lunes, 10 de noviembre de 2014

Capitulo 11



Miró por la ventana, le encantaba ver las diferentes formas de las nubes vistas desde arriba. Le agradaba volar en avión, aunque el ruido de la turbina lo irritaba y en un vuelo de nueve horas el constante zumbido estaba por perturbarlo en su totalidad. A pesar de estar camino a Europa y después de los “ligeros” contratiempos que se le presentaron, se sentía intranquilo en lugar de aliviado. Desde su salida del aeropuerto de ciudad Juárez tuvo la tenue sensación de que lo observaban, después, mientras era detenido por los agentes migratorios en Dallas estuvo casi seguro de que alguien lo seguía muy de cerca. Pero ahora, ahora que se encontraba a salvo en ese buque volador que surcaba los cielos, la terrible sensación de ser una presa que había caído en la trampa no se apartaba de sí. Pidió un coñac, el licenciado Fernández se lo tomó a pecho, jugueteó un poco con los hielos y se tranquilizó, se rió para sí mismo de ser tan paranoico. ¿Quién lo podría estar siguiendo? había tomado todas las medidas de seguridad necesarias; se había desplazado en coches de sitio abordados al azar en la calle, se había abstenido de utilizar algún teléfono o celular por si estuvieran intervenidos, no realizó fuertes retiros de banco o algo que pudiera delatar sus intensiones e incluso la única persona que conocía su plan estaba muerto.
—Muerto, sí. Mi hermano está muerto— el recordarlo le ensombreció el rostro. Tenía  idea de quién podría estar siguiéndolo, pero su mente rechazaba esa opción por no ser aceptable porque realmente no pensaba que pudiera existir, además, le producía pavor sólo pensarlo. Se desabrochó el pantalón, soltó unos cuantos ojales al cinturón y cerró los ojos para dormir un poco. Entre sueños fugaces vio a Francisco precipitándose en un barranco sin fondo, él lo observaba desde un punto seguro. Después, se topó de frente con un espejo, éste se rompió y el licenciado despertó de forma repentina. Una ligera turbulencia fue en realidad lo que lo hizo volver a la realidad. Titubeante, se levantó de su asiento y se dirigió al pequeño baño en el fondo del avión. Miró su reloj, aún faltaban tres horas para llegar. Al entrar al servicio sanitario, un desconcertante sentimiento de seguir soñando lo envolvió, se mojó la cara varias veces y cuando se disponía a salir de ese pequeño espacio se percató de que en el lavabo había una pluma Mont Blanc con las iniciales O.F.R. La reconoció, la había visto infinidad de ocasiones en la mano del licenciado Óscar Fernández Rincón. La tomó, se pinchó con la punta en un dedo para constatar que no estaba soñando. La gota de sangre que caminó por su mano gracias a la gravedad lo regresó al mundo real. Se supo rodeado. La pluma era prueba de ello. De regreso a su asiento en primera clase trató de verse calmado y en control, disimuladamente se fijó uno a uno en las actitudes de los demás pasajeros que parecían sospechosos. Estaba acorralado, todos parecían acecharle, cada estornudo, suspiro o grito de un niño lo sobresaltaba e incrementaba la ansiedad en él. Quería bajar del avión en pleno vuelo, se convirtió en presa del pánico, las paredes se colapsaban sobre sí, el vértigo le nubló la vista, dando gritos de histeria cayó sobre el piso del pasillo de la clase turista tras perder el equilibrio.
Tres azafatas y una inyección de Diazepam de 5 ml utilizada para casos de ataques de pánico fueron suficientes para contener al señor Fernández a quien, ya completamente noqueado, lo habían acomodado en un asiento especial en la parte de atrás del avión. Lo sujetaron con dos correas de contención que no le permitían mover sus brazos. Mientras estaba inconsciente, balbuceaba incoherencias que a la azafata que se quedó a su cuidado le pareció sumamente gracioso. Balbuceaba con relación a un secreto y que por eso lo seguían, que estaban en todos lados, repetía una y otra vez:
 —Tarde o temprano siempre te encuentran y cuando te encuentran ¡papas!— Despertó hasta que las llantas del avión tocaron tierra en el Aeropuerto de Madrid- Barajas en España. Fue ahí donde, un tanto más repuesto y acompañado de un médico de la aerolínea, se sintió en calma, ya había llegado a su destino, estaba del otro lado del mundo y los miedos lentamente se desvanecían. Se despidió muy apenado de las azafatas y del médico pidiendo una y otra vez disculpas por su comportamiento. Recogió su maleta que ya daba vueltas solitaria sobre el carrusel y se dirigió a la salida. Afuera del lugar, extrajo del bolsillo de su chaqueta un puro cubano y se dispuso a saborearlo cuando escuchó que a sus espaldas alguien gritaba su nombre. Se giró violentamente para encontrarse con un azafata del avión. —¡Señor Fernández, que ha olvidado su pluma que tiró cuando se desplomó en el avión!— al escuchar esto, el licenciado sintió de nuevo vértigo, no había recordado la pluma desde que se bajó del avión. Todo se empezó a mover nuevamente.
            —Que te la he quitado mientras te dormíamos, tío— le dijo la azafata con un acento madrileño muy marcado mientras le extendía una Waterman dorada. Al verla, el licenciado volvió en razón, la tomó cuidadosamente y buscó en el costado de la pluma las iníciales O.F.R., las cuales brillaron por su ausencia.
 —Gracias, señorita, muy amable— le dijo a la azafata que se retiró con un trote sensual mientras él se quedó mirando la pluma que tenía en sus manos completamente confundido, —bueno, creo que ese cóctel de tranquilizantes que me dieron en el avión me devolvió la cordura y hasta una pluma nueva me consiguió— dijo en tono irónico mientras la guardaba en su bolsillo. Subió rápidamente a un taxi para alejarse rumbo al centro de la ciudad de Madrid.
Si el licenciado Fernández hubiera decidido tomarse un café, tal vez habría escuchado la noticia que repetía una y otra vez la gran pantalla plana que mostraba el noticiero CNN, la cual hablaba de un brutal homicidio de un oficial de migración ocurrido en el Aeropuerto de Dallas-Forth Worth justo ese mismo día. La víctima de dicho suceso se llamaba en vida Bryan Pérez. En la foto se apreciaba el orgullo que lo invadía estar vestido de charro sentado detrás de un escritorio auténticamente mexicano. El acontecimiento daba la vuelta al mundo.

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