sábado, 24 de enero de 2015

Capitulo 32

Sentados en la banca de un parque, refugiados bajo la sombra de los árboles, con intereses distintos, negociaban dos personas que se acababan de conocer.
—Yo te puedo enseñar la complejidad de ese mundo oculto, sin ninguna reserva, conocerás absolutamente todo. Estoy seguro de que ni en tus sueños más atrevidos te han realizado una propuesta semejante— la mujer se mordió el labio inferior, la decisión era difícil, pero el ofrecimiento la tentaba en demasía, ¿qué hacer?, la pregunta daba vueltas en su cabeza.
—¿Cómo sé que cumplirás tu palabra? No sé ni siquiera tu nombre, ¿qué garantía me puedes dar?— como hábil negociadora esperaba que el hombre pusiera las cartas sobre la mesa antes de aceptar la proposición que se le hacía. Él trataba de que ella no notara su irritación que se volvía evidente con la lenta pero constante coloración de su rostro. Apretaba disimuladamente la punta de sus pies contra el piso logrando con esto que la sangre se le fuera a las piernas y no a la cabeza. Respiró profundamente.
—Te daré una llave, unas instrucciones y una dirección— al decir lo anterior, esperó que con eso fuera suficiente. Él conocía el valor de su ofrecimiento, sin embargo, no estaba seguro de que su interlocutora entendiera la magnitud de éste, —no subestimes mi garantía inicial, es realmente inimaginable el riesgo que estoy tomando con este ofrecimiento— ella lo pensó. Realmente lo que escuchó no la motivó en absoluto. Quería una prueba real e irrefutable de lo que le hablaba ese hombre. 
—Pues no, lo siento, eso a mí no me convence en lo absoluto, no me sirve de nada una llavecilla que no sé ni para qué es. Quiero algo palpable, algo que realmente me garantice que cumplirás con tu palabra-—el hombre suspiró aliviado. La mujer había rechazado un verdadero tesoro, no le preocupaba el rechazo, tenía un as más bajo la manga que, para él, también era valioso pero no en la misma magnitud. Giró sobre la banca en donde estaba sentado y tomó un portafolio de color negro que había acomodado enseguida de su pierna antes de sentarse. Sus movimientos fueron lentos, le gustaba sentir la atención creciente que producía el suspenso, presionó el pequeño botón dorado que apartaba el cerrojo y, extendiendo sus pulgares sobre el borde del maletín, abrió lentamente el portafolio. Perdió unos segundos observando el interior como si lo que buscara no estuviera inmediatamente a la vista. Ante los ojos expectantes de la mujer, extrajo un pequeño rectángulo de no más de veinte centímetros de alto por quince de largo, estaba cubierto de un papel cartón de color canela y estaba atado cuidadosamente con dos listones negros sujetados con un nudo infantil al frente. Ante la mirada expectante de la mujer, el hombre desenvolvió aquel empaque del cual emergió una imagen pintada al óleo sobre una tableta. La mujer conocía con anterioridad la existencia de esa pintura, aunque sólo fuere de un relato. La observó silente por un espacio de tiempo que le pareció eterno. El óleo era tal cual se lo había imaginado. Todo estaba ahí, incluso aquella sonrisa siniestra que tanto trabajo le había costado imaginar. Hipnotizada, se dejó llevar y tomó sin permiso la pintura de las manos del hombre. La sostuvo ante sus ojos por unos minutos más, el hombre lo permitió porque sabía que esa prueba indubitable sería suficiente para convencerla. Después de unos momentos de minuciosa observación, la mujer bajó el cuadro, aún sorprendida, cruzó su mirada con el hombre quien estaba esperando una respuesta, aunque en realidad sólo faltaba que la mujer lo expresara con palabras; su mirada ya lo había dicho todo. Ella observo al hombre de la misma manera como hacía sólo unos momentos había mirado a la pintura. Estudió sus facciones, su lógica y raciocinio habían desenmascarado a ese personaje, ya sabía de quién se trataba.
—¿Qué es lo que quieres que haga?— dijo la mujer convencida de que en ese hombre encontraría todas las respuestas de su nueva obsesión. El hombre se puso en pie y la miró de arriba abajo, sabía que la tenía entre sus manos.
—Sólo quiero que me lleves al lugar en donde está, de lo demás yo me encargo— la mujer bajó la mirada, sentía que se le escurría como agua esa esperanza de cubrir su necesidad de conocimiento.
—Si supiera en dónde está no estaría aquí hablando contigo, pero creo que sé la forma de encontrarla. Si es que aún vive, él la podrá encontrar— el hombre entendió que ambos hablaban de la misma persona, al fin de cuentas, su enmarañado plan había funcionado, sólo debía de tener un poco de paciencia, sólo un poco más.
Tenía los ojos cerrados, su respiración era rítmica, sin embargo, no podía dormir con tanto miedo. El sentir a Francisco tan cerca, en lugar de tranquilizarla, la perturbaba. ¿Por qué tuvo que encontrarla ahora? ¿Por qué justo en este momento? Había estado tan cerca de la culminación de su obra, de elevarse en un estado superior de conciencia. Movió hacia el sur su mano izquierda, que hasta hacía sólo algunos segundos había servido de respaldo para su cabeza. La deslizó lentamente acariciándose su propia espalda. Entre las sabanas distendidas sintió la dura estructura del metal; el puñal estaba estático esperando ser domado. Lo tomó entre sus dedos y lo sujetó sin mover su cuerpo, después lo transportó por sobre sus cuerpos colocándolo justo sobre el pecho de Francisco. Recostó cuidadosamente la hoja del puñal sobre su vello negro del pecho y se quedó pensativa, por primera vez en muchos años la indecisión la abordaba, no quería perderlo pero realmente no tenía opción. Se colocó delante de él y repasó con la mirada su cuerpo tosco deteniéndose por breves segundos en cada parte. Exploró los negros cabellos de Francisco y tentó con la punta de los dedos sus brazos. Cerró los ojos, la acción era ahora, era el momento, no podía ni debía esperar ni un segundo más. Arrebatadamente tomó el puñal y lo alzó sobre su cabeza apuntando al corazón de Francisco, sus manos vibraban de adrenalina, estaba segura de lo que debía de hacer. Tenía que forzarse a bajar ese puñal con todas sus fuerzas y hacerlo de una vez, después, después sería demasiado tarde. Dudó nuevamente, su debilidad se hacía presente, debía de haber otra forma, otra opción. Empezó a bajar el puñal lentamente, después, recordó nuevamente a Darwin Swain; él no había podido escapar, siempre terminaban perdiendo ante los Deus Caelum Inferno. Abrió los ojos exageradamente, subió el puñal en lo alto y con toda la furia contenida en años lo dejó caer.
¡Ring!
El teléfono le robó la concentración y entró en pánico, no supo qué hacer, estaba ahí desnuda a la mitad de la alcoba con el puñal en sus manos a pocos centímetros del pecho de su amado, un sudor frío la recorrió, Francisco se incomodó en su sueño,
¡Ring!
El sonido del teléfono hizo su presencia, Francisco comenzó a despertar. Abril no tuvo más remedio que guardar el puñal, no podía hacerlo con él despierto, era demasiado desgarrador. Se recostó enseguida de Francisco y trató de aparentar estar dormida. Tal vez esto era una señal, se le había dado otra oportunidad aunque fuese sólo momentánea, debería existir otra alternativa sólo que en estos momentos no sabía cuál era. Volvió a abrazar a Francisco esperando a que despertara y contestara el teléfono. Sintió cómo Francisco se sentó en la cama alarmado, confuso lo vio manotear en contra del aparato hasta que logró sujetarlo.

—¿Bueno?


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