—¿Quién te dio esa pulsera?— repitió la voz.
—Caballero, me está
lastimando, ¡suélteme! ¿Pues qué le pasa?— ordenó Rocío tratando de zafar su
hombro, —no vale nada, es una baratija que compré en el Zócalo— replicó
astutamente al pensar que se trataba de un robo.
—Si eso es verdad,
devuélvemela, no te pertenece te repito— Rocío, confundida, enfrentó al hombre
que la cuestionaba.
—Es mía, es un regalo de un
amigo, pero no creo que tenga valor.
—¡Mientes!— el hombre la tomó
del brazo y acercó sus ojillos pequeños a la pulsera. La reconoció de
inmediato, él mismo había forjado y pulido cuidadosamente el grabado de Angra Mainyu sobre ella, —¿dónde está la otra?— Rocío,
completamente confundida, no tuvo palabras para contestar, se concentró e
intentó pensar un poco. Recordó el origen de la pulsera que llevaba puesta,
había salido del mismo sobre del que salió la fotografía de Abril. Poco a poco
comenzó a relacionar la historia que la había llevado hasta ese lugar con el
personaje que tenía enfrente, posiblemente él supiera algo de Abril o de los Deus Caelum Inferno, misterio que se
estaba convirtiendo en más que un hobby para ella.
—¿Cuál otra? Dime de qué se
trata y te contaré dónde he conseguido ésta— respondió ella retando al hombre
con su postura. Él la miró de arriba a abajo y entendió que la mujer no tenía
idea del origen o significado de esa pulsera, pensó que sería muy fácil
arrebatársela y huir de ahí. Rocío, leyéndole el pensamiento, extrajo su mano
con un rápido movimiento de la sujeción del hombre y la metió dentro de la
bolsa del pantalón y comenzó a retroceder.
—No tengas miedo, si te
quisiera hacer daño ya lo hubiera hecho. Comprendo que es un azar que tengas
esa pulsera, una casualidad del destino, puedes conservarla— al terminar de
decir esto, el hombre dio media vuelta y regresó por el camino por donde había
llegado. Rocío entendió que estaba perdiendo la oportunidad de oro para llegar
al fondo de un misterio que poco a poco se estaba convirtiendo en una obsesión.
Tomando un tiro en la oscuridad, gritó al hombre que se marchaba, —¡me lo dio
un Deus Caelum Inferno!— el hombre
detuvo su paso. Rocío esperaba que algo mágico sucediera, el hombre volteó a
verla por unos breves segundos, se contemplaron en silencio.
—Sígueme— dijo por fin. Ella,
sin que se lo dijeran dos veces, obedeció. Una vez que comenzaron a caminar a
la par, el hombre agregó, —aquí no es seguro hablar, alguien más nos observa—.
—No, Francisco, nunca fuiste
tú. No te dejé por ti, había algo más de mi vida que nunca conociste— dijo
Abril acostada semidesnuda en la cama cubierta con las sabanas mientras tomaba
tiernamente la mano de su reencontrado amor. Él no se atrevió a interrumpir, en
parte porque no sabía qué decir. Abril continuó, —pero sí fuiste tú el que casi
logró que me apartara de mi antigua vida para siempre— Francisco se incorporó
de la almohada en la que estaba recostado.
—¿Casi? ¿Y qué me dices ahora?
Estoy seguro de que esta vez no te dejaré ir— Francisco la miró con los ojos
acuosos, le entristecía el pensamiento de despertar en otra parte lejos de
ella, lejos del sueño que estaba viviendo. Acercó su mano a los pechos de ella
tentándolos cariñosamente, quería memorizarla, aprovechar el tiempo perdido.
Hundió la nariz en la axila de ella para recordar ese olor tan suyo, tan de
ella, tan de los dos, quería volver al pasado, regresar en el tiempo siete años
atrás, en donde apenas la había encontrado por primera vez y no había conocido
aún el sufrimiento de perderla.
