—El paciente se encuentra en estado óptimo, doctor—
Francisco escuchó esa voz femenina que reconocía como parte de otro sueño,
—adminístrale cien mililitros más y regula su ritmo cardiaco— dijo otra voz que
se perdía en un zumbido perpetuo.
Una vez más ese sentimiento de falta
de gravedad, de ser libre, la felicidad de la inconsciencia. Podría ser lo que
quisiera ser, o no ser nada al mismo tiempo.
El remolino de emociones lo
arrastraba de nuevo, dejaba de ser él para ser alguien más, un espectador de su
propia vida.
Me encontré de nuevo entre
sus brazos, Abril había pasado tres días en casa de sus padres en Las Cruces,
Nuevo México. La había extrañado como un loco, coincidía también que era
nuestro tercer aniversario desde aquella noche en que la besé por primera vez
en esta misma habitación. Conversamos como siempre lo hacíamos, ella siempre
con una sonrisa que me hacía sentir especial, yo me dejaba llevar por aquel
sentimiento de amor incomprensible que es total, que no se guarda nada, que
arde. Había preparado una cena exquisita, me había quedado pegado al televisor
por tres semanas viendo los programas de chefs para encontrar la receta
perfecta para esta noche. Sin embargo, tras veinte intentos y más de cinco
sartenes quemados llamé a un restaurante de cocina italiana y ordené comida a
domicilio, me deshice de la evidencia y la presenté como si fuera mía. Mi
engaño cobró frutos al obtener como recompensa la noche más activa de mi vida,
sin embargo, al despertar la mañana siguiente noté algo diferente en su mirada,
no sabía exactamente qué, pero algo la había cambiado. Era difícil observarlo,
pero yo la conocía bien y sabía que algo era distinto. Me causaba escalofríos.
Me muevo por el tiempo a mi
antojo, puedo verlo todo en cámara rápida o repetir mil veces un momento.
Habían pasado tres meses
desde aquella noche de celebración, la encontré semidesnuda. Eran las cinco de
la mañana, me despertó un sonido metálico intermitente. La vi de rodillas y
encogida en sí misma. Desde mi posición me daba la espalda. Yacía bajo el marco
de la puerta abierta del departamento.
—Abril, ¿qué haces, amor?— al llamarla por su
nombre se estremeció y se detuvo por completo, —Abril, ¿estás bien, qué pasa?—
volví a llamarla.
En el acto soltó el elemento
brilloso que resbaló de su mano. Al chocar con el suelo, hizo el ruido
distintivo del metal, era una daga con empuñadura dorada cubierta en sangre.
Caminé aterrado hacia donde estaba Abril, petrificada, lentamente posé mis manos
sobre sus hombros, estaba tensa, me volteé de frente hacia ella y pude ver su
rostro cubierto en llanto y la mirada completamente perdida, era como si no me
escuchara. La sacudí fuertemente para hacerla reaccionar pero fue inútil y fue
ahí cuando la vi, tirada frente a ella, una paloma negra cuya cabeza estaba
apenas sostenida al cuerpo por un pedazo de piel. Al verla, pegué un salto que
me hizo retroceder al instante ahogando un grito en mi garganta. Concentré mi
mirada en Abril tratando de borrar la imagen que parecía tener tatuada en mi
mente, la sacudí hasta cansarme, reaccionó, parecía que despertara de un largo
sueño, me miró con una sonrisa tierna, después su rostro se tensó en
preocupación. Yo no podía entender qué pasaba, supongo que ella tampoco. Mi
instinto fue levantarla entre mis brazos, arrullarla. Todo era una pesadilla,
nada más que eso. La cargué hasta nuestra cama y la dejé entre sueños sobre las
sábanas destendidas. Busqué un trapo y lo empapé en agua fresca. Me dispuse a
limpiarle las manchas de sangre de las manos, pero al momento de sostenerlas
entre las mías me di cuenta que estaban completamente limpias. Un sentimiento
de desconcierto me robó la extraña calma en la que me encontraba, caminé de
nuevo a la entrada de nuestro hogar para quitar al ave muerta y recoger el arma
homicida pero, la puerta se encontraba cerrada con todo y pasador. La abrí
rápidamente y no encontré ni un solo rastro del ave o de la daga, ni siquiera
marcas de sangre.
—¿Qué está pasando aquí?
¿Qué, me estoy volviendo loco?— dije en voz baja para evitar absurdamente
despertar a Abril.
—¿Qué más recuerdas de esa
noche, Francisco? Es importante— dijo esa voz de ultratumba que a veces me
perseguía, —¿Qué más viste?— volvió insistir la voz. —No recuerdo nada más, de
hecho, no estoy seguro de que haya pasado. Es de esos recuerdos que se quedan
en el limbo de la realidad y de los sueños. De lo que sí estoy completamente
seguro es de que esa noche, no estábamos solos.
Otra vez me arrastra el
remolino del tiempo llenando de claroscuros recuerdos olvidados. Se me obliga a
ir más a delante en la línea del espacio, se me obliga llegar a esa fecha, a
ese momento.
El olor fue inundándolo todo, el humo en un instante
se apoderó de nuestro cuarto. Cuando quise reaccionar era casi imposible ver
más allá de la palma de mi mano.
—¡Abril! ¿Dónde estás?
Sentí el calor avasallante
que me abrazaba el cuerpo, escuché su voz que me pedía a gritos que saliera de
ese infierno, que ella ya se encontraba a salvo. Luché contra mi cuerpo por despejar
esa somnolencia que produce la falta de oxígeno, de pronto, el librero cayó
ardiendo sobre mí con todos nuestros libros que sirvieron para alimentar esa
hoguera desenfrenada. Un abrecartas que estaba en el librero me produjo una
herida en el pecho, perdí el control de
mi vida, sentí que el alma se me escapaba, que el momento final había llegado.
Cerré los ojos al terror de no volver a respirar, pero de alguna forma
agradecía que Abril, mi hermosa Abril estuviera a salvo. Cuando las tinieblas
estaban a punto de ser totales sobre mi vista, una luz tenue apareció, sentí un
poderoso abrazo por la espalda que me arrastraba. Entre imágenes borrosas y
cenizas pude ver la puerta principal a la distancia, y poco a poco esa fuerza
desconocida me llevaba hacia afuera, podía escuchar cómo la madera del edificio
tronaba. Chillaba, berreaba como un animal que hace el último intento por
conseguir una bocanada de aire antes de desplomarse por la eternidad. Sentía
que las llamas me envolvían por completo, pero eso que me sostenía por la
espalda no se permitía fracasar, fue ahí cuando el departamento se colapsó,
justo en ese instante sentí que volaba, que me impulsaban con gran fuerza hacia
la luz. En el momento en que mi cuerpo maltrecho cruzaba el umbral de la puerta
escuché un grito de pánico de alguien que estaba a mis espaldas, un grito que
se quedaba atrapado entre los escombros ardientes, un grito que puede
identificar plenamente como la voz de mi bella Abril.
—No, no puedo seguir como me
lo pides, no puede estar pasando nuevamente, ¿qué es esta tortura? Abril, ¿por
qué mi hermosa Abril?, debo de estar soñando, no lo soporto más, quiero
despertar ¡quiero despertar!
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