—¡Es urgente que hablemos con él, señorita!
—¡Enfermera, por favor!—
respondió la mujer vestida en un impecable color blanco que estaba detrás del
mostrador a los dos semipubertos que le mostraban una y otra vez una placa de
la policía municipal de la ciudad de Chihuahua.
—Ya le dije a los dos que el
sargento Paredes necesita completo reposo y por más que ustedes dos, remedos de
policía, me griten, no los voy a dejar pasar.
Los cabos Lucas y Fermín no
se dieron por vencidos, de sobra conocían el temperamento explosivo de su jefe
y sabían que la información que debían hacerle llegar no podía esperar ni un
solo minuto. Se retiraron del vestíbulo del hospital simulando haber sido
vencidos. Juntos, como siempre lo hacían todo, idearon un plan; primero, Fermín
entraría nuevamente al hospital solicitando el baño, la enfermera, al ver la
urgencia desesperada del piochas, que era el apodo de Fermín por su distintiva
barba de chivo al estilo Netzahualcoyotl de los billetes de cien pesos, lo dejaría
pasar; después de unos breves momentos, Lucas simularía estar enfermo o herido
de alguna forma en la entrada del hospital, de esta manera en cuanto la
enfermera viera el sufrimiento de otro ser humano, pondría en práctica su
espíritu de servicio y atendería diligentemente a Lucas. En ese preciso
momento, Fermín saldría del baño y se introduciría al cuarto donde estaba
internado el oficial Ramiro Paredes. Chocaron las manos como símbolo del
próximo éxito en su misión. Fermín entró al hospital con el rostro desencajado
y con un caminar apretado que simulaba estarse orinando, la enfermera ni
siquiera lo volteó a mirar, el policía novato entonces empezó a hablar en voz
alta:
—¡Ya no aguanto! ¡Ya no
aguanto, un baño por favor!
La enfermera lo miró
efímeramente y volvió a sus actividades cotidianas. En vista del éxito no
obtenido, decidió pasar al plan ¨b¨.
—¡Dios mío! ¡Que me hago!
¡Traigo una diarrea espantosa!
Carmelita, que era el nombre
de la enfermera, por fin puso toda su atención en ese hombre que estaba a mitad
del vestíbulo haciendo un zafarrancho y le dijo calmadamente, —Señor, si tiene
usted la necesidad de ir al baño, pásele por favor, que para eso no tiene que
pedir permiso, pero por favor no lo esté publicando—.
Fermín obedeció y entró al
baño dueño de la situación, mientras tanto, Lucas puso en marcha la segunda
parte del plan. Su actuación debía ser más convincente que la de su pareja,
primero empezó a aullar como perro, la enfermera lo miró y le hizo la señal
universal de silencio, poniendo el dedo índice sobre sus labios. Lucas debía
actuar mejor, se tiró al suelo y empezó a patalear mientras hacía toda clase de
ruidos extraños. La enfermera, con la vena de la sien a punto de explotarle,
salió del mostrador y en grandes zancadas llegó hasta donde estaba Lucas
haciendo su teatro. El plan funcionaba.
Fermín miraba todo desde la puerta entreabierta del baño para salir corriendo en dirección de la entrada
que, en su descuido, había dejado sin custodiar la enfermera.
—¡Mira, ya me estoy cansando
de ustedes dos! O se me van en este momento directito a la chingada o le hablo
a los verdaderos policías para que se los lleven— dijo la enfermera gritándole
a Lucas.
Éste, al ver que Fermín
atravesaba el vestíbulo velozmente, se incorporó y como niño regañado, se
levantó disculpándose con la enfermera; parecía que el plan había funcionado.
Justo en ese momento, Lucas vio cómo Fermín se regresaba en dirección de la
puerta del baño, miraba a todas partes, como buscando algo. La enfermera estaba
a punto de girar sobre sí misma de regreso al recibidor y Lucas, sin saber qué
hacer, pero con la intuición de que debía evitar a toda costa que la mujer descubriera a su compañero escabulléndose al
interior del hospital, reaccionó por puro instinto, sacó su pistola calibre 22,
cortó cartucho y ante la mirada estupefacta de Carmelita se pegó un tiro en el
pie derecho. El eco del disparo se quedó volando en el aire por unos breves
momentos, segundos después, un remolino de personas se acercaron a mirar esa
visión bizarra. El policía aullaba ahora sí de verdad, se revolcaba en el suelo
mientras se sujetaba el pie gritando mil y una majaderías mientras que la
enfermera, en su pulcro vestido blanco salpicado de sangre, lo miraba
boquiabierta sin poder reaccionar ante lo que acababa de presenciar.
Fermín, con los papeles en
la mano que había dejado olvidados en el baño, caminó tranquilamente por el
vestíbulo con dirección al cuarto donde estaba Ramiro Paredes sorprendiéndose
de la buena actuación de su amigo Lucas. Eso de haber disparado la pistola,
aunque no estaba previsto en el plan, había sido una idea maravillosa.