—No te pertenezco, amor. No
puedes hacer que me quede o me vaya, pero debo confesar que me sitúas en una
gran encrucijada. Todo lo que te he platicado estas últimas horas es verdad,
hay personas en este mundo que se dedican, bueno, nos dedicamos a preservar el fino
equilibrio de las cosas, de la acciones y reacciones, que mantienen la rueda de
la vida girando. Entiendo que no me creas, hasta yo a veces no me lo creo,
pareciese que viviera en una novela que escribe algún loco, pero así es la
realidad, mi realidad, mi cielo y mi infierno. También es la vida que he
decidido vivir, sin embargo, sé que tu regreso a mi vida cambia todo, haces
olas en mi lago de tranquilidad.
Francisco no quiso escuchar
más, cada palabra que ella decía sonaba a despedida. Se levantó sobre su
costado y la besó, tan profundamente como queriendo robarle el alma, la besó
hasta que el aire en sus pulmones se habían mezclado por completo. Ella lo
separó, no podía perderse por completo en ese amor, existían cosas más
importantes que ellos dos. Se levantó de la cama y caminó al baño, decidió
tomar una ducha caliente para aclarar sus pensamientos. Francisco se quedó
tumbado en la cama extasiado, la siguió con la mirada hasta que ella entró al
baño y cerró la puerta. Qué afortunado se sentía, esta vez estaba seguro de que
retomaría su lugar como el más feliz de los hombres. Se acercó al buró y del
cajón extrajo unos cigarrillos que cargaba consigo desde hacía varias semanas,
encendió la lumbre y experimentó el sabor del humo por sus pulmones, exhaló.
—¡Hasta el cigarro vuelve a tener
sabor, chingado!
Rocío entró a la casa de la
calle Ámsterdam marcada con el número 285. En una silla vio al hombre vestido
de maestro tomando un café, la saludó sin ninguna sorpresa. El hombre que la
guiaba le indicó que pasara a la siguiente habitación, la sentó en un silloncito de color gris un poco
destartalado, le acercó una taza de té y le soltó a quemarropa.
—¿Qué sabes de los Deus Caelum Inferno?— esa pregunta ya la
había escuchado antes, pero en esta ocasión la persona que la realizaba sabía
mucho más del tema que ella misma. No quiso verse ignorante, se acomodó en su
asiento y, mirando al techo como recordando, expresó:
—Sé algunas cosas, no muchas,
conozco que es una secta que…
—Tú no sabes nada— le dijo el
hombre en un susurro, —no tienes ni idea de la fuerza que existe en cada
palabra, en cada letra que conforma ese nombre— Rocío se quedó en silencio. El
hombre tenía razón, realmente no sabía nada de esos hombres y mujeres que
conformaban aquel mítico grupo secreto.
—Pero sé de dónde vino esto—
respondió ella levantando su muñeca y dejando al descubierto la pulsera.
—¿Dónde está la otra?¿Dónde
está su gemela?¿Dónde está Ahura Mazda?— otra vez Rocío cayó en la oscuridad,
no tenía ni idea de qué le hablaban. De nuevo improvisó al vacío —debe de estar
con su dueña, ¿no?— el hombre se tentó la espesa barba que le cubría el rostro,
ajustó sus lentes y observó a Rocío por unos breves instantes. Desistió, el
lenguaje corporal de ella no revelaba nada, frunció el ceño y respondió:
—Lamentablemente no, ya no
más, alguien la tomó llevándose también la vida de quien la poseía— Rocío
entendió el mensaje, el hombre continuó —pero como tú tienes en tu poder la
cual hasta el día de hoy creía que estaba en posesión de otra persona, pues me
surge la duda, ¿no tendrás tú algo que ver con la desaparición de su gemela?
¿No habrás hecho lo mismo con su poseedora que lo que pasó con la otra? Creo
que tenemos mucho de qué platicar y principalmente tú serás quien inicie esta
conversación, quiero averiguar cómo obtuviste la pulsera Angra Mainyu— Roció
sintió miedo, realmente no sabía en qué se estaba metiendo y las últimas
palabras que escuchó le sonaron muy parecidas a una amenaza.
