miércoles, 28 de enero de 2015

Capitulo 34

El asesino estaba preparado, tenía su arma bajo las ropas, paciente, esperando el momento indicado para entrar en acción. Su calma no permitía que ni una sola gota de transpiración manchara su impecable camisa blanca, ajustó su corbata y se sentó a esperar. Su cerebro ya no operaba como el común de la personas, no se regía por el bien o por el mal, se encontraba libre de límites morales. Entre los psicópatas no existe la empatía, sólo la imitación de la misma con el fin de conseguir un objetivo que llena al sujeto de placer. Así estaba él, esperando que sus piezas de ajedrez movidas admirablemente por hilos invisibles se colocaran por sí mismos en la posición de jaque mate. Escuchó pasos, el sonido inconfundible de un tacón estrellando contra el pavimento, había llovido esa tarde por lo que el sonido también era húmedo. Se replegó contra los árboles que le cubrían las espaldas, quería camuflarse por el momento, dar a conocer su presencia sólo hasta que estuviera listo, hasta que todos estuvieran listos.
Rocío llegó al lugar donde se había quedado de ver con Francisco. Llevaba consigo un huracán de ruidos y movimientos. Perturbaba profundamente la esencia armoniosa de aquel lugar, caminaba sonoramente al momento que hojeaba un pequeño folleto izquierdista que le había entregado un obrero del antiguo Sindicato Mexicano de Electricistas. Con la mano que le quedaba libre gesticulaba al aire al ritmo e intensidad del discurso que leían sus ojos. Había llegado temprano, por lo menos una hora antes de lo planeado, miró a su alrededor y la tranquilidad le pareció absoluta. Sintió frío. En su mente levantaba castillos de arena imaginando toda la información que poseería el día siguiente, se saboreaba los conocimientos ocultos que tendría entre sus manos y por un momento se contempló ante una multitud de académicos presentando su libro revelación del año titulado “Los secretos del equilibrio mundial”. La ambición la estaba haciendo perder la cabeza, la estaba convirtiendo en un ser interesado en sólo su beneficio personal, se concibió perversa, pero ese sentir fue borrado nuevamente con una nube de sueños. Se sentó en la banca de aquel pequeño parque, rodeada por los árboles no alcanzaba a percibir otro sonido más que su propia respiración. Miró su reloj nuevamente, ya habían pasado treinta minutos. ¿Dónde estaría la persona por quien concertó esa cita? Tomó su bolso y cuidadosamente lo abrió sólo para cerciorarse de que el cuadro de los Deus Caelum Inferno se encontrara ahí y no fuera todo sólo una loca alucinación. Estaba ahí, eso la motivó a seguir con lo planeado, al fin de cuentas, ella sólo tendría que señalar a la persona que acompañara a Francisco, nada más.
—También Judas sólo tuvo que dar un beso— las palabras se le escaparon de sus labios sin pensarlo, como una última advertencia que lanzaba su subconsciente para que recapacitara. No lo hizo, se limitó a convencerse de que ella no era Judas, ni la mujer de Francisco era Jesucristo, eran dos circunstancias completamente diferentes. Hasta donde ella sabía, no pasaría nada malo, tal vez sólo era otro hombre enamorado de la misma mujer que la buscaba con desesperación. Escuchó atenta, oyó pasos que se acercaban y el murmullo de una voz. Disimuló mirando las copas de los árboles como si hubiese descubierto un pájaro extraño en uno de ellos.
—Lo hecho, hecho está, no hay más— se dijo para sí mientras esperaba.
Francisco llegó solo, lucía radiante como si el brillo del sol lo acompañara en cada paso. Era la esencia del amor lo que lo impulsaba, estaba tan enamorado, tan feliz de haber reencontrado eso que por tantos años le faltó, que no imaginaba que algo pudiera arrebatarle la sonrisa en esos momentos. Entró al parque donde se había quedado de ver con Rocío, olió el aroma perfumado de las hojas recién bañadas con el rocío del atardecer. Se sentía pleno, completo, listo para lo que fuera, en su mente una balada feliz tocada por los Beatles sonaba una y otra vez.
Bright are the stars that shine, dark is the sky, I know this love of mine will never die, and I love her.
Saludó a Rocío desde la distancia llamándole cariñosamente teacher. Se acercó hasta ella y la abrazó. Rocío, algo desconcertada pero sin querer aparentarlo, lo saludó efusivamente.
—¡Hola, mijo! ¡Te noto muy contento! le dijo Rocío mientras lo abrazaba intentando ver atrás de él para ver si alguien lo seguía, en específico, Abril. No vio a nadie.¿En verdad la encontraste? preguntó esperando que su antiguo alumno no hubiese perdido por completo la cabeza y la respuesta fuera “sí, aquí está enseguida mío” señalando un espacio vacío.
Y no vas a creer de qué manera, fue como un cuento de hadas, como una película de amor, por casualidad, fue como si el destino hubiese preparado cuidadosamente ese momento repuso Francisco con una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Y dónde está? preguntó Rocío con cara de preocupación. Francisco siguió caminando hasta la banca, tomó asiento y respiró profundamente.
No quiso venir, dijo que tenía cosas que arreglar antes de volver conmigo a Chihuahua Rocío, sin ocultar ya su preocupación, giró hacia donde se encontraba Francisco y se colocó frente a él. Tomándolo de los hombros exclamó serenamente:
Francisco, necesito verla. Para mí es muy importante su alumno la miró desconcertado.
Chío, sé que te has involucrado mucho en este viaje extraño que realizamos pero no te preocupes, te juro que la conocerás, cálmate Rocío lo soltó, se tomó la cara con ambas manos subiéndolas lentamente hasta sus cabellos en señal de desesperación. Francisco no lograba comprender tanto teatro.
Tú no entiendes, Pancho, ¡necesito que esté aquí ya! Es mi única oportunidad para… calló en seco. Francisco la miró fijamente, algo en la mirada de su mentora no le gustó en lo absoluto.
¿Para qué, Rocío? ¿Qué es tan urgente que necesitas que esté aquí?
—Yo, yo…— la mujer tartamudeó, no tenía una respuesta en su mente que no decepcionara a Francisco. Sin poder verlo a los ojos comenzó, —alguien más la busca, por eso te… — un estruendo fulminante cimbró los oídos de Francisco que no le permitieron escuchar la respuesta. Sus ojos fueron cegados por un resplandor, no sabía qué estaba pasando, todo fue tan rápido. Rocío se desmoronó y cayó a los pies de Francisco. Éste, aún sin entender, trató de impedir la caída sin poder evitar que el rostro de su maestra chocara contra el suelo. Intentó levantarla pero se separó del cuerpo de su mentora al ver que un hilillo de sangre corría por su cuello.
—¡¿Qué chingados?!— gritó Francisco con una cara de espanto. La cabellera de Rocío comenzó a enrojecerse, Francisco, con el pánico atorado en la garganta, dio dos pasos para atrás, estaba en shock. Fue ahí donde lo vio caminar lentamente hacia él, salió de entre los árboles con una pistola aún humeante en su mano derecha. Francisco lo vio por partes, su cerebro no era capaz de retener tanta información a la vez, zapatos negros de charol, traje sastre a la medida color azul profundo con rayas definidas, corbata  al cuello, mancuernillas, cabello dorado engominado que dejaba entre ver una naciente calvicie y el rostro inmutable del licenciado Óscar Fernández coronándolo todo. No lograba captar lo que acababa de suceder, la última vez que había visto al licenciado se encontraba colgado de cabeza en la puerta de su despacho. Sabía que era Óscar y no Mario, su hermano gemelo y por quien había iniciado todo este viaje, por la simple y sencilla razón de que Óscar era diestro a diferencia de Mario que siempre había batallado para conseguir artículos para zurdos. La mente de Francisco daba vueltas en un loco torbellino hasta que la voz del licenciado lo trajo de vuelta a la realidad.
—Ya no la necesitamos, ¿verdad? Cumplió con su función— dijo despectivamente mientras tentaba con su pie el cuerpo de Rocío y, sin dejar de ver el bulto que yacía en el suelo, le ordenó a Francisco que tomara asiento. Éste no escuchaba nada, la mueca de horror no se le desvanecía del rostro, por instinto de sobrevivencia obedeció.
—Ahora me vas a decir dónde está esa putita amiga tuya. No tienes idea del trabajo que me ha costado localizarla, desde tener que contratar a un idiota como tú para poderme acercar a ella hasta ensuciarme las manos— al decir esto último, escupió sobre el cadáver de Rocío. —Bueno, no quiero ser injusto, no creas que no lo he disfrutado, sin embargo eso ya no importa, dime dónde está a menos de que quieras terminar igual— Francisco contuvo la respiración. Tratando de ser más inteligente, dijo la más estúpido que podría haber dicho:
—No sé de quién me hablas, ¿qué carajos está pasando?
—Te diré qué carajos pasa. Tu putita me debe unas cuantas explicaciones que quisiera que me aclarara— Francisco, tras ordenar un poco sus ideas, respondió:
—Pero tú estás muerto, yo te vi, todo el mundo te vio. Esto no puede ser posible— el licenciado sonrió y creyó prudente explicarle un poco las cosas a ese pobre iluso.
—Son las ventajas de tener un hermano gemelo…— se mojó los labios con ansiedad, —...que tome tu lugar cuando lo necesitas— un gesto parecido al arrepentimiento cubrió por un segundo la faz del licenciado, —pobre mi hermano, él también creyó que podría ser más listo que yo y mira cómo le fue, así que basta de tanta plática. Dime en dónde está o ya sabes lo que te espera, debes de entender que ya no estoy para juegos, es ahora o nunca. ¡Habla ya! — Francisco no estaba dispuesto a dejar la vida de Abril en las manos de ese asesino. Con una actitud renovada, se levantó de la banca y lo enfrentó con palabras que denotaban orgullo.
—Toda mi vida me he sentido fuera de lugar, como si no perteneciera a este mundo. Desde la primaria me sentí especial pero a lo largo de los años esa parte especial en mí se fue convirtiendo en soledad, en fracaso, en miedo a la vida que no me era fácil comprender. No podía ser uno más del montón y dejarme llevar, simplemente no encajaba. Así, perdido, he vivido gran parte de mi vida, en la sombra de la mediocridad, sin lograr ser la persona que alguna vez soñé que quería ser, hasta que llegó ella. Cambió mi mundo completamente, me comprendía y compartía mis ilusiones, me daba esperanza para pensar que no era el único con un pensamiento atípico en el mundo— con una leve sonrisa en los labios concluyó, -—así que la respuesta es no, no te entregaré lo que más quiero en el mundo y no me importa qué hagas conmigo, ya he tocado fondo y no pienso caer de nuevo, así que haz lo que tengas que hacer, pero ya sabes mi respuesta— el licenciado Fernández comprendió que no le sacaría ningún tipo de información a este hombre, podía ver en su mirada la determinación de protección que lo invadía. Pensó que era mejor no dejar cabos sueltos, ya encontraría otra forma de llegar hasta esa mujer que odiaba tanto, tal vez la muerte de este sujeto la haría salir de la ratonera, el último recurso sería utilizarlo como carnada. Levantó su brazo con el arma en mano y apuntó directamente en medio de los ojos del joven. Éste instintivamente cerró los ojos como si al hacerlo todo lo que sucedía a su alrededor se desvaneciera. Contó hasta tres pero nada pasó, abrió los ojos esperando a que el licenciado hubiera recapacitado y bajado su arma, sin embargo, lo primero que vio fue el oscuro cañón de la pistola. Estaba a punto de volver a cerrar los ojos cuando prestó atención al rostro del licenciado, miraba en otra dirección y tenía un gesto de satisfacción.
—¡Baja esa arma, Tempus Collectio! ¿Qué es lo que estás haciendo?— Francisco reconoció la voz de Abril. Entendió cuál había sido el motivo por el que el licenciado no había jalado el gatillo. —Él no es parte de esto, no tienes el derecho de lavar tus penas con sangre,  ¿acaso te has vuelto loco?— gritó Abril nuevamente. Francisco se quedó muy callado esperando a que se olvidaran de él, por alguna extraña razón, la presencia cercana de Abril lo hacía sentir protegido. Comprendió, por el nombre que llamó al licenciado, que Abril lo conocía.
            —Debe de ser parte de la secta esa que tanto me habló Abril la noche anterior y el mismo licenciado semanas atrás— pensó Francisco.
—Estás aquí, pequeña Angra Mainyu, por fin te encontré— dijo el licenciado Fernández bajando su arma lentamente. El joven aprovechó para moverse, pensó en huir pero después de unos segundos optó por hacer lo correcto. Caminando sobre sus pasos, se colocó al lado de Abril para hacerle frente a lo que fuera que quisiera el licenciado. Ella no le prestó mucha atención, su mirada estaba fija en el cuerpo de la mujer que estaba tirada en el suelo. Un charco de sangre había pintado de color rojo intenso la tierra alrededor formando una especie de lodo viscoso.
—¿Pero qué has hecho?, sabes que este no es el camino, al menos no para ti, estás poniendo en riesgo a la sociedad con tu estupidez— el licenciado Fernández miró de reojo el cuerpo de Rocío y, sin hacerle mucho caso, hizo una mueca de indiferencia. Le respondió a Abril de una manera sumamente cordial:
—Mira, Abril, Angra Mainyu o como sea que te llames actualmente, yo sé quién eres, te conozco y sé lo que has hecho, pero lamentablemente para ti, ignoras quién soy yo— Abril, arqueando las cejas, dio dos pasos hacia adelante para acercarse al sujeto que aún sostenía el arma homicida. Lo observó con sus ojos clavados como agujas en el rostro del licenciado Fernández.
—¿Mario? ¿Qué te pasa, de qué estás hablando?— la mirada del licenciado Fernández se tornó sombría. Alzó su arma nuevamente pero ahora apuntándola a ella, —¡no te atrevas a pronunciar el nombre de mi hermano, que tú eres responsable de que él haya dejado de existir¡ Hoy es el día en que saldaré cuentas contigo— Abril se estremeció por dentro y entendió que no estaba hablando con Tempus Collectio, su compañero de viaje en sus primeras experiencias con los Deus Caelum Inferno, sino con su hermano Óscar, aquel hombre de mente cerrada y ambicioso hasta la médula. Recordó una etapa de su aprendizaje que hubiera deseado dejar guardada en el recóndito espacio de su memoria. De alguna manera siempre supo que este día llegaría, el día en que tendría que enfrentar sus responsabilidades. Bajó la cabeza en símbolo de arrepentimiento, este gesto molestó aún más al licenciado, confirmaba lo que él había supuesto por tanto tiempo, ella en verdad era la culpable. La rabia se apoderó nuevamente de él, su insoportable sentimiento de venganza lo carcomía así que dio un salto hacia donde se encontraba la pareja y, con un movimiento ágil, agarró a Francisco de los cabellos jalándolo hacia sí. Cargó el arma y la colocó en la sien de su víctima.
—Quiero que vivas en carne propia lo que es perder a un ser querido, quiero que sufras lo que yo he sufrido, deseo que te desgarres por dentro, que llores hasta la última lágrima de tu renegrida alma y que sigas llorando aun cuando no puedas llorar más— el licenciado casi deja escapar un sentimiento por su mirada, sin embargo, la fuerte sujeción que ejercía sobre el cabello de Francisco no denotaba en lo absoluto algún indicio de que fuera arrepentirse.

—Detente Óscar, no creo que entiendas lo que aconteció hace ya tantos años. La decisión fue suya, él sabía perfectamente el riesgo que estaba tomando, tenía alternativa y optó por convertirse en nada— el licenciado Fernández no quería escucharla, simplemente no podía y con la violencia de un volcán, rápidamente y sin pensarlo, asestó un golpe funesto en la nuca de Francisco. Un brote de sangre recorrió su cabeza hasta cubrirle los ojos, el color rojo fue volviéndose espeso, negruzco, Francisco alcanzaba a percibir a lo lejos los gritos desesperados de Abril. Sintió cómo soltaban sus cabellos y fue desplomándose en cuerpo y conciencia hasta caer en el silencio. Nada más que silencio.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario