domingo, 26 de octubre de 2014

Capitulo 5

“Benevenutus Deus Caelum Inferno” leyó el hombre que muchas veces había pasado por ese sitio y se sorprendió, como lo había hecho anteriormente de su suerte. Eran poquísimas las personas que habían tenido la oportunidad de leer esa frase tan importante, y no por la relevancia de la frase misma, sino el lugar en donde se encontraba, el mejor escondite era el lugar más evidente. En completa penumbra, avanzó sin vacilar, sabía perfectamente dónde se hallaba cada columna, cada rincón y recoveco, inclusive las imperfecciones del piso de mármol que pisaba. Ya desde muchos años atrás había tenido que memorizar aquel sitio siendo necesario recorrerlo en la oscuridad, una vela o una lámpara podrían levantar sospechas a esas altas horas de la noche dentro del Palacio de Justicia de Marsella.
Después de cruzar los veintidós pasos de forma diagonal desde la entrada principal, removió la cortina de color púrpura que básicamente cubría toda la pared que se esparcía entre las columnas. Miró atrás de sus pasos para cerciorarse de que nadie lo seguía, se quedó en posición de firmes por unos segundos esperando a que sus ojos se acostumbraran a la ausencia de luz. Pudo visualizar una diminuta puerta de madera antiquísima, pareciese más la puerta de un viejo armario para guardar productos de limpieza que la entrada a una habitación. El hombre extrajo de su ropaje una larga llave plateada, abrió cuidadosamente el cerrojo y entró. En el interior ya lo esperaban los otros cuatro, sintió la emoción en sus manos que pronto se le disipó por todo el cuerpo, saludó de la manera acostumbrada y tomó su lugar en el punto más alto del altar. Antes de comenzar, como siempre, miró a todos los presentes, cada uno instalado en una parte estratégica del recinto. Sabía que el día de hoy era especial, primordialmente para él, el día de hoy era la culminación de una vida de trabajo. El ritual comenzó, algunas palabras casi en suspiro, era como si el viento hablara, después una profunda voz llenó el salón para acallar los suspiros. Quien ocupaba el puesto de honor alzó sus manos mostrándolas a los presentes, lentamente y de manera magistral hizo aparecer entre sus dedos la moneda que era el elemento más importante de aquel ritual. La observó por unos segundos, era una moneda de oro puro con la imagen de un león en una de sus caras y una serpiente en posición de ataque en la otra, el grupo de los cinco se puso de pie.
Que pase aquel que ha buscado dijo el hombre principal con voz apenas perceptible y un sexto integrante que se encontraba oculto entre las sombras y el humo del incienso hizo su aparición. Su cabeza estaba cubierta por una túnica negra, con decisión cruzó por en medio del salón, se quedó inmóvil por unos breves instantes como esperando la aprobación de quien dirigía el rito. Habiendo satisfecho uno de los requisitos, retomó su curso y caminó en círculos alrededor de los cinco principales deteniéndose por unos breves segundo detrás de cada uno de ellos tocando ligeramente sus nucas por un instante. Cada paso que daba lo acercaba más a su objetivo, pero a la vez, con cada paso su seguridad se desvanecía, en estos momentos era natural tener miedo, el punto era no mostrarlo. Por fin llegó al lugar donde tenía que estar, cerró sus ojos y agudizó sus sentidos.
Esta noche se decidirá tu destino, el camino que has tomado para llegar aquí ha sido largo, tal vez demasiado. Sin embargo, has alcanzado la madurez espiritual para pertenecer, lo sabemos y por eso estás aquí, a partir de este momento serás de luz o de tinieblas. Arrodíllate le indicó la voz al mismo tiempo que lanzaba al aire la moneda de oro que había sostenido celosamente entre sus manos. Por un breve espacio de tiempo, la moneda giró sobre sus cabezas en una espiral perfecta cayendo momentos después frente a las rodillas del sexto integrante, quien abrió los ojos sólo para encontrarse de frente con los ojos de una serpiente en posición de ataque que lo miraban de vuelta.

Así será dijo este último levantándose con aire triunfal.

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