Abril cerró la llave de la
regadera, llevaba más de veinte minutos bajo el cálido abrazo del líquido
vital, escurrió su pelo cuidadosamente antes de enrollarlo dentro de una
toalla, secó su cuerpo humectado con otra más que encontró colgada en la pared.
Se sentía fresca, reanimada, todo se iba aclarando, caminó con dirección a la
puerta del baño deseosa de volver a los brazos de Francisco y fue ahí donde lo
vio. En el espejo observó un mensaje escrito en el vapor que se había acumulado
al cristal, una sola mirada y supo de parte de quién o quiénes venía, lo leyó
dos veces incrédula: “sólo uno debe volver a ver la luz del sol, la decisión
queda en tu pulso”, bajó la mirada y sobre el lavabo encontró el puñal con
empuñadura dorada que tantas veces había visto en los rituales, el mismo puñal
con el que Darwin Swain había terminado con su existencia. Se había tomado un
veredicto, tenía dos opciones, seguir por el camino de las tinieblas o
desaparecer, desaparecer por completo y huir por el resto de su vida. Sabía que
tarde o temprano la encontrarían, sin embargo, podría llevar una feliz
existencia por un indeterminado tiempo al lado de Francisco. Existía una
tercera opción, salvar a Francisco, pero probablemente al salvarlo destruiría
la poca cordura que quedaba en él. No lo pensó mucho, tomó el puñal y lo
envolvió con la toalla, debía actuar rápido. Abrió la puerta y lo encontró
dormido boca arriba, su respiración era pausada y tranquila, sería tan fácil en
ese momento hundir el puñal en su corazón y continuar con su misión que había
sido interrumpida hacía sólo un día. Se acercó a él, le acarició la cabeza y
acercó sus labios al oído de Francisco y expresó un suave y prolongado susurro.
Solamente él lo escuchó entre sueños, se acurrucó a su costado y se fundió en
él en un abrazo.
Rocío estaba terminando de
comentar la enmarañada historia de cómo había obtenido la pulsera. Sin dejar
ningún detalle, relató su relación con Francisco, el sobre, la presencia del
licenciado Fernández, los encapuchados que habían secuestrado por unas horas a
su alumno, el hombrecillo extraño que los guió a esta dirección, su viaje,
contó todo, absolutamente todo. No quería que quedara duda con respecto a que
era prácticamente una casualidad que estuviese en ese momento en ese lugar. Al
hombre le pareció interesante toda la plática y quería saber qué tanto más
sabía ella.
—¿Sabes al menos lo que
significa esa pulsera?— ella la observó y recordó la anécdota de Francisco y
del licenciado Fernández, —una reliquia, supongo—.
—Efectivamente, es una
reliquia, ¿pero entiendes cuál es su importancia?— Rocío se encogió de hombros,
no tenía ni idea, estaba a punto de improvisar nuevamente cuando el rostro
severo del hombre con barba la hizo desistir, —las reliquias, nuestras
reliquias, son nuestra forma de plasmar nuestra historia, de dejar algún tipo
de huella o recordatorio de nuestra presencia o de nuestras acciones— con esas
palabras introductorias Rocío comprendió que se encontraba ante la presencia de
un Deus Caelum Inferno. Se emocionó
hasta el alma, su vida de estudio sobre teología tendría por fin recompensas,
podría ilustrarse no de los libros si no de primera mano.
—¿Qué significado tiene en
especifico esta reliquia?— preguntó levantando su muñeca, una vez más se dejó
ver el limpio brillo del metal. El hombre la miró desconfiado. Después
contestó.
—Eso es algo que no te
corresponde, el conocimiento es reservado y sólo unos pocos lo saben todo, e
inclusive yo, con años de militancia, sé muy poco de este mundo— bajó la mirada
como si al decir esas palabras sintiera vergüenza, —sólo sé lo que él me dice—.
Rocío notó el gesto casi imperceptible del hombre, por un momento creyó haberlo
interpretado, caviló que las palabras rudas y las maneras hoscas eran de alguna
forma un grito desesperado por parte de este individuo para ser tomado en
cuenta. Rocío, con sus modales de mujer de mundo, intentó establecer las bases
de confianza necesarias para sacarle el mayor provecho posible a esta
conversación.
