lunes, 19 de enero de 2015

Capitulo 31

LA LEYENDA
Cuando el Sol aún no brillaba, cuando la Luna no había aprendido a girar alrededor de la tierra; en antaño, cuando el movimiento no existía y la vida era solamente un alegre pensamiento aún no concebido, los astros inertes habían sido esparcidos como migajas por un dios anterior ya extinto. En esos tiempos de total oscuridad y reposo absoluto, nacieron ellos. Como todos los dioses que han existido, su concepción, gestación y alumbramiento son todo un misterio y como no existía algún observador que pudiera dar fe de lo que ahí aconteció, hoy en día se da por hecho que sólo aparecieron y punto. Aunque la historia es antigua y no da muchos detalles, podemos deducir que, así como los hombres, ellos tuvieron una niñez en donde jugaron entre sí persiguiéndose detrás de los astros inmóviles, deleitándose contemplando la vastedad del espacio y sumergiéndose en la profundas negruras del Universo. Ahura Mazda, primero que su hermano, descubrió que tenía el don de la creación, así fue como concibió el fuego tallando sus manos una contra la otra fuertemente hasta que el calor se hizo presente y con él la luz. Decidió que algo tan maravilloso y necesario no podría quedarse eternamente sólo entre sus manos, así que fue colocando el fuego de manera aleatoria en los astros vacíos y oscuros que encontraba sólo para tropezarse con la decepción de que, al instante en que posaba el plasma candente sobre las grandes esferas celestiales, su brillo se apagaba y quedaba inmóvil, no moría ni crecía, sólo se quedaba ahí sin hacer nada, plasma estático. Angra Mainyu, su hermano, al ver el fracaso reiterado de Ahura sintió él mismo un calor interno, se llenó de felicidad, pero una felicidad prohibida que tenía como origen la rivalidad con su hermano. De él nació la envidia y el celo, sus creaciones no eran para nada comparables a las extravagantes obras de su hermano, quien ya había llenado el Universo de objetos luminosos, paralizados y sin brillo, pero luminosos al fin. Ahura Mazda no tardó mucho en darse cuenta del problema de sus invenciones, era necesario crear al tiempo, darle un pequeño empujón a ese gran péndulo perpetuo. Éste era un arma de doble filo, una vez que el reloj diera su primer paso jamás podría ser detenido y eso hasta a los mismos dioses les aterraba, sin embargo así lo hizo. En un instante todo tomó color, una explosión radiante de olores, sonidos y sabores despertaron por primera vez. Él mismo recorrió el Universo otorgándole el movimiento a las cosas, vio satisfecho cómo sólo era necesario un impulso para que los objetos de su adoración crecieran y evolucionaran. Las galaxias se formaron por sí mismas cuando él, en su loca carrera por verlo todo, creaba remolinos al pasar por un conjunto de estrellas. Esta situación accidentada lo llenó aún más de regocijo pero entendió que sus acciones, voluntarias o no, repercutían directamente en este Universo creado por él y para él. Angra Mainyu tenía su propio proyecto personal, quería realizar la proeza más grande jamás inventada, siempre con un profundo sentimiento de competencia al ver lo que hacía su hermano, así fue como terminó en un pequeño planeta remoto en los confines de una insignificante galaxia, allá, casi al final del Universo, en la parte más reciente, el lugar donde no sería molestado, este sería su laboratorio personal. Tomó una estrella incandescente que había sido creada por Ahura Mazda, la colocó a una pequeña distancia para poder observar bien lo que hacía, estuvo varios días practicando con uno que otro elemento que su hermano ya había creado intentando darle forma a algo nuevo, sin embargo, todo lo que creaba al instante caía inerte. Con furia, tomó todos los elementos que había encontrado y los arrojó con enfado sobre aquel planeta. Con recelo observaba a la distancia cómo el cielo de aquel lugar se tornaba multicolor una vez que caía la noche, un millón de estrellas con diferente intensidad brillaban en el horizonte. Quiso que se apagaran todas, fue ahí cuando nació el odio. Se elevó en los cielos buscando su venganza ante tanta armonía dejando su proyecto inconcluso. Se propuso entonces crear la estrella más grande de todas, tan grande que opacaría a todas las creadas por su hermano. Como no tenía imaginación propia, robó, como hurta un hambriento, un millón de estrellas y las fue acumulando cuidadosamente en un mismo sitio, escogió justamente el centro de aquel Universo. Con cada día que pasaba, el brillo de aquella masa incandescente crecía cada vez más. Ahura Mazda lo observó a la distancia, sintió pena por su hermano e intentó ayudarlo aún a sabiendas de que a Angra Mainyu sólo lo guiaba un profundo resentimiento. Invisible para no ser descubierto, acercó estrellas para que fuera más fácil la recolección de su hermano, decidió darle su espacio y se fue a vagar por las fronteras. Angra Mainyu no perdió el tiempo, en un instante había colocado más de la mitad de todas las estrellas del cosmos en un mismo punto, no cabía en sí de felicidad al ver que el brillo de los demás astros se hacía insignificante ante la presencia de su estrella. Como todo ego centrista, él quería más y había notado, por las enseñanzas de su hermano, que al darle rotación a un objeto éste creaba fricción y la fricción generaba más calor y a la vez un brillo más intenso. Así que con un suspiro hizo girar aquella gran masa de estrellas las cuales, siguiendo su curso