viernes, 12 de diciembre de 2014

Capitulo 22



—¡Es urgente que hablemos con él, señorita!
—¡Enfermera, por favor!— respondió la mujer vestida en un impecable color blanco que estaba detrás del mostrador a los dos semipubertos que le mostraban una y otra vez una placa de la policía municipal de la ciudad de Chihuahua.
—Ya le dije a los dos que el sargento Paredes necesita completo reposo y por más que ustedes dos, remedos de policía, me griten, no los voy a dejar pasar.
Los cabos Lucas y Fermín no se dieron por vencidos, de sobra conocían el temperamento explosivo de su jefe y sabían que la información que debían hacerle llegar no podía esperar ni un solo minuto. Se retiraron del vestíbulo del hospital simulando haber sido vencidos. Juntos, como siempre lo hacían todo, idearon un plan; primero, Fermín entraría nuevamente al hospital solicitando el baño, la enfermera, al ver la urgencia desesperada del piochas, que era el apodo de Fermín por su distintiva barba de chivo al estilo Netzahualcoyotl de los billetes de cien pesos, lo dejaría pasar; después de unos breves momentos, Lucas simularía estar enfermo o herido de alguna forma en la entrada del hospital, de esta manera en cuanto la enfermera viera el sufrimiento de otro ser humano, pondría en práctica su espíritu de servicio y atendería diligentemente a Lucas. En ese preciso momento, Fermín saldría del baño y se introduciría al cuarto donde estaba internado el oficial Ramiro Paredes. Chocaron las manos como símbolo del próximo éxito en su misión. Fermín entró al hospital con el rostro desencajado y con un caminar apretado que simulaba estarse orinando, la enfermera ni siquiera lo volteó a mirar, el policía novato entonces empezó a hablar en voz alta:
—¡Ya no aguanto! ¡Ya no aguanto, un baño por favor!
La enfermera lo miró efímeramente y volvió a sus actividades cotidianas. En vista del éxito no obtenido, decidió pasar al plan ¨b¨.
—¡Dios mío! ¡Que me hago! ¡Traigo una diarrea espantosa!
Carmelita, que era el nombre de la enfermera, por fin puso toda su atención en ese hombre que estaba a mitad del vestíbulo haciendo un zafarrancho y le dijo calmadamente, —Señor, si tiene usted la necesidad de ir al baño, pásele por favor, que para eso no tiene que pedir permiso, pero por favor no lo esté publicando—.
Fermín obedeció y entró al baño dueño de la situación, mientras tanto, Lucas puso en marcha la segunda parte del plan. Su actuación debía ser más convincente que la de su pareja, primero empezó a aullar como perro, la enfermera lo miró y le hizo la señal universal de silencio, poniendo el dedo índice sobre sus labios. Lucas debía actuar mejor, se tiró al suelo y empezó a patalear mientras hacía toda clase de ruidos extraños. La enfermera, con la vena de la sien a punto de explotarle, salió del mostrador y en grandes zancadas llegó hasta donde estaba Lucas haciendo su teatro. El plan  funcionaba. Fermín miraba todo desde la puerta entreabierta del baño para  salir corriendo en dirección de la entrada que, en su descuido, había dejado sin custodiar la enfermera.
—¡Mira, ya me estoy cansando de ustedes dos! O se me van en este momento directito a la chingada o le hablo a los verdaderos policías para que se los lleven— dijo la enfermera gritándole a Lucas.
Éste, al ver que Fermín atravesaba el vestíbulo velozmente, se incorporó y como niño regañado, se levantó disculpándose con la enfermera; parecía que el plan había funcionado. Justo en ese momento, Lucas vio cómo Fermín se regresaba en dirección de la puerta del baño, miraba a todas partes, como buscando algo. La enfermera estaba a punto de girar sobre sí misma de regreso al recibidor y Lucas, sin saber qué hacer, pero con la intuición de que debía evitar a toda costa que la mujer  descubriera a su compañero escabulléndose al interior del hospital, reaccionó por puro instinto, sacó su pistola calibre 22, cortó cartucho y ante la mirada estupefacta de Carmelita se pegó un tiro en el pie derecho. El eco del disparo se quedó volando en el aire por unos breves momentos, segundos después, un remolino de personas se acercaron a mirar esa visión bizarra. El policía aullaba ahora sí de verdad, se revolcaba en el suelo mientras se sujetaba el pie gritando mil y una majaderías mientras que la enfermera, en su pulcro vestido blanco salpicado de sangre, lo miraba boquiabierta sin poder reaccionar ante lo que acababa de presenciar.