—Debo confesarte que esta
charla me da escalofríos, sin embargo, siento una gran empatía hacia ti,
quisiera que me enseñaras lo que sabes, que me llenaras de tu conocimiento— el
hombre, visiblemente halagado ante el comentario de la dama, contestó en un
tono de orgullo.
—No está en mí el enseñarte,
aparte dudo que aprendieras algo, se requieren años de estudio y dedicación
para poder entender la forma en que se equilibra el mundo— Rocío continuó su
acto con una cara de niña entristecida.
—Te entiendo, pero al menos
dame tu nombre para saber que todo esto no fue sólo un sueño loco y que en
verdad existen— el hombre lo pensó un poco, movido por las ganas de tener algún
reconocimiento, respondió, —el nombre que me pusieron mis padres no lo he usado
en años, está enterrado allá muy lejos junto con mi antigua vida, tampoco he
definido un nombre oculto con el que me identifique, que describa mi interior,
sin embargo, los demás y la gente que me rodea me llaman Sombra y lo he
escuchado tanto que ya lo siento propio. De alguna u otra manera esa ha sido mi
función, la última etapa de mi aprendizaje, ser la sombra de alguien más—.
—¿De quién?— preguntó Rocío
interesada hasta el tuétano.
—¿De qué? sería la pregunta
adecuada. Él ya abandonó este mundo terrenal, se ha convertido en un maestro
casi divino que con sus llamas de sabiduría ilumina todo a su alrededor— lo que se iluminó es tu cara, pensó Rocío
mientras escuchaba las mil y una alabanzas que Sombra profesaba a un tal Fajro.
Notó en sus ojos el orgullo y profunda admiración que sentía con cada nuevo
comentario, cada uno más enmelado que el anterior. Sombra de pronto calló, como
si hablar tanto de su maestro hiciera que una gran pena embargara sus
sentimientos, —nunca llegaré a ser tan grande como él, jamás seré nada más que
sólo su sombra— Rocío, tratando de retomar el tema de su interés, preguntó:
—¿Cómo te iniciaste en ese
culto?
—No es ningún culto, es una
iluminación, es una forma de vida superior— ante la mirada penetrante de Rocío,
Sombra se sinceró, —realmente no estoy seguro de en qué momento inició este
extraño viaje. En un abrir y cerrar de ojos estaba adentro del primer templo en
mi iniciación— Rocío permanecía callada en la espera de que Sombra dijera todo
lo que tenía que decir, técnica que había aprendido de su madre. Sutil
manipulación maternal, —creo que fue él quien me encontró a mí en lugar de yo a
él, llegó a mi vida y la transformó, por lo mismo le debo una total y absoluta
lealtad, jamás revelaría los secretos que me han legado— al escuchar de su
propia voz las palabras que salían de sus labios entendía que ya había hablado
de más, decidió que debía de dar por terminada la conversación. Se levantó del
asiento en el que tenía rato charlando y con una mirada severa le dijo a Rocío
—tú no debes de estar aquí, no te contaré, más lo siento, ha llegado la hora de
que te vayas y olvides esta conversación—.
Rocío, como si supiera qué era
lo que venía, se levantó inmediatamente y agradeció el tiempo que le había
brindado. Caminó con dirección a la puerta, pero justo antes de tomar la
perilla se giró nuevamente, Sombra sorprendido se detuvo. Rocío se arremangó la
camisa y alzó su brazo izquierdo.
—Me puedes platicar por lo
menos quiénes son Ahura Mazda y Angra Mainyu— cuestionó en tono de súplica.
Sombra lo pensó, realmente la historia de esos dos personajes no tenían nada de
oculto o secreto. Se trataba sólo de cultura general, además, no quería
despedirse de esa mujer tan agradable de manera tan inmediata.
—Ven, acompáñame— tomándola
del brazo, la guió hasta el exterior de la casa y se sentaron en las escaleras
del porche. Sombra, con un tono de voz grave, comenzó el relato de la única
forma que él sabía contar las historias, hablando a través de la voz de alguien
más, hablando en forma de leyenda.
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