natural, comenzaron a desprender un increíble brillo cegador tan intenso y tan fuerte que no existía nada más en ese lugar. Más temprano que tarde sucedió lo inevitable, el giro se tornó violento y por la gravedad de aquella inmensa atrocidad, comenzó a absolverlo todo. Toda la creación de Ahura Mazda fue lentamente consumida por el monstruo gigante de luz que había creado su hermano; satélites, planetas y estrellas, sin excepción, desfilaron hacia un horno incandescente. Ahura Mazda,  precipitándose al vacío, intentó salvar a su hermano pero éste se negó creyendo que estaba celoso del gran poderío que había creado. Primero cayeron sus ojos que fueron quemados por la tremenda radiación, sus manos fueron consumidas cuando Angra Mainyu intentó abrazar su sol único y su cuerpo fue desgarrado por la luz y el fuego. No quedó nada de él, se fusionó a esa hoguera. Ahura Mazda sintió pánico por primera vez en su larga existencia, una tristeza profunda por la pérdida de su hermano le arrebató la calma y, deseando huir de aquel destino fatal, se refugió en los confines del Universo, paradójicamente dentro del mismo planeta en el que su hermano había hecho una y mil pruebas para crear algo por sí mismo. Lamentablemente, hasta ese lugar llegó también la tragedia, todo fue concentrándose en un solo punto, en un solo espacio, en un solo átomo. Segundos antes de desparecer por completo de esta dimensión, Ahura Mazda, con su último esfuerzo, alejó al pequeño planeta que había sido la obsesión de su hermano, lo alejó lo suficiente para que no fuera alcanzado por aquella gravedad infinita. Ahura también sucumbió, la voraz gravedad lo consumió, un micro segundo después sucedió lo impensable, una gran explosión. Eran las leyes naturales las que regían a ese Universo ahora, todo la materia que emanaba fue expandiéndose como una ola en el centro de un lago en calma. Afortunadamente, el planeta sobreviviente fue impulsado por esa onda en relativa tranquilidad y lo llevó hasta las fronteras del Universo y ahí quedó quieto, en silencio y oscuridad. Fue rociado por todas las bondades del Universo, como caso fortuito, los elementos que Angra Mainyu había depositado fueron mezclándose con los elementos que habían llegado desde el espacio impulsados por la gran explosión aguardando solamente el momento de florecer. Ahura Mazda despertó nuevamente, había perdido su forma física pero de alguna manera su conciencia había perdurado, lo vio todo siguiendo un curso natural; las estrellas brillaban, las galaxias habían vuelto a formarse distintas y en mayor armonía. Se dio cuenta de que su hermano por fin había logrado crear algo hermoso, la expansión de ese Universo era único. En su nueva forma se podía desplazar a mayor velocidad y ser omnipresente. Después de muchos siglos de contemplación y maravillado con los objetos que se habían creado; cuásares, galaxias, supernovas, agujeros negros, todo seguía un orden desordenado, un equilibrio natural. Ahura no había tenido que intervenir y se había prometido a sí mismo no intervenir más en los objetos de su creación, les daría el libre albedrío de hacer lo que les plazca. Todo siguió su curso hasta que en uno de sus interminables viajes, en la oscuridad total, frío y solitario encontró aquel planeta ancestral; era el cuerpo celeste más antiguo, el único sobreviviente del preuniverso. Al contemplarlo, recordó a su hermano, sabía que no debería intervenir, pero qué daño podría hacer al quitarle la soledad a aquel planeta, sería un tributo para su hermano desaparecido. Encontró un buen lugar, una estrella solitaria de tamaño medio con un brillo amarillo, colocó cuidadosamente al planeta en un punto exacto de distancia en donde la temperatura fuese templada, no quería que se congelara nuevamente o mucho peor, que la gravedad de la estrella lo arrastrara a un fatal destino. Ahura Mazda se quedó cerca del planeta para ver su evolución, por fin todos los experimentos realizados por Angra Mainyu dieron frutos. La invención más grande del Universo había surgido y la vida había comenzado. Con una extrema felicidad vio cómo, de los tantos elementos que se encontraban esparcidos por ese astro, fueron surgiendo un sin fin de seres extraños los cuales, impulsados por el tiempo, nacían, crecían y morían, evolucionaban y se extinguían. Todos eran maravillosos, únicos, pero hubo un organismo que sobresalió de todos, el único que pudo adivinar en el cosmos los ojos vigilantes de Ahura Mazda. En esos seres llamados humanos, Ahura pudo ver que su hermano no había muerto, sino que, como él, se había transformado.
Rocío estaba fascinada por la historia y quería que Sombra continuara con el relato.
—Lo demás ya es historia, lo que sigue en esta leyenda se puede apreciar todos los días observando a las personas, la eterna disputa entre el bien y el mal que, a la vez, crean el equilibrio perfecto— concluyó Sombra. Al hacerlo, se levantó de donde se encontraba sentado y extendió su mano a Rocío despidiéndose. Rocío intentó replicar pero fue en vano, Sombra no tenía nada más qué decir.

Rocío se quedó por largo tiempo paseando por la mediana de la Avenida Ámsterdam, absorta en sus pensamientos, recordando la historia que le había contado Sombra e intentando desentrañar los misterios del equilibrio que guardaban los Deus Caelum Inferno. Siguió caminando, no se había dado cuenta de que la seguían, por el momento, era mejor así.


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