lunes, 3 de noviembre de 2014

Capitulo 8



—El paciente se encuentra en estado óptimo, doctor— Francisco escuchó esa voz femenina que reconocía como parte de otro sueño, —adminístrale cien mililitros más y regula su ritmo cardiaco— dijo otra voz que se perdía en un zumbido perpetuo.
            Una vez más ese sentimiento de falta de gravedad, de ser libre, la felicidad de la inconsciencia. Podría ser lo que quisiera ser, o no ser nada al mismo tiempo. El remolino de emociones lo arrastraba de nuevo, dejaba de ser él para ser alguien más, un espectador de su propia vida.
Me encontré de nuevo entre sus brazos, Abril había pasado tres días en casa de sus padres en Las Cruces, Nuevo México. La había extrañado como un loco, coincidía también que era nuestro tercer aniversario desde aquella noche en que la besé por primera vez en esta misma habitación. Conversamos como siempre lo hacíamos, ella siempre con una sonrisa que me hacía sentir especial, yo me dejaba llevar por aquel sentimiento de amor incomprensible que es total, que no se guarda nada, que arde. Había preparado una cena exquisita, me había quedado pegado al televisor por tres semanas viendo los programas de chefs para encontrar la receta perfecta para esta noche. Sin embargo, tras veinte intentos y más de cinco sartenes quemados llamé a un restaurante de cocina italiana y ordené comida a domicilio, me deshice de la evidencia y la presenté como si fuera mía. Mi engaño cobró frutos al obtener como recompensa la noche más activa de mi vida, sin embargo, al despertar la mañana siguiente noté algo diferente en su mirada, no sabía exactamente qué, pero algo la había cambiado. Era difícil observarlo, pero yo la conocía bien y sabía que algo era distinto. Me causaba escalofríos.
Me muevo por el tiempo a mi antojo, puedo verlo todo en cámara rápida o repetir mil veces un momento.
Habían pasado tres meses desde aquella noche de celebración, la encontré semidesnuda. Eran las cinco de la mañana, me despertó un sonido metálico intermitente. La vi de rodillas y encogida en sí misma. Desde mi posición me daba la espalda. Yacía bajo el marco de la puerta abierta del departamento.
 —Abril, ¿qué haces, amor?— al llamarla por su nombre se estremeció y se detuvo por completo, —Abril, ¿estás bien, qué pasa?— volví a llamarla.
En el acto soltó el elemento brilloso que resbaló de su mano. Al chocar con el suelo, hizo el ruido distintivo del metal, era una daga con empuñadura dorada cubierta en sangre. Caminé aterrado hacia donde estaba Abril, petrificada, lentamente posé mis manos sobre sus hombros, estaba tensa, me volteé de frente hacia ella y pude ver su rostro cubierto en llanto y la mirada completamente perdida, era como si no me escuchara. La sacudí fuertemente para hacerla reaccionar pero fue inútil y fue ahí cuando la vi, tirada frente a ella, una paloma negra cuya cabeza estaba apenas sostenida al cuerpo por un pedazo de piel. Al verla, pegué un salto que me hizo retroceder al instante ahogando un grito en mi garganta. Concentré mi mirada en Abril tratando de borrar la imagen que parecía tener tatuada en mi mente, la sacudí hasta cansarme, reaccionó, parecía que despertara de un largo sueño, me miró con una sonrisa tierna, después su rostro se tensó en preocupación. Yo no podía entender qué pasaba, supongo que ella tampoco. Mi instinto fue levantarla entre mis brazos, arrullarla. Todo era una pesadilla, nada más que eso. La cargué hasta nuestra cama y la dejé entre sueños sobre las sábanas destendidas. Busqué un trapo y lo empapé en agua fresca. Me dispuse a limpiarle las manchas de sangre de las manos, pero al momento de sostenerlas entre las mías me di cuenta que estaban completamente limpias. Un sentimiento de desconcierto me robó la extraña calma en la que me encontraba, caminé de nuevo a la entrada de nuestro hogar para quitar al ave muerta y recoger el arma homicida pero, la puerta se encontraba cerrada con todo y pasador. La abrí rápidamente y no encontré ni un solo rastro del ave o de la daga, ni siquiera marcas de sangre.
—¿Qué está pasando aquí? ¿Qué, me estoy volviendo loco?— dije en voz baja para evitar absurdamente despertar a Abril.
—¿Qué más recuerdas de esa noche, Francisco? Es importante— dijo esa voz de ultratumba que a veces me perseguía, —¿Qué más viste?— volvió insistir la voz. —No recuerdo nada más, de hecho, no estoy seguro de que haya pasado. Es de esos recuerdos que se quedan en el limbo de la realidad y de los sueños. De lo que sí estoy completamente seguro es de que esa noche, no estábamos solos.
Otra vez me arrastra el remolino del tiempo llenando de claroscuros recuerdos olvidados. Se me obliga a ir más a delante en la línea del espacio, se me obliga llegar a esa fecha, a ese momento.
El olor fue inundándolo todo, el humo en un instante se apoderó de nuestro cuarto. Cuando quise reaccionar era casi imposible ver más allá de la palma de mi mano.
—¡Abril! ¿Dónde estás?
Sentí el calor avasallante que me abrazaba el cuerpo, escuché su voz que me pedía a gritos que saliera de ese infierno, que ella ya se encontraba a salvo. Luché contra mi cuerpo por despejar esa somnolencia que produce la falta de oxígeno, de pronto, el librero cayó ardiendo sobre mí con todos nuestros libros que sirvieron para alimentar esa hoguera desenfrenada. Un abrecartas que estaba en el librero me produjo una herida en el pecho,   perdí el control de mi vida, sentí que el alma se me escapaba, que el momento final había llegado. Cerré los ojos al terror de no volver a respirar, pero de alguna forma agradecía que Abril, mi hermosa Abril estuviera a salvo. Cuando las tinieblas estaban a punto de ser totales sobre mi vista, una luz tenue apareció, sentí un poderoso abrazo por la espalda que me arrastraba. Entre imágenes borrosas y cenizas pude ver la puerta principal a la distancia, y poco a poco esa fuerza desconocida me llevaba hacia afuera, podía escuchar cómo la madera del edificio tronaba. Chillaba, berreaba como un animal que hace el último intento por conseguir una bocanada de aire antes de desplomarse por la eternidad. Sentía que las llamas me envolvían por completo, pero eso que me sostenía por la espalda no se permitía fracasar, fue ahí cuando el departamento se colapsó, justo en ese instante sentí que volaba, que me impulsaban con gran fuerza hacia la luz. En el momento en que mi cuerpo maltrecho cruzaba el umbral de la puerta escuché un grito de pánico de alguien que estaba a mis espaldas, un grito que se quedaba atrapado entre los escombros ardientes, un grito que puede identificar plenamente como la voz de mi bella Abril.
—No, no puedo seguir como me lo pides, no puede estar pasando nuevamente, ¿qué es esta tortura? Abril, ¿por qué mi hermosa Abril?, debo de estar soñando, no lo soporto más, quiero despertar ¡quiero despertar!

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