lunes, 19 de enero de 2015

Capitulo 29

—¿Quién te dio esa pulsera?— repitió la voz.
—Caballero, me está lastimando, ¡suélteme! ¿Pues qué le pasa?— ordenó Rocío tratando de zafar su hombro, —no vale nada, es una baratija que compré en el Zócalo— replicó astutamente al pensar que se trataba de un robo.
—Si eso es verdad, devuélvemela, no te pertenece te repito— Rocío, confundida, enfrentó al hombre que la cuestionaba.
—Es mía, es un regalo de un amigo, pero no creo que tenga valor.
—¡Mientes!— el hombre la tomó del brazo y acercó sus ojillos pequeños a la pulsera. La reconoció de inmediato, él mismo había forjado y pulido cuidadosamente el grabado de Angra Mainyu sobre ella, —¿dónde está la otra?— Rocío, completamente confundida, no tuvo palabras para contestar, se concentró e intentó pensar un poco. Recordó el origen de la pulsera que llevaba puesta, había salido del mismo sobre del que salió la fotografía de Abril. Poco a poco comenzó a relacionar la historia que la había llevado hasta ese lugar con el personaje que tenía enfrente, posiblemente él supiera algo de Abril o de los Deus Caelum Inferno, misterio que se estaba convirtiendo en más que un hobby para ella.
—¿Cuál otra? Dime de qué se trata y te contaré dónde he conseguido ésta— respondió ella retando al hombre con su postura. Él la miró de arriba a abajo y entendió que la mujer no tenía idea del origen o significado de esa pulsera, pensó que sería muy fácil arrebatársela y huir de ahí. Rocío, leyéndole el pensamiento, extrajo su mano con un rápido movimiento de la sujeción del hombre y la metió dentro de la bolsa del pantalón y comenzó a retroceder.
—No tengas miedo, si te quisiera hacer daño ya lo hubiera hecho. Comprendo que es un azar que tengas esa pulsera, una casualidad del destino, puedes conservarla— al terminar de decir esto, el hombre dio media vuelta y regresó por el camino por donde había llegado. Rocío entendió que estaba perdiendo la oportunidad de oro para llegar al fondo de un misterio que poco a poco se estaba convirtiendo en una obsesión. Tomando un tiro en la oscuridad, gritó al hombre que se marchaba, —¡me lo dio un Deus Caelum Inferno!— el hombre detuvo su paso. Rocío esperaba que algo mágico sucediera, el hombre volteó a verla por unos breves segundos, se contemplaron en silencio.
—Sígueme— dijo por fin. Ella, sin que se lo dijeran dos veces, obedeció. Una vez que comenzaron a caminar a la par, el hombre agregó, —aquí no es seguro hablar, alguien más nos observa—.
—No, Francisco, nunca fuiste tú. No te dejé por ti, había algo más de mi vida que nunca conociste— dijo Abril acostada semidesnuda en la cama cubierta con las sabanas mientras tomaba tiernamente la mano de su reencontrado amor. Él no se atrevió a interrumpir, en parte porque no sabía qué decir. Abril continuó, —pero sí fuiste tú el que casi logró que me apartara de mi antigua vida para siempre— Francisco se incorporó de la almohada en la que estaba recostado.
—¿Casi? ¿Y qué me dices ahora? Estoy seguro de que esta vez no te dejaré ir— Francisco la miró con los ojos acuosos, le entristecía el pensamiento de despertar en otra parte lejos de ella, lejos del sueño que estaba viviendo. Acercó su mano a los pechos de ella tentándolos cariñosamente, quería memorizarla, aprovechar el tiempo perdido. Hundió la nariz en la axila de ella para recordar ese olor tan suyo, tan de ella, tan de los dos, quería volver al pasado, regresar en el tiempo siete años atrás, en donde apenas la había encontrado por primera vez y no había conocido aún el sufrimiento de perderla.
—No te pertenezco, amor. No puedes hacer que me quede o me vaya, pero debo confesar que me sitúas en una gran encrucijada. Todo lo que te he platicado estas últimas horas es verdad, hay personas en este mundo que se dedican, bueno, nos dedicamos a preservar el fino equilibrio de las cosas, de la acciones y reacciones, que mantienen la rueda de la vida girando. Entiendo que no me creas, hasta yo a veces no me lo creo, pareciese que viviera en una novela que escribe algún loco, pero así es la realidad, mi realidad, mi cielo y mi infierno. También es la vida que he decidido vivir, sin embargo, sé que tu regreso a mi vida cambia todo, haces olas en mi lago de tranquilidad.
Francisco no quiso escuchar más, cada palabra que ella decía sonaba a despedida. Se levantó sobre su costado y la besó, tan profundamente como queriendo robarle el alma, la besó hasta que el aire en sus pulmones se habían mezclado por completo. Ella lo separó, no podía perderse por completo en ese amor, existían cosas más importantes que ellos dos. Se levantó de la cama y caminó al baño, decidió tomar una ducha caliente para aclarar sus pensamientos. Francisco se quedó tumbado en la cama extasiado, la siguió con la mirada hasta que ella entró al baño y cerró la puerta. Qué afortunado se sentía, esta vez estaba seguro de que retomaría su lugar como el más feliz de los hombres. Se acercó al buró y del cajón extrajo unos cigarrillos que cargaba consigo desde hacía varias semanas, encendió la lumbre y experimentó el sabor del humo por sus pulmones, exhaló.
            —¡Hasta el cigarro vuelve a tener sabor, chingado!
Rocío entró a la casa de la calle Ámsterdam marcada con el número 285. En una silla vio al hombre vestido de maestro tomando un café, la saludó sin ninguna sorpresa. El hombre que la guiaba le indicó que pasara a la siguiente habitación, la sentó en un  silloncito de color gris un poco destartalado, le acercó una taza de té y le soltó a quemarropa.
—¿Qué sabes de los Deus Caelum Inferno?— esa pregunta ya la había escuchado antes, pero en esta ocasión la persona que la realizaba sabía mucho más del tema que ella misma. No quiso verse ignorante, se acomodó en su asiento y, mirando al techo como recordando, expresó:
—Sé algunas cosas, no muchas, conozco que es una secta que…
—Tú no sabes nada— le dijo el hombre en un susurro, —no tienes ni idea de la fuerza que existe en cada palabra, en cada letra que conforma ese nombre— Rocío se quedó en silencio. El hombre tenía razón, realmente no sabía nada de esos hombres y mujeres que conformaban aquel mítico grupo secreto.
—Pero sé de dónde vino esto— respondió ella levantando su muñeca y dejando al descubierto la pulsera.
—¿Dónde está la otra?¿Dónde está su gemela?¿Dónde está Ahura Mazda?— otra vez Rocío cayó en la oscuridad, no tenía ni idea de qué le hablaban. De nuevo improvisó al vacío —debe de estar con su dueña, ¿no?— el hombre se tentó la espesa barba que le cubría el rostro, ajustó sus lentes y observó a Rocío por unos breves instantes. Desistió, el lenguaje corporal de ella no revelaba nada, frunció el ceño y respondió:
—Lamentablemente no, ya no más, alguien la tomó llevándose también la vida de quien la poseía— Rocío entendió el mensaje, el hombre continuó —pero como tú tienes en tu poder la cual hasta el día de hoy creía que estaba en posesión de otra persona, pues me surge la duda, ¿no tendrás tú algo que ver con la desaparición de su gemela? ¿No habrás hecho lo mismo con su poseedora que lo que pasó con la otra? Creo que tenemos mucho de qué platicar y principalmente tú serás quien inicie esta conversación, quiero averiguar cómo obtuviste la pulsera Angra Mainyu— Roció sintió miedo, realmente no sabía en qué se estaba metiendo y las últimas palabras que escuchó le sonaron muy parecidas a una amenaza.
Abril cerró la llave de la regadera, llevaba más de veinte minutos bajo el cálido abrazo del líquido vital, escurrió su pelo cuidadosamente antes de enrollarlo dentro de una toalla, secó su cuerpo humectado con otra más que encontró colgada en la pared. Se sentía fresca, reanimada, todo se iba aclarando, caminó con dirección a la puerta del baño deseosa de volver a los brazos de Francisco y fue ahí donde lo vio. En el espejo observó un mensaje escrito en el vapor que se había acumulado al cristal, una sola mirada y supo de parte de quién o quiénes venía, lo leyó dos veces incrédula: “sólo uno debe volver a ver la luz del sol, la decisión queda en tu pulso”, bajó la mirada y sobre el lavabo encontró el puñal con empuñadura dorada que tantas veces había visto en los rituales, el mismo puñal con el que Darwin Swain había terminado con su existencia. Se había tomado un veredicto, tenía dos opciones, seguir por el camino de las tinieblas o desaparecer, desaparecer por completo y huir por el resto de su vida. Sabía que tarde o temprano la encontrarían, sin embargo, podría llevar una feliz existencia por un indeterminado tiempo al lado de Francisco. Existía una tercera opción, salvar a Francisco, pero probablemente al salvarlo destruiría la poca cordura que quedaba en él. No lo pensó mucho, tomó el puñal y lo envolvió con la toalla, debía actuar rápido. Abrió la puerta y lo encontró dormido boca arriba, su respiración era pausada y tranquila, sería tan fácil en ese momento hundir el puñal en su corazón y continuar con su misión que había sido interrumpida hacía sólo un día. Se acercó a él, le acarició la cabeza y acercó sus labios al oído de Francisco y expresó un suave y prolongado susurro. Solamente él lo escuchó entre sueños, se acurrucó a su costado y se fundió en él en un abrazo.
Rocío estaba terminando de comentar la enmarañada historia de cómo había obtenido la pulsera. Sin dejar ningún detalle, relató su relación con Francisco, el sobre, la presencia del licenciado Fernández, los encapuchados que habían secuestrado por unas horas a su alumno, el hombrecillo extraño que los guió a esta dirección, su viaje, contó todo, absolutamente todo. No quería que quedara duda con respecto a que era prácticamente una casualidad que estuviese en ese momento en ese lugar. Al hombre le pareció interesante toda la plática y quería saber qué tanto más sabía ella.
—¿Sabes al menos lo que significa esa pulsera?— ella la observó y recordó la anécdota de Francisco y del licenciado Fernández, —una reliquia, supongo—.
—Efectivamente, es una reliquia, ¿pero entiendes cuál es su importancia?— Rocío se encogió de hombros, no tenía ni idea, estaba a punto de improvisar nuevamente cuando el rostro severo del hombre con barba la hizo desistir, —las reliquias, nuestras reliquias, son nuestra forma de plasmar nuestra historia, de dejar algún tipo de huella o recordatorio de nuestra presencia o de nuestras acciones— con esas palabras introductorias Rocío comprendió que se encontraba ante la presencia de un Deus Caelum Inferno. Se emocionó hasta el alma, su vida de estudio sobre teología tendría por fin recompensas, podría ilustrarse no de los libros si no de primera mano.
—¿Qué significado tiene en especifico esta reliquia?— preguntó levantando su muñeca, una vez más se dejó ver el limpio brillo del metal. El hombre la miró desconfiado. Después contestó.
—Eso es algo que no te corresponde, el conocimiento es reservado y sólo unos pocos lo saben todo, e inclusive yo, con años de militancia, sé muy poco de este mundo— bajó la mirada como si al decir esas palabras sintiera vergüenza, —sólo sé lo que él me dice—. Rocío notó el gesto casi imperceptible del hombre, por un momento creyó haberlo interpretado, caviló que las palabras rudas y las maneras hoscas eran de alguna forma un grito desesperado por parte de este individuo para ser tomado en cuenta. Rocío, con sus modales de mujer de mundo, intentó establecer las bases de confianza necesarias para sacarle el mayor provecho posible a esta conversación.
—Debo confesarte que esta charla me da escalofríos, sin embargo, siento una gran empatía hacia ti, quisiera que me enseñaras lo que sabes, que me llenaras de tu conocimiento— el hombre, visiblemente halagado ante el comentario de la dama, contestó en un tono de orgullo.
—No está en mí el enseñarte, aparte dudo que aprendieras algo, se requieren años de estudio y dedicación para poder entender la forma en que se equilibra el mundo— Rocío continuó su acto con una cara de niña entristecida.
—Te entiendo, pero al menos dame tu nombre para saber que todo esto no fue sólo un sueño loco y que en verdad existen— el hombre lo pensó un poco, movido por las ganas de tener algún reconocimiento, respondió, —el nombre que me pusieron mis padres no lo he usado en años, está enterrado allá muy lejos junto con mi antigua vida, tampoco he definido un nombre oculto con el que me identifique, que describa mi interior, sin embargo, los demás y la gente que me rodea me llaman Sombra y lo he escuchado tanto que ya lo siento propio. De alguna u otra manera esa ha sido mi función, la última etapa de mi aprendizaje, ser la sombra de alguien más—.
—¿De quién?— preguntó Rocío interesada hasta el tuétano.
—¿De qué? sería la pregunta adecuada. Él ya abandonó este mundo terrenal, se ha convertido en un maestro casi divino que con sus llamas de sabiduría ilumina todo a su alrededor—  lo que se iluminó es tu cara, pensó Rocío mientras escuchaba las mil y una alabanzas que Sombra profesaba a un tal Fajro. Notó en sus ojos el orgullo y profunda admiración que sentía con cada nuevo comentario, cada uno más enmelado que el anterior. Sombra de pronto calló, como si hablar tanto de su maestro hiciera que una gran pena embargara sus sentimientos, —nunca llegaré a ser tan grande como él, jamás seré nada más que sólo su sombra— Rocío, tratando de retomar el tema de su interés, preguntó:
—¿Cómo te iniciaste en ese culto?
—No es ningún culto, es una iluminación, es una forma de vida superior— ante la mirada penetrante de Rocío, Sombra se sinceró, —realmente no estoy seguro de en qué momento inició este extraño viaje. En un abrir y cerrar de ojos estaba adentro del primer templo en mi iniciación— Rocío permanecía callada en la espera de que Sombra dijera todo lo que tenía que decir, técnica que había aprendido de su madre. Sutil manipulación maternal, —creo que fue él quien me encontró a mí en lugar de yo a él, llegó a mi vida y la transformó, por lo mismo le debo una total y absoluta lealtad, jamás revelaría los secretos que me han legado— al escuchar de su propia voz las palabras que salían de sus labios entendía que ya había hablado de más, decidió que debía de dar por terminada la conversación. Se levantó del asiento en el que tenía rato charlando y con una mirada severa le dijo a Rocío —tú no debes de estar aquí, no te contaré, más lo siento, ha llegado la hora de que te vayas y olvides esta conversación—.
Rocío, como si supiera qué era lo que venía, se levantó inmediatamente y agradeció el tiempo que le había brindado. Caminó con dirección a la puerta, pero justo antes de tomar la perilla se giró nuevamente, Sombra sorprendido se detuvo. Rocío se arremangó la camisa y alzó su brazo izquierdo.
—Me puedes platicar por lo menos quiénes son Ahura Mazda y Angra Mainyu— cuestionó en tono de súplica. Sombra lo pensó, realmente la historia de esos dos personajes no tenían nada de oculto o secreto. Se trataba sólo de cultura general, además, no quería despedirse de esa mujer tan agradable de manera tan inmediata.
—Ven, acompáñame— tomándola del brazo, la guió hasta el exterior de la casa y se sentaron en las escaleras del porche. Sombra, con un tono de voz grave, comenzó el relato de la única forma que él sabía contar las historias, hablando a través de la voz de alguien más, hablando en forma de leyenda.
—Cuentan los que dicen saber que en el inicio no existía nada…




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