lunes, 19 de enero de 2015

Capitulo 30

Ramiro se sentía Gulliver en el país de los enanos. Su metro noventa y dos de estatura sobresalía notablemente ante la medida promedio de las personas que habitaban el centro del país. Sabiéndose conocedor de los abusos que se generaban en contra de los foráneos, se negó rotundamente a tomar un taxi. Salió del aeropuerto casi empujando a las personas que a gritos intentaban venderle un boleto. Con las maletas a cuestas, buscó la entrada del metro de la terminal aérea y lo abordó sin ningún problema. Se subía y bajaba de las estaciones al azar convencido de que tarde o temprano terminaría en la terminal correcta. No tenía ninguna intención de preguntar direcciones, después de varias horas de dar vueltas en círculos decidió tragarse su orgullo norteño y pidió ayuda a una viejecita que vendía paletas en la puerta de una de las tantas estaciones del metro que había visitado ese día, la mujer le sugirió salir a la superficie para que tomara aire fresco y decidiera a dónde quería ir. La verdad es que Ramiro no tenía idea por dónde empezar, tenía una dirección que le había entregado el hombrecillo de la ex casa de Abril, pero le parecía ilógico iniciar su aventura en el lugar más evidente; su verdadero camino ya lo descubriría. Salió por la puerta principal, se deslumbró ante lo que se planteaba delante de él, el Palacio de Bellas Artes; lo rodeó unas cuantas veces maravillado ante tanta belleza. Olvidó porqué estaba ahí, cuando menos lo pensó, ya estaba arriba de un turibus; camión que lo llevaría a conocer los puntos más importantes de la ciudad, estaba preparado para esa hazaña. Le había comprado a un niño una cámara desechable a cinco pesos a la cual sólo le quedaban seis fotos disponibles, suficientes según él para tomarle una foto al Ángel, al Monumento de la Revolución, Palacio Nacional y aun así le quedaría tres extras para imprevistos. Subió al segundo piso del autobús, al instante se sintió en Inglaterra, había visto millones de veces por televisión cómo esos camiones rojos de dos pisos sin techo paseaban por toda la ciudad. El tour comenzó, Ramiro no le prestó mucha importancia.
—Así comienza nuestro recorrido, hoy están de suerte porque les tocó el guía más guapo— el comentario del guía turístico no le hizo ninguna gracia al Sargento Paredes. Él estaba entretenido observando a la gente, la forma en que se vestían, caminaban, interactuaban entre sí. Todo le parecía tan diferente al lugar de donde él provenía, casi como si se tratara de otra nación; no se podía identificar plenamente con ellos. El autobús seguía su curso, cada vez fueron más prolongados los silencios del guía hasta que de plano ya no decía absolutamente nada. El paisaje se tornó cada vez más y más deshabitado. Ramiro estaba seguro de que ya no se encontraba en el Paseo de la Reforma y se negó a preguntar nuevamente pues tenía la creencia de que al preguntar parecería un pueblerino ignorante. Decidió aguantar, se tomó casi de un sólo trago el agua de dos litros que había comprado en rebaja antes de subir al camión. Cuando vislumbró en el camino de la carretera una caseta ya no aguantó más, estaba seguro de que lo llevaban de regreso a Chihuahua, se plantó ante el guía y prácticamente le escupió su enojo.
—Mire, cabrón, yo pagué para que me llevaran al Ángel, a comer papitas a Chapultepec y ver dónde se hacen las manifestaciones en el Zócalo, no para que me trajeran a una carretera ¿Pues de qué se trata?— el orientador turístico debidamente calificado por el Instituto Nacional de Bellas Artes lo miró desconcertado sin quitar la sonrisa amable que le enseñaron en sus capacitaciones y respondió:
 —Señor, creo que se equivocó de camión. Nosotros vamos a las pirámides de Teotihuacan. Le agradecería que tomara asiento y disfrutara del paseo, le garantizo que le será de su agrado— Ramiro no supo si patalear o bravear, no le quedaban muchas opciones y no quería caminar de regreso hasta la ciudad. Decidió que era mejor quedarse callado y disfrutar del viaje, total, siempre se había preguntado de dónde sacaban el agua de Tehuacan y por lo que le acababa de responder el güerito ese, era para donde se dirigían. Pasado un buen rato, la gente se comenzó a incorporar aún con el autobús en movimiento, tomando fotos, emocionados por un cerro que se divisaba a la distancia.
