Estaba concentrado en su respiración; aire entraba y
salía una y otra vez. Estaba en calma, completamente en calma, sentía frío en
sus pies desnudos pero no le mortificaba. Sólo importaba su aliento, casi podía
ver el aire entrar por su nariz de color azul y salir por su boca de color
rojo. Seguía respirando, la oscuridad total lo cubría, lo abrazaba, lo
resguardaba, no le tenía miedo a las tinieblas. En la penumbra todo era calma,
miedo a la luz que era cuando ellos venían, cuando lo molestaban. Trató de
poner su mente en blanco, el pensarlos era invocarlos, demasiado tarde, un
ruido, había llegado la luz.
Tumbado sobre el pavimento vi
la fachada de su apartamento en llamas, el humo lo era todo, era un monstruo
que consumía todos nuestros libros, toda nuestra historia de casi tres años.
Pensé que el grito que acababa de escuchar había sido parte de mi imaginación,
Abril debería de estar bien y pronto llegaría a abrazarme. Esperé tirado boca
arriba viendo las nubes de humo volar hacia el espacio, esperé y seguí
esperando. El ardor en mis brazos por las quemaduras de primer grado que había
recibido me trajeron poco a poco a la realidad, ni los paramédicos, ni los
bomberos me miraban a los ojos cuando les preguntaba por ella. No me
permitieron pararme, me subieron a una camilla y me colocaron en el interior de
una ambulancia, ahí fue cuando llegó Ramiro. Con sólo verle la cara lo entendí,
Abril ya no regresaría. Me abrazó fuertemente a pesar de mis heridas, no me
permitió levantarme, traté de quitarlo, golpearlo, moverlo, morderlo para que
me dejara ir a buscarla pero todo fue en vano, Ramiro no me lo permitió. Y
tenía razón, yo estaba tan débil que no podría ni ponerme en pie y Abril, Abril
estaba muerta y no regresaría jamás.
Ah, nuevamente en las sombras,
no recuerdo bien desde cuando odio la luz, solía agradarme, sin embargo, hoy la
oscuridad me arrulla, me llena, me permite recordar o volver a vivir,
profundizar. Y como ya no sé ni lo que soy o lo que fui ya no me queda mucho, sólo
sé que existo o existo porque lo sé. Sí, debería decir que la negrura me pone
un poquito filosófico.
Caminé acompañado de toda la
gente que me conocía, me abrazaban dándome su apoyo, inclusive gente que jamás
había visto llegaba con la cara desencajada a darme el pésame. Era el día más
triste de mi vida, la desesperanza más profunda invadía mi corazón por
completo, el dolor que me producían las quemaduras en el cuerpo no se
comparaban al dolor de no tenerla. Me estaba desbarrancando en un mundo desconocido
y frío. Me acomodaron en primera fila, cerca del ataúd cerrado que guardaba su
cuerpo, cuerpo que habíamos logrado sacar de entre las cenizas completamente
chamuscado. Sólo lo pudimos reconocer por unos trozos de ropa quemada que,
según testigos del incidente, ella llevaba puesta antes de entrar en el
departamento en llamas. Sentado de frente al altar no podía dejar de pensar en
que todo era una gran pesadilla y que pronto despertaría, la historia no debió
de haber terminado así, se supone que debimos de haber vivido felices para
siempre. Escuché sin escuchar la homilía del padre que ofició la misa, me
levanté de mi butaca cuando terminó sólo porque los amigos que me acompañaban
me ayudaron a hacerlo. Mi vida había perdido el sentido, todos mis sueños y esperanzas
se habían convertido de pronto en cenizas.
“¿Quiénes estaban en el
entierro, Francisco?” No, tú no puedes preguntar aquí, la oscuridad me
pertenece, en la oscuridad soy sólo yo, pero de todas formas responderé tu
pregunta, no porque tú lo preguntes, sino porque yo quiero contestar. Bueno,
aunque no sé si de no haber preguntado hubiera existido respuesta alguna,
porque, ¿qué es una respuesta huérfana de pregunta?
Dirigí mi vista a los demás
asistentes que entraban y se acomodaban en el cementerio, donde le daríamos el
ultimo adiós a Abril, eran tantísimos, incontables. Vi por un lado a compañeros
suyos de la universidad que habían convivido poco con ella pero aun así la
conocían, estaban ahí también las chicas de la cafetería donde Abril solía trabajar,
todas vestidas de negro aunque, como siempre, con diminutas falditas. Logré ver
al cura, era un tipo calvo con cara de extrema seriedad que iba enfrente de la
peregrinación abriéndose paso entre las otras tumbas en camino al hueco en la
tierra destinado para Abril. Incluso vi a una cuadrilla de jóvenes policías con
sus uniformes de la academia sosteniendo cada uno un clavel que iban comandados
por Ramiro, de igual forma, pude ver a los padres de Abril cerca del ataúd
mientras lo acomodaban para la última ceremonia. Aunque, sin conocerlos en
persona, sabía que eran ellos por una fotografía que encontré por casualidad en
un portarretratos arrumbado en lo más recóndito del clóset de Abril quien, al
ver que yo lo había puesto en la recámara, me sermoneó y lo volvió a lanzar a
las profundidades de su clóset. Tuve la impresión de que no se llevaban bien,
me pareció mala idea acercarme a saludarlos porque, en los casi tres años de
convivir con Abril, ella sólo los había visitado dos veces y nunca se expresaba
nada bien de ellos. Pensándolo bien, nunca expresó absolutamente nada con
relación a ellos así que, haciéndole justicia a su memoria, los ignoré, al
igual que, según yo, ellos lo habían hecho con Abril por tanto tiempo; justicia
post mortem. Estaban también todos
los vecinos de los departamentos, pude ver a Esmeralda quien ocupaba el piso de
arriba, también lo había perdido todo en el incendio con excepción de su vida.
Entre un grupo de señoras que por su pinta eran asiduas asistentes de funerales
pude distinguir a doña Teresa, toda vestida de negro como siempre, con su
rosario de plata con el que muchas veces nos había perseguido por estarnos
besando frente de su casa. En ese universo de gente que tenía como nexo común
Abril, me desconcertó ver tanta gente desconocida, creí conocer a todas las
personas cercanas a ella. Por ejemplo, allá en el fondo, alcanzaba a apreciar a
sus dos primas; Yolanda y Mireya, quienes no tenían nada en común a pesar de
ser hermanas; una alta, esbelta y muy poco simpática de mirar y la segunda
chaparra, más bien llenita, pero bastante agradable a la vista. No fue fácil
reconocerlas, parecía que se escondían detrás de un señor con la barba cerrada
entrecana que lucía verdaderamente consternado. Creí ver gente que no estuvo
ahí, ahora que lo pienso, creo haber visto al licenciado Óscar Fernández con su
mirada azul profundo tratando de sonreírme sin hacerlo, pero creo que eso es
imposible, yo todavía no lo conocía. Me quedé parado a la entrada del
cementerio, por más que lo intenté no tuve el valor de acercarme al cúmulo de
gente que guardaba silencio mientras descendían el féretro en las profundidades
de la tierra. Me cansé de mirar pero seguí mirando, ya no me quedaba más, más
que contemplar el lento pasar de mi vida; amigos, conocidos, compañeros, ajenos
y extraños, masas invisibles, a todos lograba ver sin verlos, para mí ya daba
lo mismo, para mí todo era oscuridad, maldita oscuridad.
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