El asesino estaba preparado, tenía su arma bajo las
ropas, paciente, esperando el momento indicado para entrar en acción. Su calma
no permitía que ni una sola gota de transpiración manchara su impecable camisa
blanca, ajustó su corbata y se sentó a esperar. Su cerebro ya no operaba como
el común de la personas, no se regía por el bien o por el mal, se encontraba
libre de límites morales. Entre los psicópatas no existe la empatía, sólo la
imitación de la misma con el fin de conseguir un objetivo que llena al sujeto
de placer. Así estaba él, esperando que sus piezas de ajedrez movidas
admirablemente por hilos invisibles se colocaran por sí mismos en la posición
de jaque mate. Escuchó pasos, el sonido inconfundible de un tacón estrellando
contra el pavimento, había llovido esa tarde por lo que el sonido también era
húmedo. Se replegó contra los árboles que le cubrían las espaldas, quería
camuflarse por el momento, dar a conocer su presencia sólo hasta que estuviera
listo, hasta que todos estuvieran listos.
Rocío llegó al lugar donde se
había quedado de ver con Francisco. Llevaba consigo un huracán de ruidos y
movimientos. Perturbaba profundamente la esencia armoniosa de aquel lugar,
caminaba sonoramente al momento que hojeaba un pequeño folleto izquierdista que
le había entregado un obrero del antiguo Sindicato Mexicano de Electricistas.
Con la mano que le quedaba libre gesticulaba al aire al ritmo e intensidad del
discurso que leían sus ojos. Había llegado temprano, por lo menos una hora
antes de lo planeado, miró a su alrededor y la tranquilidad le pareció
absoluta. Sintió frío. En su mente levantaba castillos de arena imaginando toda
la información que poseería el día siguiente, se saboreaba los conocimientos
ocultos que tendría entre sus manos y por un momento se contempló ante una
multitud de académicos presentando su libro revelación del año titulado “Los
secretos del equilibrio mundial”. La ambición la estaba haciendo perder la
cabeza, la estaba convirtiendo en un ser interesado en sólo su beneficio
personal, se concibió perversa, pero ese sentir fue borrado nuevamente con una
nube de sueños. Se sentó en la banca de aquel pequeño parque, rodeada por los
árboles no alcanzaba a percibir otro sonido más que su propia respiración. Miró
su reloj nuevamente, ya habían pasado treinta minutos. ¿Dónde estaría la
persona por quien concertó esa cita? Tomó su bolso y cuidadosamente lo abrió
sólo para cerciorarse de que el cuadro de los Deus Caelum Inferno se encontrara ahí y no fuera todo sólo una loca
alucinación. Estaba ahí, eso la motivó a seguir con lo planeado, al fin de
cuentas, ella sólo tendría que señalar a la persona que acompañara a Francisco,
nada más.
—También Judas sólo tuvo que
dar un beso— las palabras se le escaparon de sus labios sin pensarlo, como una
última advertencia que lanzaba su subconsciente para que recapacitara. No lo
hizo, se limitó a convencerse de que ella no era Judas, ni la mujer de
Francisco era Jesucristo, eran dos circunstancias completamente diferentes.
Hasta donde ella sabía, no pasaría nada malo, tal vez sólo era otro hombre
enamorado de la misma mujer que la buscaba con desesperación. Escuchó atenta,
oyó pasos que se acercaban y el murmullo de una voz. Disimuló mirando las copas
de los árboles como si hubiese descubierto un pájaro extraño en uno de ellos.
—Lo hecho, hecho está, no hay
más— se dijo para sí mientras esperaba.
Francisco llegó solo, lucía
radiante como si el brillo del sol lo acompañara en cada paso. Era la esencia
del amor lo que lo impulsaba, estaba tan enamorado, tan feliz de haber
reencontrado eso que por tantos años le faltó, que no imaginaba que algo
pudiera arrebatarle la sonrisa en esos momentos. Entró al parque donde se había
quedado de ver con Rocío, olió el aroma perfumado de las hojas recién bañadas
con el rocío del atardecer. Se sentía pleno, completo, listo para lo que fuera,
en su mente una balada feliz tocada por los Beatles
sonaba una y otra vez.
Bright are the stars that
shine, dark is
the sky, I know this love of mine will never die, and
I love her.
