Estaba entendiéndolo todo, era necesario el
sufrimiento de unos cuantos para el beneficio de los muchos, la doctrina Inferno extendía sus raíces en sí. Cuando
algo no funciona, siempre es bueno ejercer presión, llevar al extremo una
situación con tal de hacer un cambio profundo. En el país en el que se
encontraba, su país, había razones de sobra para que el pueblo mismo
reaccionara por sus traumáticas experiencias, sin embargo, en este país no
pasaba nada, nada en absoluto. Se podría comparar con un adicto a la heroína,
el cuerpo se caía a pedazos pero la mente, en un perpetuo sueño, vivía en un
mundo maravilloso. Sucedía lo mismo aquí, en este país tan centralista, a pesar
de pregonar ser una federación, tan antidemocrático, tan sordo y ciego de sus
propios males. Los estados cuales piernas con llagas se derrumbaban ante el
crimen, la pobreza, la carencia educativa, la crisis económica. Mientras que la
mente, en donde se acumulaba el poder, la tomadora de decisiones, la Ciudad de
México, se mantenía impactantemente en silencio viviendo su falacia, su propio
sueño interno, sin entender que su omisión era el artífice de su propia caída,
de su inevitable perdición.
En este mundo donde los medios
de comunicación reinaban sin control para cumplir su propósito, necesitaba
generar una acción tan tajante, tan impresionante, una noticia tan jugosa para
los medios que nadie en el país dejara de comentarlo. Un evento sumamente
desgarrador, fatídico, al grado de que muchos perecerían, tal vez cientos y
sólo un sobreviviente emergiendo de aquella desgracia, con voz de profeta y
estatus de mesías que se lo daría el mismo pueblo ávido de salvadores.
Paradójicamente, ese único sobreviviente a la vez sería quien trazara el camino
de ese caótico destino.
La risa de un niño a la
distancia desconcentró sus pensamientos y se dio cuenta de que atardecía. Se
levantó de la banca en donde había estado descansando sus pies por un rato,
luego de estirar su cuerpo en señal de despabilamiento, giró sobre su eje y
alzó la vista. El contacto fue inmediato, era como si la magnífica estructura
de 230 metros le estuviera pidiendo a gritos ser parte de esa hazaña y
eternizarse en la historia como catalizadora de un futuro prometedor. Aquel
edificio que sobresalía sobre todas las azoteas que se observaban en el
horizonte, le hacía justicia a su nombre siendo el punto más alto de la ciudad
y, como su antecesor que llevó con orgullo aquel apellido, la Torre Mayor era
digna protagonista con su caída del inicio de un nuevo México que surgiría como
ave fénix desde las cenizas y el escombro de aquel magnífico edificio.
Caminó en dirección al Paseo
de la Reforma, atravesó un mar de gente que salía en esos momentos de sus
trabajos, hombres de traje impecable, niños con uniformes escolares bastante
sucios por todo el día de juegos y recreos. Vendedores de una y mil maravillas
con un costo generalizado de cinco pesos. Mujeres cargando el mandado. Turistas
de tez blanca redescubriendo una vez más México. Pepenadores con pinta
estrafalaria, una comunidad heterogénea de gente que sólo se podía observar en
las grandes ciudades. Una satisfacción similar a la euforia que sintió en su
primera lección le invadió por completo, había encontrado su objetivo y su
mente vertiginosa elaboraba el proceso a seguir, la forma en llevar aquel gran
sueño a una contundente realidad. Sin embargo, no había qué correr antes de
caminar, ya había aprendido esa lección con anterioridad, “crea un monstruo y
te comerá” se dijo para sí y agregó en voz apenas perceptible, —si no das tú la
primera mordida—sonrió ante su propia ocurrencia. Analizando minuciosamente su
misión, continuó con sus divagaciones; lo primero debía de ser la entrada, estar
en las entrañas del edificio, una vez dentro, debía de mantener un perfil bajo,
casi invisible, algo que le diera acceso a los sótanos y no lo sujetara a un
lugar fijo. La movilidad era básica, la precisión también, probablemente
tendrían en aquel edificio, al igual que en todas las empresas de México, una
increíble rotación de personal debido a los sueldos abusivamente bajos y las
labores extenuantes, por lo que sería fácil ingresar en el área de limpieza o
mantenimiento. Eso se ajustaría a sus pretensiones, estaba consciente también
de que debía estudiar, sus conocimientos sobre arquitectura eran prácticamente
nulos y si lo que quería era encontrar el punto exacto de quiebre y desentrañar
la debilidad de aquel titán de concreto, era tiempo de tomar los libros. Lo
pensó sólo por un segundo y decidió que sería más sencillo que algún recién
egresado con su titulillo bajo el brazo de esos que hay miles desempleados por
la calle le asistiera, sólo era cuestión de un buen ofrecimiento de trabajo
futuro, obviamente inexistente y darle esa tarea como una prueba. La treta
sería sencilla, buscar los puntos vulnerables en tres edificios de la Ciudad de
México, digamos, Torre Latinoamericana, Torre de Pemex y por qué no, también la
Torre Mayor, sencillo, muy sencillo. Una vez que lograra ese primer paso, lo
demás sería un camino arduo, pero no imposible.