—Mira cuánta gente logró
atraer— pensó para sí, —por eso siempre he dicho que tengo a la mejor pareja
que puede haber—.
Fermín buscaba la habitación
208, pasó por maternidad, terapia intensiva y urgencias, todas las puertas le
parecían iguales. En su estupidez, estuvo a punto de ir a recepción a preguntar
dónde estaba el cuarto que buscaba, después de mucho ir y venir, cayó en la
cuenta de que debía estar localizado en el segundo piso del hospital. Subió las
escaleras y lo encontró en un santiamén, tocó la puerta una vez casi
imperceptiblemente, realmente le tenía miedo a su patrón, aún recordaba la vez
que los dejó, a él y a Lucas, parados toda la noche en uno de los cruceros
principales de la ciudad un 24 de diciembre por no haber lustrado bien sus
botas y no las de ellos, sino las de Ramiro. Tocó por segunda vez, pues no
había obtenido respuesta, desde el interior, una voz femenina le indicó que
pasara, entró y vio a su sargento recostado en la cama comiendo felizmente unas
enchiladas gratinadas con salsa verde. Al verlo, Ramiro se cuadró aún dentro de
la cama, le entregó la charola de comida a la mujer, quien diligentemente tomó
el objeto y lo depositó en uno de los buroes de la habitación.
—¿Qué pasó, Piochas? sabía
que el disparo que se escuchó tenía que ver algo con ustedes, ¿que no tienen
nada qué hacer más que venir a molestarme?— fue la forma en que saludó Ramiro a
su subalterno.
—Disculpe, señor, no quería
incomodarlo, me dijeron en la comandancia dónde podría encontrarlo...
—¿Ves, mi Mona? Estos
cabrones no pueden ni ir al baño solos, siempre tienen que andar fastidiando
pa’ todo— interrumpió Ramiro a Fermín dirigiéndose a La Mona, quien había
traído esas deliciosas enchiladas.
—Señor, yo la verdad no
quería venir pero es que…
—¡Ya déjate de rodeos y dime
qué traes! ¿Volvieron a perder la llave de la patrulla? Porque si sí, ahora sí
van a tener que pagarle ustedes al cerrajero.
__No señor, para nada, de
hecho la lavamos nosotros mismos y hasta la enceramos, pero es que lo que vengo
a traer es…— mientras se trataba de justificar con su jefe, Fermín le extendió
los papeles que llevaba en la mano.
—Preste pa’ acá, que ha de
ser información clasificada— dijo Ramiro mientras le arrebataba los papeles
haciendo alarde de su poder tratando, como siempre, de impresionar a La Mona.
—Mmm… ah no, pues sí, está
muy fuerte— decía Ramiro al aire mientras pasaba una y otra vez las hojas por
sus ojos, —mija, me espera tantito afuera que tengo que dar indicaciones en
código— le dijo Ramiro a La Mona, la cual reaccionó levantándose con toda
sumisión inclinando ligeramente la cabeza en señal de saludo y retirándose por
la puerta principal del cuarto.
—Entonces, ¿qué quiere que
hagamos, señor?— preguntó exaltado Fermín.
—Pues no sé, no alcancé a
leer nada, que no ves que no traigo lentes— soltó a raja tabla Ramiro
aventándole los papeles al Piochas.
—Mire, jefe, pues en
resumen, dice que ya se nos peló— le dijo el cabo Fermín con cara de apenado.
—¿ah chingao? ¿Quién se peló
y de dónde? y en su caso, por qué no lo vigilaron bien, cabrones— respondió
Ramiro ya echándoles la culpa aún sin saber de qué se trataba, más valía
prevenir.
—Mire, pues es que nosotros
fuimos los que lo encontramos, pero no había nadie y se lo juro que actuamos
rete rápido— explicó Fermín tratando de justificarse ante su jefe, pero la
mirada inquisidora de Ramiro lo ponía cada vez más y más nervioso.
—¿Pero de qué fregados estás
hablando? ¿A quién encontraron?
—Pues al compa ese que
reportó como desaparecido— Ramiro seguía sin entender de qué hablaba Fermín,
—un tal Francisco, eh, Francisco León— dijo Fermín orgulloso de haberse
acordado del nombre de la “víctima”.
—¡¿Encontraron a mi
compadre?! ¿Qué pasó? ¿Dónde está?— Ramiro se acordó por primera vez desde el
accidente, de su amigo Francisco quien, según él, estaba desaparecido. La
reacción fue inmediata, se levantó instintivamente de la cama del hospital para
recoger los papeles del reporte que le había aventado a Fermín hacía sólo unos
momentos. Mientras los recogía, la bata del hospital se le abrió mostrándole
sus nalgas peludas a Fermín quien no supo exactamente qué hacer y sólo se quedó
mirando expectante.
—Hable, canijo, ¿dónde está
Francisco León?— preguntó Ramiro.
—Pues, eso sí quién sabe
jefe, le digo que se nos peló— respondió Fermín alzando los hombros.