Saludó a Rocío desde la distancia llamándole
cariñosamente teacher. Se acercó
hasta ella y la abrazó. Rocío, algo desconcertada pero sin querer aparentarlo,
lo saludó efusivamente.
—¡Hola, mijo! ¡Te noto muy contento!— le dijo Rocío mientras lo abrazaba intentando ver atrás de él para ver
si alguien lo seguía, en específico, Abril. No vio a nadie. —¿En verdad la encontraste?— preguntó
esperando que su antiguo alumno no hubiese perdido por completo la cabeza y la
respuesta fuera “sí, aquí está enseguida mío” señalando un espacio vacío.
—Y no vas a creer de qué manera, fue como un
cuento de hadas, como una película de amor, por casualidad, fue como si el
destino hubiese preparado cuidadosamente ese momento— repuso Francisco con una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Y dónde está? — preguntó Rocío con cara de preocupación. Francisco siguió caminando
hasta la banca, tomó asiento y respiró profundamente.
—No quiso venir, dijo que tenía cosas que arreglar
antes de volver conmigo a Chihuahua— Rocío, sin
ocultar ya su preocupación, giró hacia donde se encontraba Francisco y se
colocó frente a él. Tomándolo de los hombros exclamó serenamente:
—Francisco, necesito verla. Para mí es muy
importante— su alumno la miró desconcertado.
—Chío, sé que te has involucrado mucho en este
viaje extraño que realizamos pero no te preocupes, te juro que la conocerás,
cálmate— Rocío lo soltó, se tomó la cara con ambas manos
subiéndolas lentamente hasta sus cabellos en señal de desesperación. Francisco
no lograba comprender tanto teatro.
—Tú no entiendes, Pancho, ¡necesito que esté aquí
ya! Es mi única oportunidad para…— calló en
seco. Francisco la miró fijamente, algo en la mirada de su mentora no le gustó
en lo absoluto.
—¿Para qué, Rocío? ¿Qué es tan urgente que
necesitas que esté aquí?
—Yo, yo…— la mujer tartamudeó,
no tenía una respuesta en su mente que no decepcionara a Francisco. Sin poder
verlo a los ojos comenzó, —alguien más la busca, por eso te… — un estruendo
fulminante cimbró los oídos de Francisco que no le permitieron escuchar la
respuesta. Sus ojos fueron cegados por un resplandor, no sabía qué estaba
pasando, todo fue tan rápido. Rocío se desmoronó y cayó a los pies de
Francisco. Éste, aún sin entender, trató de impedir la caída sin poder evitar que
el rostro de su maestra chocara contra el suelo. Intentó levantarla pero se
separó del cuerpo de su mentora al ver que un hilillo de sangre corría por su
cuello.
—¡¿Qué chingados?!— gritó
Francisco con una cara de espanto. La cabellera de Rocío comenzó a enrojecerse,
Francisco, con el pánico atorado en la garganta, dio dos pasos para atrás,
estaba en shock. Fue ahí donde lo vio caminar lentamente hacia él, salió de
entre los árboles con una pistola aún humeante en su mano derecha. Francisco lo
vio por partes, su cerebro no era capaz de retener tanta información a la vez,
zapatos negros de charol, traje sastre a la medida color azul profundo con
rayas definidas, corbata al cuello,
mancuernillas, cabello dorado engominado que dejaba entre ver una naciente calvicie
y el rostro inmutable del licenciado Óscar Fernández coronándolo todo. No
lograba captar lo que acababa de suceder, la última vez que había visto al
licenciado se encontraba colgado de cabeza en la puerta de su despacho. Sabía
que era Óscar y no Mario, su hermano gemelo y por quien había iniciado todo
este viaje, por la simple y sencilla razón de que Óscar era diestro a
diferencia de Mario que siempre había batallado para conseguir artículos para
zurdos. La mente de Francisco daba vueltas en un loco torbellino hasta que la
voz del licenciado lo trajo de vuelta a la realidad.
—Ya no la necesitamos,
¿verdad? Cumplió con su función— dijo despectivamente mientras tentaba con su
pie el cuerpo de Rocío y, sin dejar de ver el bulto que yacía en el suelo, le
ordenó a Francisco que tomara asiento. Éste no escuchaba nada, la mueca de
horror no se le desvanecía del rostro, por instinto de sobrevivencia obedeció.
