“Benevenutus Deus Caelum
Inferno” leyó el
hombre que muchas veces había pasado por ese sitio y se sorprendió, como lo
había hecho anteriormente de su suerte. Eran poquísimas las personas que habían
tenido la oportunidad de leer esa frase tan importante, y no por la relevancia
de la frase misma, sino el lugar en donde se encontraba, el mejor escondite era
el lugar más evidente. En completa penumbra, avanzó sin vacilar, sabía
perfectamente dónde se hallaba cada columna, cada rincón y recoveco, inclusive
las imperfecciones del piso de mármol que pisaba. Ya desde muchos años atrás
había tenido que memorizar aquel sitio siendo necesario recorrerlo en la
oscuridad, una vela o una lámpara podrían levantar sospechas a esas altas horas
de la noche dentro del Palacio de Justicia de Marsella.
Después de cruzar los
veintidós pasos de forma diagonal desde la entrada principal, removió la
cortina de color púrpura que básicamente cubría toda la pared que se esparcía
entre las columnas. Miró atrás de sus pasos para cerciorarse de que nadie lo
seguía, se quedó en posición de firmes por unos segundos esperando a que sus
ojos se acostumbraran a la ausencia de luz. Pudo visualizar una diminuta puerta
de madera antiquísima, pareciese más la puerta de un viejo armario para guardar
productos de limpieza que la entrada a una habitación. El hombre extrajo de su
ropaje una larga llave plateada, abrió cuidadosamente el cerrojo y entró. En el
interior ya lo esperaban los otros cuatro, sintió la emoción en sus manos que
pronto se le disipó por todo el cuerpo, saludó de la manera acostumbrada y tomó
su lugar en el punto más alto del altar. Antes de comenzar, como siempre, miró
a todos los presentes, cada uno instalado en una parte estratégica del recinto.
Sabía que el día de hoy era especial, primordialmente para él, el día de hoy
era la culminación de una vida de trabajo. El ritual comenzó, algunas palabras
casi en suspiro, era como si el viento hablara, después una profunda voz llenó
el salón para acallar los suspiros. Quien ocupaba el puesto de honor alzó sus
manos mostrándolas a los presentes, lentamente y de manera magistral hizo
aparecer entre sus dedos la moneda que era el elemento más importante de aquel
ritual. La observó por unos segundos, era una moneda de oro puro con la imagen
de un león en una de sus caras y una serpiente en posición de ataque en la
otra, el grupo de los cinco se puso de pie.
—Que pase aquel que ha buscado—
dijo el hombre principal con voz apenas perceptible y un sexto integrante que
se encontraba oculto entre las sombras y el humo del incienso hizo su
aparición. Su cabeza estaba cubierta por una túnica negra, con decisión cruzó
por en medio del salón, se quedó inmóvil por unos breves instantes como
esperando la aprobación de quien dirigía el rito. Habiendo satisfecho uno de
los requisitos, retomó su curso y caminó en círculos alrededor de los cinco principales
deteniéndose por unos breves segundo detrás de cada uno de ellos tocando
ligeramente sus nucas por un instante. Cada paso que daba lo acercaba más a su
objetivo, pero a la vez, con cada paso su seguridad se desvanecía, en estos
momentos era natural tener miedo, el punto era no mostrarlo. Por fin llegó al
lugar donde tenía que estar, cerró sus ojos y agudizó sus sentidos.
—Esta noche se decidirá tu destino, el camino que
has tomado para llegar aquí ha sido largo, tal vez demasiado. Sin embargo, has alcanzado
la madurez espiritual para pertenecer, lo sabemos y por eso estás aquí, a
partir de este momento serás de luz o de tinieblas. Arrodíllate—
le indicó la voz al mismo tiempo que lanzaba al aire la moneda de oro que había
sostenido celosamente entre sus manos. Por un breve espacio de tiempo, la
moneda giró sobre sus cabezas en una espiral perfecta cayendo momentos después
frente a las rodillas del sexto integrante, quien abrió los ojos sólo para
encontrarse de frente con los ojos de una serpiente en posición de ataque que
lo miraban de vuelta.
—Así será— dijo este
último levantándose con aire triunfal.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario