lunes, 26 de enero de 2015

Capitulo 33



Qué extraño era estar en ese lugar, estaba seguro de que no había estado ahí antes, sin embargo, todo le era tan familiar y reconocible. Por ejemplo, estaba seguro de que si giraba su cabeza hacia la derecha se encontraría una ventana con un marco de madera color azul, viejo y despintado. También sabía, sin necesidad de mirar, que uno de los resortes de la cama en donde se encontraba sentado se asomaba ligeramente más allá de la frontera que delimitaba la cobija. Se levantó con un gran esfuerzo, sus piernas débiles no lo podían sostener erguido, estaba maltrecho y su brazos no se balanceaban como péndulo, en vez de esto, con cada paso su brazo izquierdo le colgaba ligeramente al centro de su estructura. Siguió caminando hacia la pared, algo le llamaba la atención, el torpe arrastre de sus pies lo hizo tropezar, esto aceleró la marcha, su reacción fue inmediata, con sus manos logró evitar un sólido contacto de su rostro con la pared. Lentamente fue levantando su faz hasta quedar de frente a un espejo, objeto que, por su brillo, había atraído su curiosidad. Lo que vio reflejado era aún más desconcertante que la alcoba misma, no se vio a sí mismo, la persona que imitaba sus movimientos era una cara desconocida, cansada y sucia. El viento comenzó a soplar, sentía sus cabellos elevar el vuelo desenfrenado, el aire se tornó intenso. Casi huracanado. ¿De dónde venía ese tifón? Buscó a su alrededor sin encontrar la causa de semejante alboroto natural; el piso comenzó a temblar, no se pudo mantener en pie. Ante lo ilógico de aquella escena, algo sorprendente sucedió. El cuarto comenzó a dar vueltas alrededor de su eje, Francisco recuperó las fuerzas perdidas y logró ponerse en pie, sus ojos contemplaron cómo el suelo se abría, sin pensarlo dos vez, brincó en el abismo que se había formado. A veces era mejor tomar la decisión de brincar al vacío que quedarse esperando a que el mismo vacío lo tragara a uno.
De pronto, todo fue luz. La intensidad le ardía en la retina, creyó haber descubierto el origen del viento, éste provenía del subsuelo. Sintió cómo una fuerza extraña lo levantaba, lo sostenía, lo mecía en las alturas. Extendió sus manos como alas dejando pasar por cada uno de sus dedos el glorioso empuje que le daba el viento. Entendió que en él estaba la decisión de caer o volar, lo pensó unos breves segundos y, tomando bríos, comenzó a volar. Sus pensamientos se avivaron y entabló una conversación con él mismo.
—Volar era una experiencia fantástica, casi mágica. No como el caer, aunque siempre cuando se vuela se termina cayendo y lo peor es que, cuando crees que no puedes caer más, sigues cayendo. ¿Pero caer a dónde, al vacío infinito? Eso no es caer, caer es darse en la madre con algo al final. El sentimiento de caer a la nada es igual que comer y no saciar el hambre, te hace perder la cordura. Bueno, cordura es lo que me hace falta en estos momentos, un respiro para tantas ideas alborotadas. Me encantaría tener un control remoto para ponerle pausa a mi vida y simplemente esperar, esperar, esperar a la nada.
Lo sacudió un terrible temblor interior, había vuelto a la antigua habitación de donde había brincado. Vio un rayo de luz nacer de su pecho, sus manos, cual cuero viejo, se cuarteaban ante la falta de humectación. Una sensación de abandono lo embargaba a pesar de contemplar gente a su alrededor, escuchaba ruidos nítidos a la distancia, un perro ladrando, el incesante pitido de un claxon, el aire golpeando contra las ventanas, pero lo que tenía a sólo un palmo de sí no lo entendía, no lo comprendía, imágenes borrosas sin estructura, estaba sumergido en su locura, en su mundo, en su quimera.
Un sonido intermitente lo molestó; millones de campanas sonaban al mismo tiempo. Intentaba encontrar una melodía entre tanto ruido pero no lo logró, el sonido fue subiendo de tono y empezaba a agitar todo su mundo, su espacio. Era desconcertante, las paredes se caían dejando detrás de ellas sólo un fondo blanco, todo se iba difuminando, el sonido continuó creciendo, cada vez más fuerte, más intenso, más real.
¡Ring!
El timbrar del teléfono que se encontraba justo junto a su oído lo despertó. Sin saber exactamente en dónde se encontraba lo contestó.
            —¿Bueno?— una voz femenina respondió con un saludo. Francisco fue poco a poco aclimatando sus ojos ante la tenue iluminación del cuarto. Una sonrisa se dibujó en su rostro cuando contempló a Abril recostada plácidamente en la cama. Tuvo que preguntar una vez más quién llamaba, la violenta transición entre el sueño y la realidad lo habían dejado pasmado. Comprendió que era Rocío del otro lado, le repetía insistentemente una y otra vez que cómo estaba, que necesitaba hablar con él, que no se imaginaba todo lo que había vivido después de que se despidieron el día anterior en el café de Condesa. Francisco siguió contemplando a Abril, tan cálida, tan verdadera, tan suya una vez más.
Después de cuatro buenos, Rocío creyó que del otro lado habían colgado. Estaba a punto de hacer lo propio cuando escuchó la voz de Francisco decir las palabras que, muy adentro, su intuición ya le había confesado.
—Chío, la encontré, está viva, está aquí, está conmigo— tras un breve silencio, Francisco percibió la respuesta de Rocío como una voz proveniente de una radio vieja de los años treinta.
—Necesito verte.

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