—Ahora me vas a decir dónde
está esa putita amiga tuya. No tienes idea del trabajo que me ha costado localizarla,
desde tener que contratar a un idiota como tú para poderme acercar a ella hasta
ensuciarme las manos— al decir esto último, escupió sobre el cadáver de Rocío.
—Bueno, no quiero ser injusto, no creas que no lo he disfrutado, sin embargo
eso ya no importa, dime dónde está a menos de que quieras terminar igual—
Francisco contuvo la respiración. Tratando de ser más inteligente, dijo la más
estúpido que podría haber dicho:
—No sé de quién me hablas,
¿qué carajos está pasando?
—Te diré qué carajos pasa. Tu
putita me debe unas cuantas explicaciones que quisiera que me aclarara—
Francisco, tras ordenar un poco sus ideas, respondió:
—Pero tú estás muerto, yo te
vi, todo el mundo te vio. Esto no puede ser posible— el licenciado sonrió y
creyó prudente explicarle un poco las cosas a ese pobre iluso.
—Son las ventajas de tener un
hermano gemelo…— se mojó los labios con ansiedad, —...que tome tu lugar cuando
lo necesitas— un gesto parecido al arrepentimiento cubrió por un segundo la faz
del licenciado, —pobre mi hermano, él también creyó que podría ser más listo
que yo y mira cómo le fue, así que basta de tanta plática. Dime en dónde está o
ya sabes lo que te espera, debes de entender que ya no estoy para juegos, es
ahora o nunca. ¡Habla ya! — Francisco no estaba dispuesto a dejar la vida de
Abril en las manos de ese asesino. Con una actitud renovada, se levantó de la
banca y lo enfrentó con palabras que denotaban orgullo.
—Toda mi vida me he sentido
fuera de lugar, como si no perteneciera a este mundo. Desde la primaria me
sentí especial pero a lo largo de los años esa parte especial en mí se fue
convirtiendo en soledad, en fracaso, en miedo a la vida que no me era fácil
comprender. No podía ser uno más del montón y dejarme llevar, simplemente no
encajaba. Así, perdido, he vivido gran parte de mi vida, en la sombra de la
mediocridad, sin lograr ser la persona que alguna vez soñé que quería ser,
hasta que llegó ella. Cambió mi mundo completamente, me comprendía y compartía
mis ilusiones, me daba esperanza para pensar que no era el único con un
pensamiento atípico en el mundo— con una leve sonrisa en los labios concluyó,
-—así que la respuesta es no, no te entregaré lo que más quiero en el mundo y
no me importa qué hagas conmigo, ya he tocado fondo y no pienso caer de nuevo,
así que haz lo que tengas que hacer, pero ya sabes mi respuesta— el licenciado
Fernández comprendió que no le sacaría ningún tipo de información a este
hombre, podía ver en su mirada la determinación de protección que lo invadía.
Pensó que era mejor no dejar cabos sueltos, ya encontraría otra forma de llegar
hasta esa mujer que odiaba tanto, tal vez la muerte de este sujeto la haría
salir de la ratonera, el último recurso sería utilizarlo como carnada. Levantó
su brazo con el arma en mano y apuntó directamente en medio de los ojos del
joven. Éste instintivamente cerró los ojos como si al hacerlo todo lo que
sucedía a su alrededor se desvaneciera. Contó hasta tres pero nada pasó, abrió
los ojos esperando a que el licenciado hubiera recapacitado y bajado su arma,
sin embargo, lo primero que vio fue el oscuro cañón de la pistola. Estaba a
punto de volver a cerrar los ojos cuando prestó atención al rostro del
licenciado, miraba en otra dirección y tenía un gesto de satisfacción.
—¡Baja esa arma, Tempus Collectio! ¿Qué es lo que estás
haciendo?— Francisco reconoció la voz de Abril. Entendió cuál había sido el
motivo por el que el licenciado no había jalado el gatillo. —Él no es parte de
esto, no tienes el derecho de lavar tus penas con sangre, ¿acaso te has vuelto loco?— gritó Abril
nuevamente. Francisco se quedó muy callado esperando a que se olvidaran de él,
por alguna extraña razón, la presencia cercana de Abril lo hacía sentir
protegido. Comprendió, por el nombre que llamó al licenciado, que Abril lo
conocía.
—Debe de ser parte de la secta esa
que tanto me habló Abril la noche anterior y el mismo licenciado semanas atrás—
pensó Francisco.
—Estás aquí, pequeña Angra Mainyu, por fin te encontré— dijo
el licenciado Fernández bajando su arma lentamente. El joven aprovechó para
moverse, pensó en huir pero después de unos segundos optó por hacer lo
correcto. Caminando sobre sus pasos, se colocó al lado de Abril para hacerle
frente a lo que fuera que quisiera el licenciado. Ella no le prestó mucha
atención, su mirada estaba fija en el cuerpo de la mujer que estaba tirada en
el suelo. Un charco de sangre había pintado de color rojo intenso la tierra
alrededor formando una especie de lodo viscoso.
—¿Pero qué has hecho?, sabes
que este no es el camino, al menos no para ti, estás poniendo en riesgo a la
sociedad con tu estupidez— el licenciado Fernández miró de reojo el cuerpo de
Rocío y, sin hacerle mucho caso, hizo una mueca de indiferencia. Le respondió a
Abril de una manera sumamente cordial:
—Mira, Abril, Angra Mainyu o
como sea que te llames actualmente, yo sé quién eres, te conozco y sé lo que
has hecho, pero lamentablemente para ti, ignoras quién soy yo— Abril, arqueando
las cejas, dio dos pasos hacia adelante para acercarse al sujeto que aún
sostenía el arma homicida. Lo observó con sus ojos clavados como agujas en el rostro
del licenciado Fernández.
—¿Mario? ¿Qué te pasa, de qué
estás hablando?— la mirada del licenciado Fernández se tornó sombría. Alzó su
arma nuevamente pero ahora apuntándola a ella, —¡no te atrevas a pronunciar el
nombre de mi hermano, que tú eres responsable de que él haya dejado de existir¡
Hoy es el día en que saldaré cuentas contigo— Abril se estremeció por dentro y
entendió que no estaba hablando con Tempus
Collectio, su compañero de viaje en sus primeras experiencias con los Deus Caelum Inferno, sino con su hermano
Óscar, aquel hombre de mente cerrada y ambicioso hasta la médula. Recordó una
etapa de su aprendizaje que hubiera deseado dejar guardada en el recóndito
espacio de su memoria. De alguna manera siempre supo que este día llegaría, el
día en que tendría que enfrentar sus responsabilidades. Bajó la cabeza en
símbolo de arrepentimiento, este gesto molestó aún más al licenciado,
confirmaba lo que él había supuesto por tanto tiempo, ella en verdad era la
culpable. La rabia se apoderó nuevamente de él, su insoportable sentimiento de
venganza lo carcomía así que dio un salto hacia donde se encontraba la pareja
y, con un movimiento ágil, agarró a Francisco de los cabellos jalándolo hacia
sí. Cargó el arma y la colocó en la sien de su víctima.
—Quiero que vivas en carne
propia lo que es perder a un ser querido, quiero que sufras lo que yo he
sufrido, deseo que te desgarres por dentro, que llores hasta la última lágrima
de tu renegrida alma y que sigas llorando aun cuando no puedas llorar más— el
licenciado casi deja escapar un sentimiento por su mirada, sin embargo, la
fuerte sujeción que ejercía sobre el cabello de Francisco no denotaba en lo
absoluto algún indicio de que fuera arrepentirse.
—Detente Óscar, no creo que
entiendas lo que aconteció hace ya tantos años. La decisión fue suya, él sabía
perfectamente el riesgo que estaba tomando, tenía alternativa y optó por
convertirse en nada— el licenciado Fernández no quería escucharla, simplemente
no podía y con la violencia de un volcán, rápidamente y sin pensarlo, asestó un
golpe funesto en la nuca de Francisco. Un brote de sangre recorrió su cabeza
hasta cubrirle los ojos, el color rojo fue volviéndose espeso, negruzco,
Francisco alcanzaba a percibir a lo lejos los gritos desesperados de Abril.
Sintió cómo soltaban sus cabellos y fue desplomándose en cuerpo y conciencia
hasta caer en el silencio. Nada más que silencio.
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