntó nuevamente el hombre. La voz de Francisco fue ahora la que se escuchó, primero como un tímido murmullo pasando después a la exaltación exacerbada.
—Pues mire, venimos aquí por que traigo un encargo del licenciado Fernández, que me pidió que, si le pasaba algo, se lo llevara a su dirección, pero pues la verdad ya no sé ni qué pensar, yo más bien lo que quiero saber, es ¿qué tienes tú qué ver con Abril? ¿O si anda por aquí? Ya me estoy cansando de dar vueltas y vueltas por todos lados ¡y no entender ni madres! Así que, ¡sí!, sí puedes hacer algo por mí, ¡hazme el pinche favor de hablarle a Abril y decirle que aquí estoy! ¡Que me debe un chingo de explicaciones! ¡Y apúrate que no tengo tu tiempo!— en el rostro del hombre todo era desconcierto, dio dos pasos para atrás y pareció que tenía la intención de cerrarles la puerta en la cara. Sacó su mano derecha del pantalón y sujetó la puerta por unos segundos, el impulso inicial de cerrarles las puerta pareció desvanecerse, sin embargo, su rostro reflejaba una gran molestia y, tras un breve momento en donde le dedicó primero una mirada mortal a Francisco y después a Rocío, expresó:
—Mire, señor, no le cierro la puerta en la cara porque se nota que es un hombre sumamente perturbado y hacer eso sólo empeoraría las cosas, pero algo sí tengo que decirle y como usted ya se tomó la libertad de tutearme pues le diré, ¡no sé dé qué carajo me estás hablando, no tengo ni pinche idea quién es el licenciado Fernández o esa tal Abril y para tu información, tampoco tengo el tiempo de estar escuchando pendejos!— el hombre cerró la puerta con fuerza pero algo se lo impidió, el pie de Rocío estaba atravesado entre el marco y la puerta como el de un buen vendedor de casa por casa. Ella puso su rostro en la pequeña abertura que quedó y de una forma mucho más conciliadora intentó comunicarse con el hombre.
—Disculpe usted, sé que lo hemos molestado, este muchacho que me acompaña ha estado bajo mucho estrés y, entre usted y yo, creo que se está volviendo loco, pero realmente es inofensivo. Sólo queremos hacerle unas preguntas, si usted nos lo permite y nos iremos de aquí en cuestión de minutos— el hombre no se decidía por abrir nuevamente la puerta o darle un pisotón para que quitara el pie. Después de unos segundos de incógnita, la puerta se abrió nuevamente.
            —Les concedo dos minutos, nada más que sin groserías que no las tolero, ¿ok?
—Muchas gracias, señor. Le aseguro que se portará bien— le contestó Rocío tomando del brazo a Francisco en señal de control.
—Bueno, ¿qué es lo que quieren saber?— preguntó el hombre malhumorado.
 —Mire, señor— continuó ella,  —en la ciudad de Chihuahua hay una casita que está en la calle 21 con el número 2137, donde antes había un departamento que se quemó hace años— Rocío hizo una pequeña pausa esperando que el hombre entendiera de qué le estaban hablando, sin embargo, éste seguía con el mismo gesto malhumorado. Rocío siguió con la explicación, —el punto es que nos pidieron que lleváramos unos documentos muy importantes— dijo esto para tentar el interés del hombre, aunque la actitud de éste no cambiara en absoluto, —cuando fuimos a llevarlos a la dirección que nos indicaron, nos recibió un hombre muy amable que nos informó que él estaba rentando esa casa, que el dueño vivía aquí en el D.F. y nos dio esta dirección. Como podrá ver, sólo estamos buscando que esos documentos lleguen a donde tienen que llegar— Rocío se le quedó mirando al hombre con la esperanza de una respuesta positiva, pero éste meneó la cabeza dos veces en señal de negación.
—Siento mucho que hayan realizado un viaje tan largo, pero en verdad no tengo ni la más remota idea de lo que me están diciendo. Yo jamás he ido a Chihuahua, de hecho, lo más al norte que conozco es Pachuca, tampoco tengo ninguna propiedad en el norte y mucho menos conozco a ningún licenciado de por allá o mujer alguna que se llame Abril. Lamento no poder ayudarlos, pero si me disculpan tengo otras cosas que hacer— habiendo dicho esto, el hombre cerró la puerta ahora sí sin ninguna oposición.
Rocío y Francisco se quedaron parados en la banqueta mirando la puerta cerrada, un silencio incómodo los arropó, se miraron desconcertados, el uno entendía la frustración del otro. Rocío jaló del brazo a su alumno y lo llevó a caminar por la calle sin ningún rumbo, hasta que se toparon con un pequeño café que tenía servicio al aire libre. Se sentaron, por fin ella rompió el silencio al ordenar dos cervezas Indio bien frías.
—Ay, Panchito, pues no sé qué decirte, a veces se gana y otras se pierde, ni hablar— él no respondió inmediatamente, tenía la mirada perdida, no podía creer que hicieran ese viaje por nada, y lo peor del caso era que no sabía exactamente por dónde seguir buscando, —mira, Panchito, lo que debemos hacer es despejarnos un poco la cabeza para poder pensar con claridad. Qué te parece si nos vamos un rato a ver las tiendas caras a Polanco, te aseguro que a mí se me sube el autoestima con sólo ver unos zapatos Louis Vuitton— Francisco sólo asentó con la cabeza, no estaba escuchando lo que le decía su mentora. Se tomó la cerveza casi de golpe y luego de sacar unas monedas para pagar lo consumido, se puso de pie.
—Chío, discúlpame, pero no te acompañaré a ver ropa o esas cosas, la verdad es que quiero estar solo un rato, pensar, despejarme, ¿te parece bien si nos vemos en el hotel en la noche?— no esperó respuesta por parte de ella y se puso a andar con rumbo desconocido.
Después de varios minutos de vagabundeo y muchos pensamientos abstractos, se encontró en la entrada del metro Cuauhtémoc. Sin saber por qué, bajó las escaleras, compró un boleto y se puso a esperar a que aquel gusano mecánico que viajaba por las venas de la Ciudad de México lo recogiera en esa estación para poderse perder en la masa uniforme de gente que viajaba a esas horas por el transporte metropolitano.
Por otra parte, Rocío se tomó otras tres cervezas, el alcohol le abrió el apetito, así que se compró unos taquitos al pastor que ordenó del restaurante de enseguida del café. Terminó de degustar su comida chilanga y decidió bajar un poco la opresión que le generaba el cinturón en su vientre caminando por la calle Ámsterdam. De pronto, sintió que alguien la detenía por el hombro, instintivamente volteó a ver la mano que la había interrumpido, una mano con dedos muy gruesos y oscuros con un anillo dorado en el dedo índice. Al hacer esto y antes de mirar la cara del dueño de la mano, escuchó una voz escalofriante que le dijo quedamente al oído, —esa pulsera que traes puesta no te pertenece, ¿de dónde la sacaste?—.

 Parque México visto desde el aire. La avenida Ámsterdam circunda dicho parque dentro de la Colonia Condesa en la Ciudad de México.