domingo, 23 de noviembre de 2014

Capitulo 16

Estaba concentrado en su respiración; aire entraba y salía una y otra vez. Estaba en calma, completamente en calma, sentía frío en sus pies desnudos pero no le mortificaba. Sólo importaba su aliento, casi podía ver el aire entrar por su nariz de color azul y salir por su boca de color rojo. Seguía respirando, la oscuridad total lo cubría, lo abrazaba, lo resguardaba, no le tenía miedo a las tinieblas. En la penumbra todo era calma, miedo a la luz que era cuando ellos venían, cuando lo molestaban. Trató de poner su mente en blanco, el pensarlos era invocarlos, demasiado tarde, un ruido,  había llegado la luz.
Tumbado sobre el pavimento vi la fachada de su apartamento en llamas, el humo lo era todo, era un monstruo que consumía todos nuestros libros, toda nuestra historia de casi tres años. Pensé que el grito que acababa de escuchar había sido parte de mi imaginación, Abril debería de estar bien y pronto llegaría a abrazarme. Esperé tirado boca arriba viendo las nubes de humo volar hacia el espacio, esperé y seguí esperando. El ardor en mis brazos por las quemaduras de primer grado que había recibido me trajeron poco a poco a la realidad, ni los paramédicos, ni los bomberos me miraban a los ojos cuando les preguntaba por ella. No me permitieron pararme, me subieron a una camilla y me colocaron en el interior de una ambulancia, ahí fue cuando llegó Ramiro. Con sólo verle la cara lo entendí, Abril ya no regresaría. Me abrazó fuertemente a pesar de mis heridas, no me permitió levantarme, traté de quitarlo, golpearlo, moverlo, morderlo para que me dejara ir a buscarla pero todo fue en vano, Ramiro no me lo permitió. Y tenía razón, yo estaba tan débil que no podría ni ponerme en pie y Abril, Abril estaba muerta y no regresaría jamás.
Ah, nuevamente en las sombras, no recuerdo bien desde cuando odio la luz, solía agradarme, sin embargo, hoy la oscuridad me arrulla, me llena, me permite recordar o volver a vivir, profundizar. Y como ya no sé ni lo que soy o lo que fui ya no me queda mucho, sólo sé que existo o existo porque lo sé. Sí, debería decir que la negrura me pone un poquito filosófico.
Caminé acompañado de toda la gente que me conocía, me abrazaban dándome su apoyo, inclusive gente que jamás había visto llegaba con la cara desencajada a darme el pésame. Era el día más triste de mi vida, la desesperanza más profunda invadía mi corazón por completo, el dolor que me producían las quemaduras en el cuerpo no se comparaban al dolor de no tenerla. Me estaba desbarrancando en un mundo desconocido y frío. Me acomodaron en primera fila, cerca del ataúd cerrado que guardaba su cuerpo, cuerpo que habíamos logrado sacar de entre las cenizas completamente chamuscado. Sólo lo pudimos reconocer por unos trozos de ropa quemada que, según testigos del incidente, ella llevaba puesta antes de entrar en el departamento en llamas. Sentado de frente al altar no podía dejar de pensar en que todo era una gran pesadilla y que pronto despertaría, la historia no debió de haber terminado así, se supone que debimos de haber vivido felices para siempre. Escuché sin escuchar la homilía del padre que ofició la misa, me levanté de mi butaca cuando terminó sólo porque los amigos que me acompañaban me ayudaron a hacerlo. Mi vida había perdido el sentido, todos mis sueños y esperanzas se habían convertido de pronto en cenizas.
“¿Quiénes estaban en el entierro, Francisco?” No, tú no puedes preguntar aquí, la oscuridad me pertenece, en la oscuridad soy sólo yo, pero de todas formas responderé tu pregunta, no porque tú lo preguntes, sino porque yo quiero contestar. Bueno, aunque no sé si de no haber preguntado hubiera existido respuesta alguna, porque, ¿qué es una respuesta huérfana de pregunta?

Dirigí mi vista a los demás asistentes que entraban y se acomodaban en el cementerio, donde le daríamos el ultimo adiós a Abril, eran tantísimos, incontables. Vi por un lado a compañeros suyos de la universidad que habían convivido poco con ella pero aun así la conocían, estaban ahí también las chicas de la cafetería donde Abril solía trabajar, todas vestidas de negro aunque, como siempre, con diminutas falditas. Logré ver al cura, era un tipo calvo con cara de extrema seriedad que iba enfrente de la peregrinación abriéndose paso entre las otras tumbas en camino al hueco en la tierra destinado para Abril. Incluso vi a una cuadrilla de jóvenes policías con sus uniformes de la academia sosteniendo cada uno un clavel que iban comandados por Ramiro, de igual forma, pude ver a los padres de Abril cerca del ataúd mientras lo acomodaban para la última ceremonia. Aunque, sin conocerlos en persona, sabía que eran ellos por una fotografía que encontré por casualidad en un portarretratos arrumbado en lo más recóndito del clóset de Abril quien, al ver que yo lo había puesto en la recámara, me sermoneó y lo volvió a lanzar a las profundidades de su clóset. Tuve la impresión de que no se llevaban bien, me pareció mala idea acercarme a saludarlos porque, en los casi tres años de convivir con Abril, ella sólo los había visitado dos veces y nunca se expresaba nada bien de ellos. Pensándolo bien, nunca expresó absolutamente nada con relación a ellos así que, haciéndole justicia a su memoria, los ignoré, al igual que, según yo, ellos lo habían hecho con Abril por tanto tiempo; justicia post mortem. Estaban también todos los vecinos de los departamentos, pude ver a Esmeralda quien ocupaba el piso de arriba, también lo había perdido todo en el incendio con excepción de su vida. Entre un grupo de señoras que por su pinta eran asiduas asistentes de funerales pude distinguir a doña Teresa, toda vestida de negro como siempre, con su rosario de plata con el que muchas veces nos había perseguido por estarnos besando frente de su casa. En ese universo de gente que tenía como nexo común Abril, me desconcertó ver tanta gente desconocida, creí conocer a todas las personas cercanas a ella. Por ejemplo, allá en el fondo, alcanzaba a apreciar a sus dos primas; Yolanda y Mireya, quienes no tenían nada en común a pesar de ser hermanas; una alta, esbelta y muy poco simpática de mirar y la segunda chaparra, más bien llenita, pero bastante agradable a la vista. No fue fácil reconocerlas, parecía que se escondían detrás de un señor con la barba cerrada entrecana que lucía verdaderamente consternado. Creí ver gente que no estuvo ahí, ahora que lo pienso, creo haber visto al licenciado Óscar Fernández con su mirada azul profundo tratando de sonreírme sin hacerlo, pero creo que eso es imposible, yo todavía no lo conocía. Me quedé parado a la entrada del cementerio, por más que lo intenté no tuve el valor de acercarme al cúmulo de gente que guardaba silencio mientras descendían el féretro en las profundidades de la tierra. Me cansé de mirar pero seguí mirando, ya no me quedaba más, más que contemplar el lento pasar de mi vida; amigos, conocidos, compañeros, ajenos y extraños, masas invisibles, a todos lograba ver sin verlos, para mí ya daba lo mismo, para mí todo era oscuridad, maldita oscuridad.


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