—De plano que a esta gente nunca la sacan de su casa, se ponen así por aquel cerro, ¡ya me imagino, si vieran el Cerro Grande[1]! Se volverían locos— minutos después, llegaron a su destino. Ramiro, apenado por sus pensamientos, bajó del camión. Esos “cerros” habían sido construidos por el hombre, se parecían mucho a la pirámides que salían en las películas de Indiana Jones, filmes de los cuales había sido fanático en su adolescencia. Todo el complejo arqueológico le llamó la atención, parecía que hubiese llegado a otro mundo, a otro tiempo, a otro espacio. Siguió al guía hasta la base de la pirámide más grande, mientras le explicaban qué era eso, hace cuánto lo habían construido y qué significado tenía. Ramiro no paraba de pensar en que estos locos de seguro querían subir hasta la cima. Mirando una y otra vez sus botas vaqueras, dudó que pudiera realizar el recorrido sin que se le llenaran todos los pies de ampollas. Disimuladamente fingió que alguien le llamaba a lo lejos, aunque nadie lo pelara, gesticulaba al aire en señal de que se dirigía al encuentro de algún conocido ficticio. Siguió con su farsa mucho después de que estuviera a distancia razonable del grupo, una vez liberado de lo que sería el Vía crucis de subir cientos de pequeños escaloncitos, se entretuvo mirando las diferentes estructuras teotihuacanas. Se quebraba la cabeza al tratar de imaginar de qué manera pudieron esos hombres haber construido semejantes edificaciones sin la tecnología actual. Sumido en sus pensamientos, observaba a la distancia por la calzada principal, la misteriosamente llamada Calzada de los Muertos, cómo se alzaban ambas pirámides. La calzada era impresionantemente extensa, a lo lejos alcanzó a percibir que alguien lo señalaba. No le dio importancia y siguió caminando, momentos después, estaba completamente seguro de que era el centro de atención de un grupo de personas. Su leve miopía no le permitía ver los rostros de sus observadores, siguió caminando en dirección hacia ellos. Al instante, un conjunto de tres personas se desprendieron del grupo y comenzaron a correr en dirección a donde él se encontraba. Conforme se acercaban pudo ver con más claridad, reconoció a uno de ellos, ya lo había visto antes, era el chino del aeropuerto de Chihuahua y se veía más encabronado que nunca. Recordó que lo habían sometido por “portación ilegal de armas”. Ramiro sintió miedo, —pinche chino, se ha de querer desquitar conmigo—. Sin pensarlo dos veces, se echó a correr en dirección contraria, corría tan rápido como sus piernas acostumbradas a trasladarse en coche se lo permitían. Encontró la salvación en la entrada de la ciudadela en donde una gran cantidad de personas se encontraban reunidas. Se escabulló entre la multitud la cual, atenta, escuchaba a un hombre que se había parado en lo alto de la escalinata. Fue bajando su ritmo hasta que se quedó completamente inmóvil entre la gente, tratando de pasar por desapercibido, dobló sus rodillas para quedar a la par de las demás cabezas que se asomaban en ese enjambre de humanidad. El hombre que hablaba a gritos con la multitud le llamó la atención, vestía completamente de blanco con una especie de túnica, su tez era color cobriza pero tenía el cabello y vello facial de un rubio casi blanco intenso y reluciente. Su estatura no era de sorprender, al igual que la mayoría de la gente, no rebasaría el metro setenta, sin embargo, su porte atlético y rostro de realeza lo encumbraba por encima del promedio. Tenía una voz potente pero no amenazante, hablaba de forma paternal sin llegar a ser religioso. Mientras esperaba a que los chinos lo dejaran de buscar, Ramiro escuchó con atención a ese individuo extraño.
—…El conocimiento no fue un regalo que se dio a la ligera. Como pueblo tocado era su deber llenar de brillo a la humanidad, despertar de ese letargo somnífero que los ha sujetado a una existencia terrenal vana y cansada...
Ramiro se distrajo, había estirado las piernas por completo dejando a merced de los chinos su cabeza sobresaliente. Con el rabillo del ojo observó cómo los chinos habían subido a lo alto de la escalinata, casi donde se encontraba aquel raro sujeto, lo detectaron. Sin esperar la reacción de sus perseguidores, Ramiro volvió a emprender la huida en sentido contrario, entre “con permisos” y empujones fue saliendo poco a poco de aquel gentío que cada vez crecía más y más. Cuando casi podía ver la salida a pocos metros de distancia en donde se encontraba un camión idéntico al que había llegado, una pequeña mano lo detuvo. Una niña que llevaba en una cajita de mazapanes lo miraba desde abajo con gesto de reproche. Ramiro, que era un hombre recio pero con gran debilidad por las personas indefensas, se inclinó para decirle que en este momento no podía comprarle ningún mazapán. La niña, ofendida, le contestó:
—Qué mazapán ni qué nada, Usté no se puede ir hasta que termine de hablar ese señor.
—¿Y quién es ese señor?— preguntó Ramiro intrigado.