Llegó hasta las puertas de
cristal del edificio que sería su máxima obra, lo tentó con sus dedos, saboreó
sus pensamientos. Tras unos segundos, dio media vuelta dejándolo en reposo como
un niño dejaría un dulce escondido para después disfrutarlo en completa
soledad. Se alejó lentamente sin voltear atrás, la decisión estaba tomada. Se
distrajo mirando puestos de comida de los cuales sus incesantes dueños gritaban
y pregonaban a los cuatro vientos que en su locales servían las mejores
enchiladas, huaraches, pozoles, tacos y quesadillas sin queso de todo el mundo
o mínimo de ese mercado. Recorrió lentamente el pasillo de mercaderes que poco
a poco se estrechaba más, le asfixiaba con sus olores. Miraba a las personas,
como siempre, estudiándolas; sintió algo de pena por ellos, tan sencillos y tan
comunes. Se aburrió, en ese lugar no había nada nuevo bajo el sol, debía de
descansar antes de iniciar su loca carrera rumbo a su prueba final, crear algo
nuevo con base en su propia filosofía Inferno.
Sabía que Fajro, su centinela, le seguía de cerca, lo podía sentir tras sus
paso, lamentablemente no ubicaba exactamente dónde se escondía. Quería verse
bien ante los ojos de ese maestro, pero al mismo tiempo no quería equivocarse
pues le tenía más temor a una intervención de los ejecutores; sabía que eran
implacables, no en balde ya había fungido esa función en una ocasión. Al
pensarlo, recordó la daga clavada en el pecho de Darwin Swain, trató de poner
su mente en blanco, pero sólo vio oscuridad.
La acción de destrucción no
sería lo fundamental, aunque debía aceptar que era el inicio, no debería de ser
su prioridad, lo primordial vendría después. Una vez que su resurrección se
completara y saliera con heridas mínimas de entre los escombras y los caídos,
ante las miradas atónitas de miles de personas en la calle y otros millones más
a través de las televisiones, comenzaría realmente la batalla, la lucha por
crear lo imposible. Debía de cuidar muy bien sus palabras, esas primeras
palabras tendrían que ser suficientemente impactantes para que el mundo entero
escuchara y sucumbiera ante su persona, deberían de expresar que el Apocalipsis
había llegado y sólo quien hubieses sobrevivido ante tal catástrofe sería quien
pudiera guiarlos. ¿A dónde y para qué?, eso aún no estaba decidido. Era
extraño, a pesar de su comodidad en las tinieblas aún no las sentía suyas
completamente, existía una lucha interna entre el Inferno que parecía total y el Caelum
que aún mostraba esa luz de esperanza en el vacío de su ser, sin embargo,
cualquier destello brillante, por mínimo que fuese, lograba ahuyentar a la
oscuridad aunque fuera por un solo instante. Lo que sí era claro, era que una
vez tomada la decisión final no habría equilibrios, sería de luz o de sombras.
Aunque su destino había sido marcado por los ojos de la serpiente aquella noche
de iniciación, que ahora parecía tan lejana, la elección estaba en sí, nadie
podría elegir su destino más que aquel que lo forja.
Se detuvo para respirar, el
aire que pasaba a través de su cuerpo, entre sus manos y mejillas le recordó a
Dios, esa plenitud que nos embarga por completo cuando estamos cerca del
éxtasis. Trató de meditar, sin embargo, el ruido era ensordecedor y debía de
encontrar un refugio ante tanto caos, reposar antes de comenzar otra vez.
Siguió caminando, parecía que los ríos de gente no tenían fin, después de
buscar escapatoria, lo aceptó y se dejó llevar por aquellos seres que en su
mente eran inferiores por no controlar sus propias existencias. Minutos más
tarde, entró al subsuelo de la ciudad y no paró hasta que esa masa de gente se
detuvo ante un vagón del metro al que las personas intentaban entrar como si
sus vidas dependieran de ello. Dejó que la plataforma se vaciara, se recargó en
la pared, luego de unos instantes, cerró los ojos y trató de relajarse, inhalar
y exhalar, todo saldría bien. Inhaló por segunda vez pero en esta ocasión más
profundamente, abrió nuevamente los ojos y la exhalación se quedó en suspenso
detenida en su garganta, intentó reaccionar, disimular, pero no pudo. En ese
momento, en lo más profundo de su alma, comprendió que todo estaba perdido.
La Torre Mayor es un rascacielos ubicado en la Ciudad de México. Se encuentra ubicada en el número 505 de la avenida Paseo de la Reforma, en el espacio ocupado anteriormente por el cine Chapultepec y cerca del Bosque de Chapultepec
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