Fermín, con los papeles en la mano que había dejado olvidados en el baño, caminó tranquilamente por el vestíbulo con dirección al cuarto donde estaba Ramiro Paredes sorprendiéndose de la buena actuación de su amigo Lucas. Eso de haber disparado la pistola, aunque no estaba previsto en el plan, había sido una idea maravillosa.
—Mira cuánta gente logró atraer— pensó para sí, —por eso siempre he dicho que tengo a la mejor pareja que puede haber—.
Fermín buscaba la habitación 208, pasó por maternidad, terapia intensiva y urgencias, todas las puertas le parecían iguales. En su estupidez, estuvo a punto de ir a recepción a preguntar dónde estaba el cuarto que buscaba, después de mucho ir y venir, cayó en la cuenta de que debía estar localizado en el segundo piso del hospital. Subió las escaleras y lo encontró en un santiamén, tocó la puerta una vez casi imperceptiblemente, realmente le tenía miedo a su patrón, aún recordaba la vez que los dejó, a él y a Lucas, parados toda la noche en uno de los cruceros principales de la ciudad un 24 de diciembre por no haber lustrado bien sus botas y no las de ellos, sino las de Ramiro. Tocó por segunda vez, pues no había obtenido respuesta, desde el interior, una voz femenina le indicó que pasara, entró y vio a su sargento recostado en la cama comiendo felizmente unas enchiladas gratinadas con salsa verde. Al verlo, Ramiro se cuadró aún dentro de la cama, le entregó la charola de comida a la mujer, quien diligentemente tomó el objeto y lo depositó en uno de los buroes de la habitación.
—¿Qué pasó, Piochas? sabía que el disparo que se escuchó tenía que ver algo con ustedes, ¿que no tienen nada qué hacer más que venir a molestarme?— fue la forma en que saludó Ramiro a su subalterno.
—Disculpe, señor, no quería incomodarlo, me dijeron en la comandancia dónde podría encontrarlo...
—¿Ves, mi Mona? Estos cabrones no pueden ni ir al baño solos, siempre tienen que andar fastidiando pa’ todo— interrumpió Ramiro a Fermín dirigiéndose a La Mona, quien había traído esas deliciosas enchiladas.
—Señor, yo la verdad no quería venir pero es que…
—¡Ya déjate de rodeos y dime qué traes! ¿Volvieron a perder la llave de la patrulla? Porque si sí, ahora sí van a tener que pagarle ustedes al cerrajero.
__No señor, para nada, de hecho la lavamos nosotros mismos y hasta la enceramos, pero es que lo que vengo a traer es…— mientras se trataba de justificar con su jefe, Fermín le extendió los papeles que llevaba en la mano.
—Preste pa’ acá, que ha de ser información clasificada— dijo Ramiro mientras le arrebataba los papeles haciendo alarde de su poder tratando, como siempre, de impresionar  a La Mona.
—Mmm… ah no, pues sí, está muy fuerte— decía Ramiro al aire mientras pasaba una y otra vez las hojas por sus ojos, —mija, me espera tantito afuera que tengo que dar indicaciones en código— le dijo Ramiro a La Mona, la cual reaccionó levantándose con toda sumisión inclinando ligeramente la cabeza en señal de saludo y retirándose por la puerta principal del cuarto.
—Entonces, ¿qué quiere que hagamos, señor?— preguntó exaltado Fermín.
—Pues no sé, no alcancé a leer nada, que no ves que no traigo lentes— soltó a raja tabla Ramiro aventándole los papeles al Piochas.
—Mire, jefe, pues en resumen, dice que ya se nos peló— le dijo el cabo Fermín con cara de apenado.
—¿ah chingao? ¿Quién se peló y de dónde? y en su caso, por qué no lo vigilaron bien, cabrones— respondió Ramiro ya echándoles la culpa aún sin saber de qué se trataba, más valía prevenir.
—Mire, pues es que nosotros fuimos los que lo encontramos, pero no había nadie y se lo juro que actuamos rete rápido— explicó Fermín tratando de justificarse ante su jefe, pero la mirada inquisidora de Ramiro lo ponía cada vez más y más nervioso.
—¿Pero de qué fregados estás hablando? ¿A quién encontraron?
—Pues al compa ese que reportó como desaparecido— Ramiro seguía sin entender de qué hablaba Fermín, —un tal Francisco, eh, Francisco León— dijo Fermín orgulloso de haberse acordado del nombre de la “víctima”.
—¡¿Encontraron a mi compadre?! ¿Qué pasó? ¿Dónde está?— Ramiro se acordó por primera vez desde el accidente, de su amigo Francisco quien, según él, estaba desaparecido. La reacción fue inmediata, se levantó instintivamente de la cama del hospital para recoger los papeles del reporte que le había aventado a Fermín hacía sólo unos momentos. Mientras los recogía, la bata del hospital se le abrió mostrándole sus nalgas peludas a Fermín quien no supo exactamente qué hacer y sólo se quedó mirando expectante.
—Hable, canijo, ¿dónde está Francisco León?— preguntó Ramiro.
—Pues, eso sí quién sabe jefe, le digo que se nos peló— respondió Fermín alzando los hombros.
—Explícate, hombre, que no te entiendo— reclamó Ramiro en un tono un tanto de súplica.
—Mire, lo que pasó es que… ya ve que a Lucas le gustan un friego las quesadillas que venden enfrente de la deportiva, pues ayer se traía harto antojo.
 —¿Qué tiene que ver eso con…
—Déjeme terminar, jefe. Mire, pues andábamos ahí comiéndonos unas quesadillas cuando vimos un vehículo incumpliendo el artículo 82 de la Ley de Vialidad y Tránsito— Fermín hizo una breve pausa para darle cierto dramatismo al relato, sin embargo, ante la cara de interrogación de Ramiro, aclaró —o sea estaba un carro estacionado en línea amarilla, por lo que procedimos a llamar a la grúa para que se lo llevaran al corralón y fíjese que de pura buena suerte llegó de volada. Total, eso fue lo que pasó hace una semana, ¿cómo la ve?
—¡Cómo la veo de qué! no me has dicho nada—  bramó Ramiro.
Desconcertado, Fermín se empeñó al máximo para explicarle a su jefe lo que había pasado, lo que sucedía es que siempre estaba junto a Lucas quien era el que complementaba sus comentarios.
            —Resulta que ayer en la noche nos informaron que el carro que mandamos al corralón es el mismo que usted había reportado como robado, un bochito verde y está a nombre del señor Francisco.
—¡Apenas hasta ayer se dieron cuenta! ¿Que no revisan los reportes de las tonterías que hacen? ¡Par de ineptos, ahora sí me van a conocer!— le gritó Ramiro completamente fuera de sí a Fermín quien estoicamente recibía la reprimenda con la frente en alto. Ramiro sintió un fuerte dolor en el pecho, supo inmediatamente que era tiempo de calmarse, no tenía caso morir infartado por culpa de este par de idiotas.
—¿Dónde está Lucas? Ve por él y traigan la patrulla a la entrada del hospital, espérenme, en un segundo bajo— indicó Ramiro, quien rápidamente caminó hasta el clóset de la habitación en busca de sus pantalones vaqueros. Se quitó la bata quedándose sin ninguna vestimenta, al hacerlo, escuchó una ligera risa casi inapreciable a sus espaldas. Se giró sobre sí mismo y se encontró con Fermín en la misma posición de firmes de hace unos minutos.
—¿Qué pasó, Piochas? ¿Se te perdió algo?— dijo Ramiro sarcástico, visiblemente molesto.
—No, pues, la verdad no creo, a menos de que se refiera a mi perrita bolita que hace tres días que no veo— contestó Fermín con toda sinceridad.
Exasperado, Ramiro, aún desnudo y con los ojos fijos en Fermín, dio dos pasos en dirección a éste considerando seriamente en darle una buena tunda por su ineptitud.
—¡Te dije que te fueras por la patrulla, hombre!
 —¡Ya sé, sí lo escuché!
—Entonces, ¿qué carajo estás esperando?
—Pues que me despida con el saludo, dice Lucas que por respeto a un superior no debo de moverme hasta que no me lo indiquen como marca el protocolo.
Ramiro estaba al borde del colapso, en su mente contó hasta diez para contener su cólera.
—Piochas, eres policía municipal no militar, no tienes qué esperar el saludo— le explicó con una voz pausada, la cual no correspondía con su cara ruborizada por el coraje, —vete ya por favor— dijo por último como un suspiro mientras que señalaba con su mano derecha la puerta del cuarto. Fermín acató la orden no sin antes observar de reojo una vez más el cuerpo desnudo de su superior. Salió de la habitación y caminó con dirección a las escaleras. Lo pensó dos veces y mejor presionó el botón del ascensor el cual se abrió al paso de unos segundos. Para sorpresa de Fermín, su compañero venía en una camilla completamente sedado y con el pie derecho vendado, en la muñeca izquierda de su amigo alcanzó a observar unas relucientes esposas metálicas por medio de las cuales venía Lucas sujeto a la camilla. Un enfermero y dos oficiales de la policía estatal lo acompañaban, Fermín pensó que su compañero había llegado demasiado lejos con su actuación aún ignorando que probablemente Lucas no volvería a caminar igual a causa de la herida en su pie. Decidió que era mejor pasar inadvertido, no fuera a ser que también a él lo detuvieran, saludó tranquilamente y bajó por las escaleras, llegó al lobby y se despidió con su sonrisa amarilla de tanta nicotina de la nueva enfermera que se hacía cargo de la recepción mientras que a la enfermera Carmelita la atendían en urgencias por un colapso nervioso. Salió del hospital y comenzó a caminar rumbo al estacionamiento en donde habían dejado la patrulla, se detuvo a media calle y dio una vuelta en 180 grados, había recordado que Lucas se había quedado con las llaves.

 


Hospital General Dr Salvador Zubiran AnchondoChihuahua, Chihuahua, Mexico

No hay comentarios.:

Publicar un comentario