—Pues la víbora con pelos— Ramiro no entendió nada y le soltó tres pesos dentro de la cajita y, sin lastimarla, logró que le soltara el brazo. Emprendió nuevamente su huida, para su buena fortuna, el camión estaba siendo abordado por un grupo de gringos que tenían la misma pulsera que él, saludó fugazmente y se acomodó en un asiento en el segundo piso. Desde ese lugar seguro, observó cómo los chinos lo buscaban entre la multitud. Su teléfono celular comenzó a vibrar, lo tomó entre sus manos como dudando entre contestar la llamada o quedarse atento a lo que hacían los chinos. Decidió que debía atender el llamado, podría ser su madre que le hablaría para saber cómo estaba su pequeñito por aquella terrible ciudad, o su superior en la comandancia para recriminarle el haberse ido sin siquiera terminar los reportes semanales. Dejó de pensar y contestó:
—Bueno, bueno, ¿sí, quién habla?— un poco de interferencia se escuchó del otro lado. Su mirada seguía atenta a los movimientos de los chinos los cuales corrían de un lado a otro creyendo haberlo encontrado; no dejó de mirarlos hasta que el camión arrancó. Se sintió a salvo tan solo por un segundo, la voz metálica que lo saludó lo puso en alerta nuevamente.
—Sargento Paredes, espero que haya pensado en mi oferta— debía tratarse de la misma persona que lo localizó hace ya varios días en el Motel de La Mona. Ramiro, muy serio, contestó:
—¿Dónde lo tienes?— refiriéndose a Francisco.
—Muy bien, veo que ya se enteró— contestó la férrea voz, —supongo que ahora sí está dispuesto a negociar, le dije que cuidara a los suyos y ya veo que ahora sí está tomando mi consejo— Ramiro siguió hablando pausadamente, no quería sobresaltar al gringo octogenario que había tomado un lugar enseguida de él.
—Te daré lo que quieras, sólo dime dónde está.
—Pues no le va a salir barato, digamos que los favores ya no me interesan. ¿En cuánto tiempo puede juntarme $100,000.00 pesos?— Ramiro suspiró aliviado, ya estaban negociando, eso quería decir que su compadre estaba sano y salvo, secuestrado pero sano y salvo.
—Pues déjeme ver cómo los consigo, pero de que los consigo los consigo, ¿cómo sería el intercambio?— increpó Ramiro tratando de averiguar un poco más.
—Mire, pues qué le parece si se lo pongo en un portafolio, usted pone la lana en uno igual, de color negro para no llamar la atención y me lo deja en medio de la plaza Hidalgo— Ramiro se sobresaltó y sin importarle quien estuviera sentado enseguida le gritoneó al teléfono.
—¡Hijo de la chingada! ¡Ya lo descuartizaste! ¿Cómo chingados vas a meter a mi compadre en un portafolio?— la voz no contestó por unos segundos, silencio que se volvió eterno para Ramiro. Después, la voz volvió a hablar.
—¿Pues de qué está hablando?¿Cuál compadre?
—Pues de Francisco ¡chingado! ¡Al que metió en un portafolio! — dijo iracundo.
—¿Que no estamos hablando del video?—  respondió la voz.
—¿Cuál video? — preguntó Ramiro intrigado.
—Pues el de Fermín y Lucas cobrándole a las putas—  un silencio reinó en la llamada por el desconcierto de Ramiro, se le quedó viendo al celular y sin pensarlo colgó. Bonita estupidez de quererlo extorsionar por las tonterías que hicieran aquel par de idiotas. Se quedó pensativo, recordó que la primera llamada de aquel sujeto había sido el detonante para su búsqueda.
—Bueno, Ramirito, ya viniste hasta acá buscando a tu compadre, mínimo hay que ver qué anda haciendo tan lejos de la casa, no vaya a ser que le pase algo y necesite tu ayuda— se dijo a sí mismo como si la voz de su conciencia le hablara en tercera persona tratando de justificar lo injustificable. Revisó que en la bolsa de la camisa trajera el papelito en donde apuntó la dirección que le dio el hombrecillo de la otrora casa de Abril. Lo confirmó, le dio dos palmaditas y se relajó en el asiento cerrando los ojos. Estaba a punto de quedarse dormido cuando escuchó al nuevo guía decir por el micrófono.
—Espero que les haya gustado el paseo por las pirámides, ahorita que regresemos a la ciudad de Pachuca podrán comprar todos los souvenirs que quieran. ¡Tenemos gran variedad!



[1] Es el cerro de mayor elevación del municipio de Chihuahua, México. Se encuentra al sur de la ciudad. Desde él se puede apreciar gran parte de ella. Tiene una altura de 2,300 m.

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