—Explícate, hombre, que no
te entiendo— reclamó Ramiro en un tono un tanto de súplica.
—Mire, lo que pasó es que…
ya ve que a Lucas le gustan un friego las quesadillas que venden enfrente de la
deportiva, pues ayer se traía harto antojo.
—¿Qué tiene que ver eso con…
—Déjeme terminar, jefe.
Mire, pues andábamos ahí comiéndonos unas quesadillas cuando vimos un vehículo
incumpliendo el artículo 82 de la Ley de Vialidad y Tránsito— Fermín hizo una
breve pausa para darle cierto dramatismo al relato, sin embargo, ante la cara
de interrogación de Ramiro, aclaró —o sea estaba un carro estacionado en línea
amarilla, por lo que procedimos a llamar a la grúa para que se lo llevaran al
corralón y fíjese que de pura buena suerte llegó de volada. Total, eso fue lo
que pasó hace una semana, ¿cómo la ve?
—¡Cómo la veo de qué! no me has dicho nada— bramó Ramiro.
Desconcertado, Fermín se empeñó al máximo para
explicarle a su jefe lo que había pasado, lo que sucedía es que siempre estaba
junto a Lucas quien era el que complementaba sus comentarios.
—Resulta que ayer en la noche nos
informaron que el carro que mandamos al corralón es el mismo que usted había
reportado como robado, un bochito verde y está a nombre del señor Francisco.
—¡Apenas hasta ayer se
dieron cuenta! ¿Que no revisan los reportes de las tonterías que hacen? ¡Par de
ineptos, ahora sí me van a conocer!— le gritó Ramiro completamente fuera de sí
a Fermín quien estoicamente recibía la reprimenda con la frente en alto. Ramiro
sintió un fuerte dolor en el pecho, supo inmediatamente que era tiempo de
calmarse, no tenía caso morir infartado por culpa de este par de idiotas.
—¿Dónde está Lucas? Ve por
él y traigan la patrulla a la entrada del hospital, espérenme, en un segundo
bajo— indicó Ramiro, quien rápidamente caminó hasta el clóset de la habitación
en busca de sus pantalones vaqueros. Se quitó la bata quedándose sin ninguna
vestimenta, al hacerlo, escuchó una ligera risa casi inapreciable a sus
espaldas. Se giró sobre sí mismo y se encontró con Fermín en la misma posición
de firmes de hace unos minutos.
—¿Qué pasó, Piochas? ¿Se te
perdió algo?— dijo Ramiro sarcástico, visiblemente molesto.
—No, pues, la verdad no
creo, a menos de que se refiera a mi perrita bolita que hace tres días que no
veo— contestó Fermín con toda sinceridad.
Exasperado, Ramiro, aún desnudo y con los ojos fijos
en Fermín, dio dos pasos en dirección a éste considerando seriamente en darle
una buena tunda por su ineptitud.
—¡Te dije que te fueras por
la patrulla, hombre!
—¡Ya sé, sí lo escuché!
—Entonces, ¿qué carajo estás
esperando?
—Pues que me despida con el
saludo, dice Lucas que por respeto a un superior no debo de moverme hasta que
no me lo indiquen como marca el protocolo.
Ramiro estaba al borde del colapso, en su mente contó
hasta diez para contener su cólera.
—Piochas, eres policía
municipal no militar, no tienes qué esperar el saludo— le explicó con una voz pausada,
la cual no correspondía con su cara ruborizada por el coraje, —vete ya por
favor— dijo por último como un suspiro mientras que señalaba con su mano
derecha la puerta del cuarto. Fermín acató la orden no sin antes observar de
reojo una vez más el cuerpo desnudo de su superior. Salió de la habitación y
caminó con dirección a las escaleras. Lo pensó dos veces y mejor presionó el
botón del ascensor el cual se abrió al paso de unos segundos. Para sorpresa de
Fermín, su compañero venía en una camilla completamente sedado y con el pie
derecho vendado, en la muñeca izquierda de su amigo alcanzó a observar unas
relucientes esposas metálicas por medio de las cuales venía Lucas sujeto a la
camilla. Un enfermero y dos oficiales de la policía estatal lo acompañaban,
Fermín pensó que su compañero había llegado demasiado lejos con su actuación
aún ignorando que probablemente Lucas no volvería a caminar igual a causa de la
herida en su pie. Decidió que era mejor pasar inadvertido, no fuera a ser que
también a él lo detuvieran, saludó tranquilamente y bajó por las escaleras,
llegó al lobby y se despidió con su sonrisa amarilla de tanta nicotina de la
nueva enfermera que se hacía cargo de la recepción mientras que a la enfermera
Carmelita la atendían en urgencias por un colapso nervioso. Salió del hospital
y comenzó a caminar rumbo al estacionamiento en donde habían dejado la
patrulla, se detuvo a media calle y dio una vuelta en 180 grados, había
recordado que Lucas se había quedado con las llaves.
Hospital General Dr Salvador Zubiran AnchondoChihuahua, Chihuahua, Mexico
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